Capítulo 6: Un árbol aleatorio en un día cualquiera.

23 2 0
                                    

Abro los ojos. Lo primero que veo es el familiar techo de mi cuarto, con cuatro bombillas, repartidas equitativamente por el espacio que hay en el cielo de mi habitación siendo arrancado cruelmente por unos gigantescos dedos afilados, los cuales parecen pertenecer a un arbusto que quiere fagocitar mi hogar. En efecto, cuando el techo alcanza la suficiente altura como para dejarme ver qué es lo que lo está arrancando sin piedad, me doy cuenta de que mis pensamientos no están equivocados.

Bien. A ver cómo hago yo esto. Imaginaos un árbol, bien. Ahora ponedle que mide unos dieciocho metros de altura, tiene unos espesos brazos fibrosos y una "cara" de pocos amigos. Oh bueno, y encima del árbol hay, a modo de hojas, una especie de peluca afro gigantesca y de color verde. Tambien lleva puesta una bufanda multicolor de gigantescas dimensiones al rededor del espacio que hay entre la "cara" y los hombros, básicamente el espacio que correspondería al cuello. La verdad es que es un espectáculo maravilloso.

Aún en pijama, salgo de mi cama soñoliento, como todas las mañanas. Armo mi cañón láser de brazo y apuntándolo como puedo, aprieto el gatillo, con ningún resultado, ya que el disparo se va hacia la derecha, ya he dicho que estoy soñoliento. Aprovecho que el árbol gigante está en proceso de "fagocitación tejadil" y me dirijo rápidamente al baño a lavarme la cara.

Después de esto, apunto el cañón de nuevo hacia él, y disparo, esta vez con unos resultados más satisfactorios, produciéndole un pequeño agujero en su corteza. El árbol decide que atacarme es una opción mejor que dedicarse a comerse mi tejado, por lo que lanza su puntiagudo y gigantesco dedo hacia mí varias veces, siendo esquivado en todas ellas. Mientras esquivo, voy cargando el cañón, y cuando está completamente cargado, lanzo toda la energía acumulada de sopetón hacia mi enemigo.

Le hago una terrible herida circular en lo que vendría siendo su tronco, valga la redundancia, y el terrible monstruo que pretendía comerse mi casa, cae al suelo, explotando en montones y montones de hojitas y ramitas. Rápidamente me propulso hacia el techo de mi casa y lo voy dejando caer poco a poco hasta que está perfectamente colocado sobre las paredes del piso.

De repente, todas las hojas que había soltado el monstruo al morir se convierten en unos pequeños bichillos chiquitillos que se dirigen hacia mí, profiriendo unos grititos que soñarían algo más aterradores si fueran un par de octavas más graves. Enseguida se abalanzan sobre mí con movimientos eufóricos y en unos pocos minutos estoy completamente cubierto de ellos. Intento quitármelos de encima, pero ellos se niegan a soltarme y se agarran más fuerte.

De repente noto un tremendo golpe en la cabeza, que hace que me desmaye al instante, sin poder hacer nada.

Como Un Día CualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora