1- Selnalla (de "Prisma. El cisne negro")

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Espero sentado en una de las mesas del local. En frente de mí hay una libreta de anillas. Podría parecer ordenado de no ser porque la parte de atrás de la hoja está llena de dibujos y garabatos. Pruebo el boli sobre el papel, pero no pinta. Lo pruebo sobre mi lengua mientras espero a mi invitado.

Con un suave crepitar, la puerta del local se abre de par en par y surge una figura a contraluz que domina todo el recinto. El extraño se mantiene así un rato y luego da varias zancadas hasta mí.

—Que la Dama te guarde, muchacho. Intuyo por tu indumentaria y las características del lugar al que me has traído, que eres mi contacto. ¿Me equivoco? —Levanta una de sus finas cejas negras y su mirada inexpresiva adquiere un matiz inquisitivo.

—¿Eeeh? Bueno, sí... Debo ser yo... —Le hago un gesto para que se siente, cauteloso—. Me llamo Hayden y formas parte de mi proyecto social. Tú debes de ser... Selnalla. ¿No?

Se sienta sin despegar su inquietante mirada de mí y asiente levemente.

—Así es. Selnalla soy yo, y yo soy Selnalla.

Le miro con curiosidad.

—Euh... ¿De qué vas disfrazado?

—¿Disfrazado? Yo que tú cuidaría la lengua, pequeño. Más de uno la ha perdido por dirigirse a mí sin el respeto consecuente a mi cargo. —Abre el pliegue de la túnica y enseña varios dedos cortados colgando del cinturón.

Le miro con cara de susto.

—¿Dónde vas con eso ahí, enfermo? ¡Que nos van a echar!

El camarero se acerca y nos pide saber qué vamos a tomar. Yo le pido el té más barato que haya y miro a Selnalla.

—No tomaré nada —dice simplemente.

Cuando el camarero se va, miro a mi invitado con desconfianza.

—Bien. Vamos a empezar con la entrevista. ¿Cuál es tu nombre completo?

—Si alguna vez mi tuve algún apellido, lo he olvidado hace demasiado. Hace siglos que he trascendido las cadenas que os atan a vosotros, los mortales. —A medida que sus palabras de serpiente se inflaman en el aire, su mirada y su piel enfermiza adquieren un nuevo matiz mucho más repulsivo.

—Bueno, "mortales" dice. Qué aires de flipado me trae —murmuro para mí, burlón—. A ver. Siguiente pregunta. ¿Edad?

El invitado entrecierra lentamente los ojos esta vez, como tratando de rebuscar en los rincones más oscuros de su memoria. El camarero trae el té.

—Tampoco la edad funciona de la misma manera en mí. ¿Envejece aquello que está muerto? Aunque si tomamos como referencia los ciclos astronómicos de vuestro Sol, diría que unos cuatrocientos diecinueve. —Los abre de nuevo y me mira fijamente.

—¿Qué...? No, venga. En serio.

—Pequeño, ¿acaso te parece que estoy bromeando? Más allá del corto entendimiento que has alcanzado en estos irrelevantes años, más allá de las sucias calles de este mundo por las que te hayas arrastrado, existe todo un universo que no conoces. —En sus ojos desaparecen las pupilas y se tiñen de pronto de un negro inescrutable, lo que acentúa aún más, si cabe, su aspecto macabro—. Tu casa se halla ahora detrás de ti. El mundo, delante...

—Qué dices, tío. ¿Vas de chamán de la vida o algo? Y deja de hacer eso con las lentillas, que me estás poniendo nervioso. —Bufo e intento centrarme—. A ver. ¿De dónde eres?

Tea Time: Entrevistas a tus personajes (CERRADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora