Capítulo 9
Si, era Adele. ¿Pero qué hacía en el centro de Londres? Sola y vestida como secretaria. El semáforo se puso en verde y no me di cuenta, sino hasta que empezaron a tocar el claxon los carros de atrás. Aceleré y entonces busque un estacionamiento cercano.
Bajé del auto y fui casi corriendo al lugar donde se había metido Adele. Era un mini-restaurante. Había muchas personas, demasiadas a mi parecer. Voltee a todos lados. ¿Dónde rayos te metiste Adele? Me senté en una de las mesitas individuales. Tomé la cartilla y a través de ella buscaba a Adele. Pero no estaba.
—Hola, buenas tardes. ¿Puedo tomar su orden? —Dijo una chica atenta. Lista para apuntar en su libreta.
Me quedé en silencio y miré la cartilla. —Un café por ahora...
—En un momento lo traigo.La mesera se fue y entonces miré a Adele salir del sanitario.
Estaba mucho más delgada que la última vez que la miré. Su rostro estaba impecable, su cabello se movía de un lado a otro. Caminó hacia mí, pero aun no me veía ya que tenía la cartilla ocultándome la cara. Tomó asiento en una de las mesas y observo el menú.Ahí tome partido. Me puse de pie y caminé hacía ella. Las manos empezaron a sudarme. Miles de cosas pasaron por mi mente. No tenía preparado un discurso y mucho menos sabía cómo iba a reaccionar ella.
Ella levantó la mirada. Se quedó inmóvil.
Narra Adele
Alex estaba frente a mí. No sabía cómo reaccionar. Quería reprocharle por qué no me había buscado, también quería abrazarlo. Darle un puñetazo en la cara. Eran tantos sentimientos a flote que no sabía cuál expresar primero. Soy una bipolar, pensé.
—¿Puedo sentarme? —Preguntó.
Asentí. —¿Qué quieres Sturrock?
Jamás lo llamaba por su apellido, a menos que estuviera muy enojada con él.
—Saber cómo estas...
Levante las cejas sonriendo. —Mírame, creo que eso me describe más que las palabras que puedo decir.
—Trate de buscarte Adele, siento mucho lo que pasó.
Y entonces solté la carcajada. Me había casado con un patán. Era muy tarde para darme cuenta. —Yo también lo siento mucho Alex... siento haberme casado contigo. Arruinar tu vida, tu carrera... —Traté de no elevar la voz. Pero algunas personas ya se nos quedaban mirando.
Él se acercó y tomó mi mano. —Sabes que te amo a pesar de todo. Me duelen tus palabras...Ahora si se había pasado. Apreté los puños. Me arrepentí de haberle escrito esa carta, donde le decía que aún lo quería, que aún lo amaba. Creo que mis sentimientos eran tan subjetivos. Solo podía sentir rencor, asco, odio y arrepentimiento teniéndolo frente a mí. Creo que mis sentimientos eran más dirigidos a la costumbre de estar con alguien que ni siquiera cuidó el amor que le tenía.
—¿Qué hay de la carta?
—Sabes... la escribí porque me sentía sola. Ahora que te tengo frente a mí, sé que no es amor...
—Quiero reparar las cosas, créeme estoy arrepentido. Vamos a casa, arreglemos todo... —Dijo casi suplicándome.
Negué rápidamente. No quería acompañarlo a ningún lado.
—Podemos intentarlo Adele, dame otra oportunidad.¿Y es que los hombres piensan que somos un juego? ¿Intentarlo una vez más? Ese juego ya me lo sabía de memoria. El matrimonio es como un jardín de flores. Se tiene que nutrir día con día. Se requiere de cuidado. Ninguna mujer pide rosas diariamente, lujos, grandes diamantes o miles de pesos. Es tan simple un beso, una caricia, una palabra que cambie tu día. No digo que el matrimonio sería perfecto sin peleas, pero no son las peleas lo que destruye el matrimonio, sino lo frecuente que se hacen. Lastiman el alma, hasta acabar contigo. Es tan devastador levantarte día con día y que aun teniendo esposo te sientas sola, rechazada. Como si vivieras con un desconocido.
Vivir con alguien que solo te trata como basura sino que te manipula a su antojo y te priva de tu libertad, oh no, eso no es amor.