Capítulo 5

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-¿A dónde iremos? -preguntó tomando mi brazo.

-Tengo una casa en Oklahoma, iremos allá.

-Creí oírte decir que me dejarías a mi suerte.

-¿Ah sí? ¡Pues deberías lavarte bien las orejas! -rió. Me encantaba verla reír, tenía una sonrisa preciosa.

-¡Gracias Jared! -me abrazó con fuerza. Creí que por fin iba a poder hacerla feliz.  

Caminamos hasta el aeropuerto, de todas formas estábamos cerca, y me gustaba disfrutar de su compañía cada segundo del día. Estaba tan feliz que hablaba hasta por los codos.

Cuando llegamos, simplemente me acerqué a la boletería. 

-Dos boletos a Oklahoma, por favor. Soy Jared White. -la mujer se quedó mirando, un poco sorprendida y asintió.

-El siguiente vuelo es dentro de media hora, pueden pasar por esa puerta.

-Gracias. -la tomé de la mano para poder esperar en el avión.

-¿Qué fue eso Jared?

-Tener el apellido White tiene sus ventajas. Clemence tiene la vida resuelta en todo el mundo. -subimos con mis maletas. Gabriela no poseía absolutamente nada, y a penas tomamos asiento en la primera clase, cayó dormida en su silla reclinable, abrazando la almohada que una azafata le había facilitado.

¿Qué podía hacer yo a más de admirarla todo el viaje? Se había convertido en mi salvación estos últimos meses. Sin importar que hayan matado a toda su familia uno por uno, y luego a su mejor amiga que, para mi alivio, se había ofrecido en vez de ella en una pelea, me recibía siempre con una sonrisa. Decir que la amaba no era correcto, era sólo una niña, y yo, moldeado por la oscuridad y el dolor la superaba en madurez, y no podía pensar en hacer con ella algo más a parte de ponerla en un pedestal y admirarla lo que durara mi vida.

A partir de este día, seríamos libres. Necesitaba conseguir un trabajo, o al menos la manera de obtener dinero, era mi responsabilidad mantener a Gabriela; y mantenerla lo mejor posible.

Había encontrado la manera de filtrar lentamente dinero de la cuenta de Clemence a una cuenta que había creado para mí hacia unos meses, pero estaba seguro de que se daría cuenta en algún momento. O tal vez no. Es demasiado confiada.

Escuché al capitán avisar que aterrizaríamos en unos minutos, fue cuando me di cuenta de que había caído dormido. No podía negar que estaba exhausto, pero tampoco quería que Gabriela me viera perder los estribos, ella creía que yo era fuerte. Cuan equivocada estaba.

-Gabriela, despierta.

-¿Mmm?

-Hemos aterrizado.

-Vale. -susurró más dormida que despierta. Tomé mis maletas con una mano y la rodeé con el otro brazo, se veía desfallecer, y no hacía más que preocuparme.

Tardamos media hora en conseguir un taxi, y después de darle la dirección, Gabriela cayó dormida de nuevo. Suspiré, no entendía nada. Solo quería que me dijera lo que le pasaba.

-Hijo, ¿no eres muy joven para viajar sin tus padres? -lo que me faltaba, un idiota entrometido.

-No. -contesté tratando de no explotar. No debía hacerlo.

-¿Qué edad tienes?

-La suficiente. -respondí esta vez con veneno. Por suerte, entendió el mensaje y dejó de hacer preguntas.

Llegamos y le di un billete, pero esperé el cambio. Aunque eran unos pocos centavos, el conductor los devolvió con molestia, tal vez pensaba que le daría una propina, pero en este momento, cada centavo contaba para mí...para nosotros.

Busqué la tarjeta del elevador para poder tenerla a la mano, hice lo posible por colgarme las maletas y tomar a Gabriela en brazos, se veía tan débil, parecía un cadáver, solo quería que descansara lo suficiente como pare reponerse.

Lo logré, con dificultad, y las puertas del elevador se abrieron.

Cuando estuve en el lugar, no hice nada antes de dejar a Gabriela en la habitación. No tenía sábanas, pero un colchón era suficiente por ahora. La dejé reposar, y parecía ni siquiera haberse dado cuenta del ajetreo, que fue bastante. Admito que fue difícil evitar golpear su cabeza con las paredes un par de veces.

Salí, por fin, a ver el lugar en el que viviría por quién sabe cuántos años a partir de ahora.

Una sala grande, necesitaría comprar sillones. La cocina estaba bien, había un frigorífico, viejo pero serviría. La casa era de hecho bastante pequeña. El único mueble que había era la cama, y ni siquiera tenía sábanas. 

Me senté en el suelo, ni siquiera sabía qué debía hacer. Obviamente lo principal era salir a comprar comida, tal vez sábanas y cobijas. Tomé un papel y escribí una nota.

Salí a comprar comida, por favor, quédate aquí. Hay agua caliente en el baño, puedes tomar una ducha, te traeré algo de ropa.

La puse alado de su cabeza sobre la cama.

Tomé un poco de dinero y me decidí a salir. Como no podía permitirme más gastos, tuve que caminar hasta encontrar un centro comercial. Era una ciudad grande, y me perdí hasta que tuve la valentía de pedir ayuda, pero necesitaba hacerlo, prefería caminar.

Ya en un supermercado elegí comida. Un poco de lo básico. Verduras, condimentos, frutas, carnes, pan, huevos, nunca me gustó la leche así que la descarté, y pagué.

-¿Disculpe, sabe si hay tiendas de ropa para niños? -le pregunté a la encargada de la caja.

-Describe a tu niño. -respondió.

-Niña, ella tiene 15 años.

-¡Sorpresa! eso no es una niña cariño, es una adolescente. -detesté su comentario, era una niña para mí.

-¿Dónde puedo encontrar ropa?

-Hay un local, de aquí al final del pasillo, a la derecha.

-Gracias. -tomé mis bolsas, decidido a no escucharla más.


Tampoco estaba decidido a dejar que la encargada de la tienda me ayudara a elegir ropa para Gabriela, así que la busqué yo mismo. 

-Perfecto. -pronuncié en un susurro al encontrar unos jeans y un buso gris. Tomé una pijama rosada de unicornios de la sección correspondiente y me dirigí a pagar. Sería suficiente por ahora, mañana la traería para que ella eligiera el resto de su ropa.

Al salir pensé en qué más podríamos necesitar por ahora. Regresé al supermercado. 

El cielo se estaba oscureciendo, así que busqué rápidamente un shampoo y jabón. Ni siquiera me fijé en si el olor le gustaría a Gabriela, tomé el que primero apareció.

-¿Encontraste la ropa para tu niña? -preguntó la cajera. Me estaba sacando de mis casillas sinceramente.

-Cállate. -respondí saliendo lo más rápido posible.

Tuve que tomar un taxi, estaba ansioso por llegar a casa, ni sabía el porqué, pero Gabriela me preocupaba. 

El último sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora