Estudio del dulce
O el día en el que Mycroft lleva a un amigo a casaTragó fuerte por tercera vez en apenas dos minutos, intentando conseguir algo más de paciencia -tenía mucha, sin embargo- para que le ayudase a tratar con su compañero de clase y así, por fin, acabar aquel sencillo ejercicio que era un insulto para su persona.
—Lestrade—le llamó tras carraspear, en un tono amable que muy en el fondo nada tenía de amable -su hermanito bien lo sabía-.
—Greg.
—... Greg—la mirada que le lanzó al mencionado bastó para que se sentase correctamente en su sitio con una sonrisa nerviosa, Mycroft sintió que esa vez no sería interrumpido—, sabes cómo hacer este ejercicio de moles con glucosa, ¿cierto?
El susodicho parpadeó dos veces en total confusión, y, para el horror del Holmes, amplió su sonrisa: —Así que se trataba de eso, ¿eh?
—No sabes qué es la masa molar.
—¡Claro que lo sé! —se quejó Greg, sonrojándose débilmente en claro signo de indignación y vergüenza. Sus ojos cafés se desviaron del rostro molesto del otro, buscando una vía de escape—. Es el equivalente a una... masa térmica... ¡a-atómica! Expresada en gramos.
—Lo has leído del libro—el castaño vio cómo el ego de su compañero se desinflaba cual globo.
—¡Vale, no lo sé!
Mycroft presionó el puente de su nariz, intentando controlar el creciente dolor de cabeza que le había provocado esa conversación tan... insulsa y sinsentido que no podía acabar de creer que la hubiese tenido. Lo admitía, Gregory Lestrade podría resultarle el tipo más... ¿interesante? -jamás le llamaría atractivo, antes perder ante Sherlock-, pero también el que menos luces tenía de clase.
—Para calcular la masa molecular hay que hacer lo siguiente...—y ahí fue cuando Lestrade dejó de entender lo que le estaba diciendo Mycroft, a pesar de que se esforzaba de forma sobrehumana para comprender todos los tecnicismos que le estaba diciendo el otro. Por nada del mundo fue culpa de su embobamiento al notar que el muchacho tenía los dedos finos y alargados o a causa de esos ojos azules que brillaban ante la emoción de, seguramente, tanto tecnicismo -irónicamente-.
No se imaginaba a sí mismo aprendiendo todo aquello solo para que el Holmes le dedicase una sonrisa. De hecho, empezaba a sentirse mareado ante la idea.
—¿Has entendido?
—Sí, sí—tras un par de segundos en absoluto silencio y sintiéndose juzgado por esos ojos azules, se desmoronó: —Hazlo tú.
Se sorprendió bastante -por no decir que casi se estampa contra la puerta de salida- al escuchar que Mycroft Holmes le invitaba a ir a su casa bajo la excusa de "¿No es eso lo que hacéis normalmente?". Greg admitía que el objeto de sus devociones era algo complicado, pero era parte de su encanto así que tampoco podía quejarse demasiado.
No cuando su hermano era mil veces peor. Porque estar discutiendo dónde durmió tu mejor amigo en casa de su novia, a sus ojos, era ser mil veces peor; esperaba, por nada del mundo, jamás llegar a ser el protagonista de una discusión así.
Lanzó una mirada de comprensión al rubio que no tenía ni voz ni voto en la conversación de los hermanos.
—Por favor, Sherly—habló el mayor de los Holmes, bajo la confusa mirada del amigo rubio del mencionado—, está claro que durmió en el sofá.
—Sigo votando por la colchoneta, Mike—se burló el pelinegro. Lestrade simplemente suspiró, no acababa de creer que a Sherlock El rarito le gustase aquel muchacho mayor que él—; cállate, Graham.
Frunció el ceño.
—¡Si no he dicho nada!
—Estabas pensando y es molesto—se quejó de vuelta. Greg buscó ayuda en Mycroft, quien simplemente rodó los ojos y se acomodó en su asiento.
—Es Gregory.
—Encantado, él es John Watson.
—¡Sherlock!
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Los Holmes
FanfictionLos hermanos Holmes eran raros, pero a John no parecía importarle demasiado.