Siempre he querido subirme a un taxi y al pasar por al lado de un puente decir: «¿sabe? En este puente me suicidé hace un año».
¿Es ahora cuando se supone que he de comenzar a relatar una historia de fantasmas cuya semejanza con la realidad sea la misma que la de un unicornio y un sapo? No, no lo es. Perdóneme, por favor, si el título le parece engañoso y permítame, si no es ninguna molestia para usted, que le recomiende que se quede a leer este relato para comprender el porqué.
Hola. Mi nombre es Nana y soy una chica, a mi parecer, normal.
Los rayos del Sol que se filtran por la ventana de la clase de química penetraban en mis ojos, cuyos párpados entrecerré para tratar, sin éxito alguno, de impedirlo. Devolví la vista al cuaderno, tras llevar largo rato contemplando el paisaje, inmersa en mis pensamientos.
«Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. ¡Ring!»
Eso son el reloj y el timbre de mi instituto.
-Gilipollas.
Ese es Edorta. A mi parecer, el gilipollas es él.
-Tía, ¿has visto las mallas de la Nana? Si no tiene culo.
Esa es Laura. Papá, rico; mamá, rica... Y ella, pija y consentida. Nunca escatima en ropa, tiene a todos los chicos que quiera tras ella, es guapa... Ah, y es una zorra.
-Bua, tía. Es verdad... Se cree guay y no llega ni a chachi piruleta. -Ambas rieron.
Y esa se hace llamar Ale, aunque su nombre real es Alejandra. Es la lameculos personal de Laura y sin ella no sería nadie. La imita en todo, hasta llegar a tal punto que parecen gemelas. Solo que no es una la mala y otra, la buena; sino que una, la mala y otra, la peor. En fin...
Salí de clase y me encontré con Irati.
-¡Hola, Nana!
Siempre. Siempre, siempre, siempre sonríe. Me transmite alegría. Por eso la considero mi mejor amiga. Cuando la veo, en mi oscuro infierno brotan coloridas flores, se despeja el cielo y se vislumbra un majestuoso arco iris... Es capaz de todo con solo ese gesto.
-¡Hola, Tati!
Nos pusimos a charlar sobre nuestras cosas, de camino a casa.
Yo soy su consejera personal y ella, mi defensora ante esos necios que tengo por compañeros. Siempre he pensado que hacemos un buen equipo.
A la salida, Iker me esperaba. Me esperaba con sus ojos rojos y su pinta de porreta. Pero al acercarme más a él para besarlo, no pude evitar percibir un olor distinto. Me separé inmediatamente.
-¿Qué pasa, Nana?
Se tambaleaba al andar y su aliento apestaba, pero no sabía a qué.
-¿Has consumido algo distinto, cari?
-Sí, ¿pues?
Él sabía de sobra que a mí no me gustaba que se metiera movidas raras. Era mi novio y lo quería, para lo bueno y para lo malo. Pero ciertas cosas me superaban. Y es que ya tenía yo bastante con mis propios problemas como para atender los caprichos de mi pareja. ¡Ja!
Ya llevaba así dos meses. Dos putos meses insoportables. Muy a mi pesar, le dije:
-O esa mierda que has probado, o yo. Elige.
Perplejo, se sentó en el banco más cercano que vió y se quedó ahí, mirando a la nada.
¿A la nada o al todo? Porque lo conozco suficientemente bien como para saber que está reflexionando acerca del dilema que le corroe, el que acabo de plantearle.
ESTÁS LEYENDO
Hipócrita rosa y dulce negro
PoesíaEl mundo desde la perspectiva de una simple mundana.