Uno.

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Inhalo y exhalo fuerte, repiqueteando mi pie en el frío suelo, con ansiedad, con una libreta en mis piernas y un lápiz en mi mano, observando a todos lados.

Los árboles de ese verde oscuro tan hermoso, proporcionan otra perspectiva al ambiente, en dónde sólo se respira una cosa: Amor.

Hay cientos de parejas, de todo tipo, agarrados de la mano, besándose; amándose en ese parque de Madrid y yo, estoy allí, observando con un anhelo innumerable lo que ellos tienen, aún después de la sufrida ruptura, de la cual salí más que lastimada. Creo con toda certeza, que asaltada sería la palabra, robada o alguna de sus variantes.

Y de la manera más bizarra posible, un niño en una bicicleta, da vueltas hasta caer al suelo y consigo caen también un par de adolescentes, que correteaban cuál críos, y sin percatarse un hombre que está escuchando música a través de sus audífonos, con una barquilla de chocolate en sus manos, se resbala, pero aún así no queda desplomado y el helado termina en mi libreta, arruinando por completo lo poco que tenía escrito y allí pierdo la razón.

—¡Idiota! ¡Malnacido! ¡Estúpido! —Grito, en vano, pues, él me mira mal, aún con sus audífonos puestos.

Escaneo su rostro una y otra vez, tratando de recordar en dónde lo he visto, y entonces esboza una sonrisa llena de picardia y narcisismo, y lo reconozco. Él es el hombre que me ha insultado en mi departamento, en aquella tarde del sábado pasado y por alguna razón que desconozco mi corazón empieza a latir con fuerza, de nuevo, en su presencia.

—Bájale dos, chiquilla... — Escupe con esa voz ronca, que da miedo y que me pone los pelos de punta; sin duda no me ha reconocido.

— ¡No, no quiero calmarme! ¡Acabas de arruinar algo que me ha costado mucho trabajo escribir! —Exclamo, mientras me arrodilló para recoger mi libreta hecha un desastre y el lápiz sin punta.

—Déjame ayudarte. — Dice, agachándose a mi lado y allí, nuestras miradas se conectan y me quedo sin aliento. Esos ojos verde oscuro son tan profundos que deberían ser un delito mortal y el tacto de sus dedos en mi mano, ha sido tan fugaz pero a la vez tan real, que se siente como si me hubiera tatuado su nombre en mi piel.

— ¡Que en semanas no he logrado conseguir y tú en un instante haz arruinado todo mi trabajo! — Prosigo quejándome, luego de haber aclarado mi garganta, levantándome y él siguiéndome a la par.

El castaño se ríe, pero es una risa diferente a todas las que le oí antes. Esa es fresca, hermosa y hace que mi estómago de un vuelco.

Chiquilla, lo lamento, pero muy bien sabes que ha sido un accidente. Haz visto por ti misma todo el caos que acaba de ocurrir.

—¡Un accidente ni de co...!— Su mano, grande y suave se topa con mis labios, está vez, cuando me calla, irrespetuosamente. Yo abro mis ojos como platos, en sorpresa absoluta.

—Cállate, chiquilla. — Dice, relajado y mi ceño se frunce en un auto-reflejo y doy un paso hacia atrás, alejándome de él.

—Animal...— Susurro, por lo bajo y él alza una ceja, incrédulo.

— ¿Cómo acabas de llamarme?

— ¡Animal! ¡Eso es lo que eres! — La altanería me gana y me encuentro golpeando su pecho, repetidas veces.

— ¡! —Pronuncia, con una extraña sonrisa de perfectos dientes blancos. Está sujetando mis muñecas; sin embargo no me doy por vencida y forcejeo con él.

— ¡Suéltame, chimpancé de cuarta! — Exijo, ya roja como un tomate de la rabia.

— ¡Quédate quieta, chiquilla o te besaré, sin importarme si estás cepillada o no! — Sentencia, y un escalofrío me recorre toda la columna vertebral. Él no acaba de decir eso, ¿cierto?

—Eso es algo que...— Empiezo, pero soy interrumpida.

—Ya que me dijiste salvaje; te besaré a la fuerza si no haces silencio y hablo en serio. Yo siempre hablo en serio.

—No te creo, chimpancé. — Hablo con odio y repugnancia.

—Pues deberías empezar a creerlo, chiquilla. Tu voz chillona me está empezando a sacar de quicio. — Susurra en mi oreja; tan cerca de mi cuello que me muerdo el labio inferior, temerosa de lo que ese desconocido me pueda hacer. Entonces dice: —Espera...— Arruga su nariz, y sus ojos me analizan de pies a cabeza. Su rostro está tan cerca del mio que nuestros alientos se entremezclan y el olor de su perfume, ¡Oh Mi Dios! —Tú eres Cristina Martinez, la escritora, ¿verdad?

Asiento con un leve movimiento de cabeza y él me suelta enseguida, sin poder creerlo; tiene una expresión de espanto en su rostro, mientras parpadea muchas veces y pasa su mano por el mismo también y sé exactamente lo que pasa por su cabeza de cacahuete.

Él es un lector en todos los sentidos...


Besos Achocolatados©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora