Capítulo III - Calma Antes de la Tormenta

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Una semana pasó desde la conversación del bar, y las cosas no habían cambiado. Marina no había vuelto a saber de Gastón, a excepción de un mensaje que éste le había mandado diciéndole que estaba todo bien, en respuesta a un primer mensaje de chat de ella que le preguntaba cómo andaba todo.

Julián tampoco había vuelto a tocar el tema, aunque Marina estaba convencida de que no había creído del todo la explicación que le había dado.

Pero a pesar de que todo estaba igual, ella no podía relajarse.

Había buscado el nombre que se le había escapado a Gastón en su relato, Aldana Torres. No había muchas notas, solo unos pocos artículos que hacían referencia a un accidente automovilístico en 2012, donde un joven de 19 años había sido atropellado por la entonces veinteañera Aldana. El accidente había sido registrado por las cámaras de seguridad del municipio. Un chico, identificado como Joaquín Peretz, estaba cruzando la avenida por senda peatonal (y con el semáforo a su favor) cuando el Audi A4 que conducía la joven lo había chocado a una velocidad que, estimaban los peritos, rondaba los 250 km/hr.

Las crónicas (que eran todas similares, más o menos con el mismo grado de información) agregaban que, si bien la joven no había bebido ni consumido ninguna sustancia ilegal, su licencia había expirado casi un año antes del accidente, por lo que no solo había excedido ampliamente la velocidad máxima permitida en una avenida, sino que aparte, no tenía permiso alguno para manejar.

Ninguna nota hacía referencia a la familia de Aldana, su procedencia o profesión, aunque de la marca y el modelo del vehículo se desprendía que era una persona de buen pasar económico. No había más información que esa. Tampoco había muchos datos del joven que había fallecido. Sólo un número de teléfono, con el pedido de que cualquiera que hubiese sido testigo se comunicara.

No era sorprendente la escases de información. Después de todo, accidentes de ese estilo sobraban, más en un país con altísimas tasas de mortalidad por imprudencia e inseguridad vial.

Igualmente negativo fue el resultado de la búsqueda que realizó sobre los jefes de Gastón. De Julio Di Luca, Mario Mazzati y Dante Ardebo no aparecían más que los datos profesionales y algunas notas respecto de juicios más o menos famosos en los que habían intervenido.

Se sentía frustrada. Quería hacer algo para ayudar a su amigo, pero chocaba ya no sólo con su propia limitación, sino también con la limitante que le ponía la poca información obtenida. Le generaba impotencia saberse superada por la situación. Ella no era periodista de investigación; hacía muchos años que había dejado de serlo. Lo suyo era el análisis de variables, de procesos cambiantes y dinámicos, pero siempre dentro de márgenes más o menos establecidos o mínimamente previsibles. Esto escapaba de su zona de confort.

Le quedaba todavía un último recurso, que no había explorado: pedirle ayuda a Juanjo Del Cruz.

Juan José "Juanjo" Del Cruz era, muy probablemente, el mejor periodista de investigación del país. Los últimos cuatro grandes escándalos políticos que habían salido a la luz, habían sido investigaciones de Juanjo. Con 66 años a cuestas (de los cuales 46 habían estado dedicados al periodismo) tenía contactos, y sabía usarlos. Lo sabía todo y era extremadamente cauteloso. Trabajaba en silencio, metódicamente. Uno nunca podía asegurar si estaba detrás de un nuevo caso o no, si tenía o carecía de algún tipo de información, hasta que un día caía en la redacción con toda una investigación armada y lista para publicar.

Tenía varios juicios en su contra en marcha, llevados a cabo por personas implicadas en sus denuncias. Hasta ahora, jamás le habían podido ganar un litigio. Y esa era la otra gran causal de su prestigio: por más que habían intentado, nunca se había podido desmentir fehacientemente ningún dato que Del Cruz hubiese dado a conocer.

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