Cassie nunca hablaba. Vivía en un gran mundo imaginario y no necesitaba nada más que eso para ser feliz. Ella creía que tenía muchos amigos, de entre ellos gatos, pájaros, e incluso ardillas. Eran invisibles a los ojos de sus compañeros, pero para Cassie era lo único que tenía.
Hubiera sido muy impopular de haber existido ese término entre los alumnos de primaria.
Más tarde, al empezar el instituto, todo parecía que iba a ir igual.
Todo salvo por un detalle. Estaba sola. Eso siempre habia sido así, pero nunca le había importado, y entonces comenzó a sentir que faltaba alguien en su vida. Por muchas personas que hubiera a su alrededor riendo y bromeando, nadie estaba ahí llorando con ella, o dedicándole la tarde para escuchar sus pequeños problemas triviales que pronto se convertirían en una montaña de pesadillas.
Si la veías por los pasillos, iba a ser siempre con un libro y una mirada triste.
Se podría decir que empezó a cambiar, aunque no era un cambio realmente, sino una liberación. Seguía siendo la misma de siempre, pero más real.
También su vida cambió en otro aspecto. Cuanto más crecen los niños, más crueles son, y de eso da fe Cassie. Mientras que antes la ignoraban simplemente, ahora la despreciaban, y se lo demostraban.
Puede parecer una tontería, pero deja un vacío muy profundo. Sobre todo porque empezaba a dejarse convencer por esas palabras, y no había nadie para desmentirlas.
Le producían asco y desprecio, pero en el fondo ansiaba sentirse rodeada y querida.
-Fíjate - pensaba - si yo no diera asco tendría amigos.
Pero apareció alguien que puso fin a estos momentos de soledad. Su amigo. Llamarlo mejor amigo sería un engaño, puesto que no tenía otro.
En resumen, este amigo era justo lo que necesitaba, sin él probablemente hubiera cometido alguna locura, como unirse a un circo, o suicidarse.
La entendía y la escuchaba cuando lo necesitaba, pero tambien la hacía reír como nadie nunca antes. Empezaron a juntarse solos en el recreo alejados de todos los demás, que en ese momento les importaban una mierda.
Pero esa felicidad verdadera al haberse encontrado con alguien verdadero, se esfumó. Y no por la falta de Rich, él seguía ahí. Algo que nunca antes había experimentado (o al menos no de manera tan repentina y permanente) la invadió. El parásito revolvió sus entrañas y se instaló ella como un virus malicioso en un anciano indefenso. No sentía nada.
Nada.
Tan solo percibía un vacío enorme en ella que iba creciendo cada día y un gran peso que la mantenía cansada y sin ganas de nada.
Al principio era soportable, pero fue aumentando.No era que su vida fuese un infierno, de eso no podía quejarse. Pero algo la hacía sentirse muy triste y muy vacía. Y eso la entristecía mas. Porque pensaba que era egoísta por su parte tener un amigo increíble y a pesar de eso estaba triste. A veces, incluso deseaba tener algún problema como justificación a su tristeza, sin darse cuenta que estaba más que excusada. Y cuando Rich la sorprendía con un "qué te pasa", no quería que se preocupase por algo que ni siquiera formaba sentido en su cabeza, y respondía "estoy cansada" o "me duele la cabeza". Esto debe de sonar a frase suicida-attention whore, pero es la realidad. Y así pasaron los meses, con altibajos emocionales, pero podía decirse que feliz, y con los resultados académicos de una tortuga con dislexia. Hasta ahí, las cosas fueron fáciles.