Dos.

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Estamos sentados en el mismo banco, desde que él descubrió mis dos identidades, sin decir una palabra;  sólo jugueteando con nuestros dedos, entrelazados.

Porqué, maldición, hubo una conexión. Tuve una intensa conexión con este hombre desde el primer momento en qué lo ví y ahora, que lo tengo de nuevo a mi lado no puede ser una simple casualidad. Porqué sin duda alguna yo no creo en ellas.

—Así qué...¿Cuál es tu nombre? — Me atrevo a preguntarle, con toda la vergüenza del mundo. Él no dice nada por unos segundos, así que prosigo: —Ya tú sabes el mio, por lo que no es jus...

—Raul. Raul Romero, chiquilla. — Dice y la diferencia en su voz ahora es tan notable que mi pulso se dispara.

—Uhm, bonito nombre. Me gusta. — Sólo digo eso para aligerar el ambiente, que está más tenso que una cuerda de tender ropa.

—Cristina, discúlpame. — Empieza el castaño, mirándome a los ojos, y Cristo, ese verde me puede.

—Está bien, chimpancé. — Susurro lo último, encogiendome de hombros, con una sonrisa ladeada en el rostro.

—No, no, no. Estuvo mal todo lo que hice, en tu departamento, a tu libreta...

—No me recuerdes eso, por favor. — Le pido, cerrando los ojos, dejando que la brisa que sopla me dé en el rostro placenteramente.

—Si hubiera sabido que eras tú, desde un principio no digo todas esas barbaridades que dije...

—Era difícil reconocerme sin toda esa ropa a la moda, sin maquillaje y crema dental, ¿eh? — Bromeo, chocando su hombro con el mismo. Él se ríe y me doy cuenta que le encanta reírse; Raul literalmente se ríe de todo y de todos.

—En realidad sí, pero, chi...—Se corta a plena palabra y ruedo los ojos. — ¿Puedo decirte así, Cristina?

— ¿Chiquilla? — Asiente con un movimiento de cabeza. — Claro, nadie nunca me dijo así.

—Pues es una lástima, porqué es un apodo que te queda a la perfección.

— ¿Porqué lo dices? Tengo veinticuatro años.

—Lo sé. Pero eres baja de estatura y eso te hace adorable.

—1.60, no está tan mal.

—Para alguien de 1.87, vaya que lo está. — Rayos, no me había fijado que él me pasaba por unos cuantos centímetros.

— ¿Qué edad tienes?

—Veintisiete recién cumplidos.

— ¿Cuándo?

—El domingo.

—Mierda...— Suelto. — Feliz cumpleaños atrasado, chimpancé.

— ¿No es un poco raro que me digas chimpancé cuando parezco más como un gorila? — Pregunta y me rió con la mueca que hace.

—Vale, tienes razón.

—Sí y todavía quiero besarte.

Allí mi corazón se paraliza y lo observó, perpleja y él me da una expresión de inocencia...¡Hombres!

— ¿Qué tal si vamos por un helado? — Propongo, ignorando lo que ha dicho.

—Está bien, pero yo invito.

—Por favor, ¡Soy Cristina Martinez!

—No lo digas tan fuerte. Hoy te quiero sólo para mí. — Susurra cerca de mi cuello, de nuevo y suspiro, controlando o tratando de controlar todas las sensaciones en mi interior.

Raul entrelaza sus dedos con los míos, cuando nos levantamos y nos dirigimos al puesto de helados más cercanos.

— ¿Qué libros míos haz leído? — Curioseo, cuando, estamos en la fila para comprar.

— ¿Sinceramente?

— Sinceramente. — Le pido.

Las aventuras de Cupido y yo, Cupido me flechó y Cupido te declaró mi amor. — Me río fuerte; él ha leído mi trilogía entera de "Cupido". Para ser alguien tan primitivo, jamás me lo imaginé leyendo ese tipo de libros.

—Vaya, te gusta el romance.

—Sí...— Dice con nostalgia. — Me ha gustado desde niño.

— ¿Entonces porqué me trataste como un animal?

—Porqué, Jesús, chiquilla, a veces sólo olvido lo que mi madre me enseñó.

— ¿Tus modales y valores?

—Mas que eso, ser un caballero.

—Yo diría más bien un caballo.

—No, Cristina. Es sólo que...uno se cansa de buscar a la mujer correcta, y de tratarlas a todas bien, luego de tantas desilusiones amorosas.

—Woah, Raul, eso es...— Observó su rostro y me doy cuenta que está apretando la mandíbula.

— ¿Ridículo? Sí...

—No, no, no, Raul. Es hermoso. — Digo, llevando mis manos a su rostro. Él se estremece ante mi tacto y me gusta eso. — Es hermoso que aún allá hombres que se puedan expresar así. Es cómo, Elio, mi personaje literario, él bien le rompe el corazón a Azusena, una vez, pero se lo dice de una manera tan particular que no sabes si realmente está terminando con ella o sólo quiere dejar de sentir ese loco amor,  porqué, mierda, ¡Es Cupido! Y se supone que Cupido no se puede enamorar y mucho menos de una mortal.

Chiquilla, en serio te quiero besar. — Vuelve a decir y mi corazón está en pleno galope, cuando nos damos cuenta que somos los únicos en la fila para comprar.

—Dos de chocolate. — Le indicó al vendedor, antes de tomar desprevenido a Raul y besarle; besarle como ya no se besa en estas épocas; con esperanza, con anhelo, con miedo y temor, porqué no quiero enamorarme y que me vuelvan a destruir el corazón, me lo roben y luego tenga que volver a buscarlo entre mis viejas fotografías de preparatoria, cuando nada me importaba y solo soñaba.

Besos Achocolatados©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora