-O sea, no sólo que me mentiste, sino que aparte no me pensabas decir nada. Perfecto.
Julián se paró, se acercó a una de las ventanas y se quedó mirando a través de ella. Marina lo observaba aún sentada en el sillón y sentía cómo las lágrimas empezaban a humedecerle los ojos. A ninguno de los dos les preocupaba ya la carne, los platos o la cena.
Sabía que tenía toda la razón del mundo para estar enojado. Le había mentido y, aparte, lo había tratado mal.
-No, no es así. Ya te dije, no te conté porque tuve miedo de pegarte en todo esto. No sabía qué pensar...
-Claro ¿y cuando pasó una semana entera y no pasó nada? ¿A qué le tenías miedo?
Marina se quedó callada, sin saber que contestarle. La verdad era que, superado el primer momento, había tenido miedo de que pasara lo que estaba pasando ahora: que se enojara por haberle mentido.
-Contestame, ¿a qué le tenías miedo? – le volvió a preguntar Julián moviéndose de la ventana y acercándose de nuevo al sillón, aunque sin sentarse.
Ella lo miró ya sin intentar frenar las lágrimas que empezaban a correrle por las mejillas. Julián era de esas personas que se enojan sin gritar, sin hacer un escándalo. Todo lo contrario; nunca perdía la calma en la voz. Pero el tono de decepción y la mirada severa y de dolor, eran para Marina un castigo mucho peor que los gritos desaforados.
-Tenía miedo de que te enojes porque no te había contado la verdad antes – se sinceró. Las palabras que flotaron en el aire dejaron al descubierto una realidad ineludible: era un planteo ridículo en una persona de casi 30 años, porque su miedo era infantil. Pero eso suele pasar con los miedos: en general, son injustificados e infantiles.
-¿Me estás hablando en serio Marina? Somos una pareja ¿no? No entiendo cómo podes pensar que no podes compartir conmigo un problema grave que estás teniendo. Pero ok, supongamos que acepto que tuviste miedo de involucrarme. ¿Y después? Si pasó un día y no tuviste novedades, y pasó otro día... ¿no me podías decir todo esto ahí? ¿Tenías que dejarlo llegar hasta este punto? Sabes que eso es lo que me enoja: no que no me lo hayas dicho, no; me enoja el hecho de saber que no me lo pensabas decir nunca. De no haber sido por este llamado justo en el momento en el que yo estaba acá, no me enteraba de nada.
Julián se había apoyado con los brazos en el sillón mientras le hablaba. Marina no le contestó. Tampoco levantó la vista para mirarlo. Sabía que todo lo que le había dicho era así. Tenía razón, en todos los puntos. Recién en ese momento comprendía lo ilógico que había sido su razonamiento.
-Veo que no me vas a decir nada. Está bien – le dijo él, yendo hacia la puerta y agarrando sus cosas, que estaban sobre el aparador de la entrada. – Pensá lo que te dije.
Marina lo miró abrir la puerta y salir de su departamento. Sintiéndose totalmente vencida por las circunstancias, apoyó la cabeza contra sus manos y rompió en llanto.
Llorar era su descarga. Lloraba por la impotencia de sentirse inútil en una situación en la que no había pedido estar y de la que no podía salir; lloraba de enojo contra ella misma por no haber sido honesta con Julián; lloraba por esa pelea, la primer gran pelea que tenían en más de un año de relación. Pero por sobre todas las cosas, lloraba de bronca: bronca contra la vida, pero en especial contra Gastón, por haberla metido en el medio de una tormenta y haberla dejado ahí, sin paraguas y sin resguardo.
No supo exactamente cuánto tiempo estuvo llorando, pero cuando se levantó del sillón, su mente había formado un objetivo firme: iba a tratar de averiguar la verdad sobre lo que le había dicho Gastón, intentando, en el proceso, desenmascarar a sus jefes y permitirle a él volver a su vida normal. Pero aparte de hacerlo por él, lo hacía por ella, por más egoísta que sonara: se sentía atrapada en el medio de un laberinto y sabía que la única forma de salir era a través de una investigación.
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El Laberinto
Fiksi UmumEstar en el momento y lugar equivocados puede cambiarte la vida. Ser la persona de confianza de alguien, también. Una vez que se entra al laberinto, se debe seguir en él hasta encontrar la salida.