Empujé el peso de todo mi cuerpo contra sus rodillas, tratando de hacer palanca para separarlas. Mi polla punzaba inútilmente contra su trasero, pero no podía penetrarla mientras sus rodillas estuvieran cerradas con tanta firmeza.
-¡Quítate de encima! -gimió, empujándome.
-¡_______, maldición, te estoy suplicando! -gruñí-. ¡Por favor! ¡Mi pene duele demasiado! Es el peor dolor que he sentido nunca.
Me miró y su rostro pareció suavizarse. Podía ver que odiaba verme sufrir, al igual que yo odiaba verla herida. Alzó la mano y me acarició la mejilla, y luego asintió. Sus rodillas se relajaron levemente, y con firme presión, me las arreglé para abrirlas. No perdí tiempo, tratando de entrar en ella antes de que pudiera cambiar de opinión.
Mi pene empujó firmemente contra ella. Usé mis dedos para separar sus labios vaginales, y guié la cabeza hasta que estuvo justo en su entrada. Empujé suavemente al principio, pero su himen no cedería. No quería lastimarla, pero sentí que si no entraba en ella pronto, mi pene estallaría en llamas.
-Lo siento -susurré justo antes de empujar dentro de ella con toda la fuerza que pude reunir.
Literalmente sentí su himen romperse mientras mi polla se abría paso a través de él, y ella gritaba de dolor y me arañaba la espalda.
-¡Ay, ay, ay! -lloró-. ¡Duele!
-Lo sé, nena. Lo siento -dije.
Rasgué su camiseta y se la arranqué de un tirón, mirando fijamente sus perfectos pechos. Los toqué mientras empujaba profundo en su interior. Lágrimas resbalaron por sus mejillas, y su rostro estaba rojo y contorsionado por el dolor. Quería ser dulce con ella, pero mi polla no me lo permitía.
Deslicé mis manos debajo de su espalda y las puse en sus hombros, sujetándola con firmeza para ayudarme, empujé mi pene más y más profundamente en su coño, y lo sujetó con tanta firmeza que casi parecía una aspiradora succionándome. Una y otra vez, golpeé dentro de ella, martilleándola incansablemente. Sabía que me odiaría. Una vez que todo acabara, me despreciaría por el dolor que le causé. Lo sabía. Pero no me importó. No podía pensar en nada más que el intenso placer de Oops! a mi hermanastra, de desgarrar su himen en pedazos y martillar sin piedad su coño virgen.
-Oh... mi.... Dios -gruñí mientras continuaba empujando dentro de ella-. Tu... coño... es... tan... caliente...
-¡Fóllame más fuerte! -jadeó de repente.
Sorprendido porque en realidad parecía estarlo disfrutando, obedecí. Mis manos se enredaron en su pelo, y lo usé como riendas, tirando fuerte mientras lo usaba como una fuerza opuesta para permitirme penetrarla más profundamente. Bajé mi boca a la suya, y metió su lengua de inmediato, besándome apasionadamente.
-Oh, sí -gimió-. ¡Folla mi coño!