Capítulo II - Realidades Adversas

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-¡Hayes! ¿Qué le pasó que llegó tarde?

La voz de uno de los jefes de redacción la sacó de sus pensamientos y la obligó a volver a la realidad. Apartó su mirada del monitor y la fijó en el pequeño hombre que venía caminando por entre medio de las computadoras.

Horacio Vertes no llegaba a medir más de un metro sesenta. Lo apodaban "Querubín". Contrariamente a lo que se podía suponer, su corta estatura no le generaba complejo alguno. Era sumamente inteligente, y había llegado hasta su puesto jerárquico a base de esfuerzo y trabajo. Conocía bien su trabajo, y además, conocía perfectamente a todos los empleados. Marina lo apreciaba bastante, aunque no lo trataba con asiduidad y ya no se gastaba en corregirlo cuando la llamaba por el apellido. "Es O'Hayes, con O adelante" solía decirle al principio, pero él nunca lo aprendió, o nunca quiso hacerlo.

Esperó para contestarle, plenamente consciente de lo que estaba a punto de hacer, y una vez que él estuvo a la altura de su escritorio le respondió:

-Problemas con los caños de agua de la cocina. El vecino de al lado tiene pérdidas, el de abajo se queja, los plomeros dicen que nadie los deja trabajar... problemas típicos de consorcio. Las delicias de vivir en un edificio – añadió eso último sonriendo. Odiaba mentir, pero no podía hacer otra cosa. – Igual llamé, y le avisé a Martin que estaba demorada.

-Ah, está muy bien. No lo vi a Armbarri todavía. – Martín Armbarri era el jefe del sector económico del diario y respondía a Vertes. - ¿Pudo solucionar su problema?

-Sí, sí, todo bajo control – respondió Marina. Sabía que Horacio no le estaba haciendo un planteo más serio sólo por el hecho de que ella jamás llegaba tarde. Vertes era un enfermo de la puntualidad y varios de sus compañeros, que parecían tener problemas con los relojes, ya habían sido suspendidos en más de una oportunidad. "Acá se trabaja a horario señores. Esto es un diario, no un After Beach" acostumbraba a decirles.

-Bueno, me alegro entonces. La dejo seguir con su trabajo. ¿Cómo vienen esas tasas? – le preguntó Vertes, volviendo a su habitual curiosidad laboral.

Ella sonrió. Horacio no entendía mucho de economía, ya que no era (ni había sido nunca) su hábitat. Lo de él eran los temas legales. Le gustaba y lo entendía. Lo demás le parecía casi anecdótico. Pero, disfrutando como disfrutaba de estar en todo, siempre se interesaba por saber las novedades de todas las áreas informativas. Y como no conocía mucho, en economía siempre preguntaba por las tasas.

-Ahí andan, como siempre complejas en el contexto de este país – le respondió Marina.

Vertes hizo un gesto de aceptación con la cabeza, le deseó un buen día y se alejó.

Ella suspiró profundo y volvió a mirar su computadora. Podía volver a pensar en Gastón tranquila. O todo lo tranquila que la situación le permitía. La conversación que habían tenido en el bar seguía repitiéndose en su cabeza.

-Escuché algo que no debía.

Marina lo miró con sorpresa.

-¿Qué? No entiendo.

Gastón pareció exasperarse un poco.

-Eso Maru, que escuche algo que no tendría que haber escuchado, eso. No hay mucho para entender.

-Para, a mí me tratas bien eh – le dijo Marina, parándolo en seco. No era de esas personas que toleran los malos modos muy bien. Y mucho menos si la persona que los dispensa fue la que pidió el encuentro. – ¡No me estás diciendo nada! Vos me llamás de madrugada, me despertás y me pedís que nos veamos con urgencia ¿no? Bueno, acá estoy, dispuesta a escucharte. Pero si querés que te ayude necesito que me digas algo más que "escuche lo que no debía".

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