Capítulo 4: La vuelta a casa en un día cualquiera.

61 4 0
                                    

Mi amigo Camacho, como siempre, me está esperando en la puerta del colegio, con cara de: "¿Que coño has estado haciendo para tardar tanto, escoria humana?". Yo me limito a avanzar, y él me sigue. Llegamos hasta mi casa y hablamos de temas varios, como el bolígrafo mutante venido de otro planeta que ha engullido sin piedad a la profesora de francés, que por cierto, ya le iba tocando, y el cual yo, en un acto de heroicidad y valentía he exterminado lanzándole mi zapato-misil, el cual vuelve a mi pie automaticamente, obteniendo otros 50p de XP y 10 monedas más (ya me da para bajar al chino esta tarde y pillar Doritos y Mountain Dew).

Por fin llegamos al portal de mi casa, y con un cariñoso "fuera de mi vida, engendro desgraciado", me despido de mi amigo, el cual me responde cariñosamente "que asco que das, ojalá que un cuervo robótico te arranque las entrañas poco a poco".
Subo a mi piso, saludo a quien quiera que haya en casa con un "hola", y me dirijo a mi habitación, ignorando por completo el "buenos días" que suena desde el fondo del pasillo, cosas de la rutina, supongo.

Lanzo la mochila a mi cama con un atlético movimiento, y justo después de la mochila, voy yo, lanzado a grandes velocidades contra el colchón de mi cama, la cual hace un crujido bastante gracioso, dejándome muy claro que no le ha hecho ni la más mínima gracia esa preciosa demostración de mi perfecta forma física, la cual está en un estado deprimente. Me quedo en esa posición durante unos segundos (o minutos...), hasta que mi cabeza me recuerda de que todavía tengo vida por vivir y decido levantarme e ir a comer, justo después de oír el típico de "Josemi, la comida ya está". Veloz como el arroz, voy hacia la cocina y me siento el mi sillita de princesa, esperando impaciente mi ración diaria de nutrientes del mediodía.

En seguida mi madre me trae un plato repleto de papitas fritas, un buen filete de pollo empanado, y un huevo frito. Parece que hoy el gran Dios GabeN me sonríe. Empiezo a comer como un jabato, devorando sin piedad papitas fritas que suplican por su vida, y trozos de pollo embadurnados en salsa barbacoa que intentan escapar de su muerte inminente, con ningún resultado. El caso del huevo frito es demasiado gore para describirlo. Después de lo que algunos calificarían de genocidio, me levanto de la mesa con la tripita llena y me dirijo a mi habitación, a dedicarnos a mí y a mi amada unos minutos de amor y pasión: cojo el mando de la Xbox, enciendo el pc, conecto el mando y dejo que empiece la magia. Mientras yo estoy distraído con mi alma gemela, un pequeño bichejo, más o menos de la altura de una pila de 9V se abre paso a través de la puerta de mi habitación, y me enfoca con lo que parece ser una ínfima cámara. Después de unos minutos de sigiloso espionaje, se desvanece en las vastas y yermas tierras del pasillo de mi casa.

Como Un Día CualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora