Capítulo 12

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-No llores. -dijo abrazándome, aunque hace unos segundos la vi perder el control, ahora su voz era dulce y cálida, como si no estuviera a diez días de morir. O quién sabe, menos.

-¿Cuándo ibas a decírmelo? -repliqué separándome de su pecho cálido.

-Planeaba irme antes de decírtelo. -respondió unos segundos después de pensar.

-¿Cómo podrías? -pregunté, esta vez dolido por su comentario.

-No quería que sufras.

-Es muy tarde ya. -Gabriela se separó por completo y caminó hasta tomar las bolsas de compras que había traído, después caminó hacia la cocina como si no hubiera pasado nada.

Me quedé atónito, sin saber si debía seguir llorando, dar paso a mi ira, o simplemente irme a dormir.

-¿Acaso no te importa? -pregunté desde la sala.

-No hay nada que hacer, Jared. -respondió con un grito desde la habitación.

-Pues bien. -susurré para mí. Me sentía totalmente derrotado, había pasado toda la tarde maldiciendo al mundo, sin darme cuenta de lo fundamental que era la situación, no había solución.

Decidí acostarme, aunque aún era temprano y no había comido nada en todo el día. No me importaba. Durante los minutos que tardé en quedarme dormido la escuché yendo de un lado a otro, moviendo cosas, abriendo el frigorífico, y arrugando fundas de supermercado.


-Jared. ¿Quieres comer? -dijo a mi lado.

-Mmm. -respondí dando la vuelta y cerrando los ojos una vez más.

-Hice estofado.

-Estoy cansado.

-Vale. -dijo con la voz impregnada en tristeza y se retiró. Mis manos se movieron hasta mi cara, me sentía mal por tratarla así, pero no tenía la capacidad de contenerme ahora. Pronto el olor del estofado llegó a mi nariz, y lo siguiente que vi fue a Gabriela entrar con dos platos de comida humeante.

-¿Qué haces? -pregunté incorporándome cuando me ofrecía una cuchara llena de estofado.

-Dijiste que estabas cansado. -respondió. Abrí la boca, y ella metió la comida con cuidado, para después dejar el cubierto en mi plato y tomar una cucharada de su propia comida. Estaba delicioso, pero no tenía ganas de hablar. Durante la siguiente hora, Gabriela fue alternando una cucharada a mi boca, y una a la suya, hasta que los dos platos quedaron vacíos. Me acercó un vaso de agua a los labios. Bebí con el cuidado de no derramar nada.

Parecía un muñeco, tirado contra la pared del estudio y siendo alimentado por una niña menor a mí; bueno, una chica.

Eché la cabeza para atrás, mirando por la ventana.

-¿Cuál es tu sueño Gabriela? -la escuché sonreír.

-Siempre quise ir a París con el amor de mi vida, y tener una boda perfecta. -respondió varios minutos después. A mi parecer, era la fantasía más infantil que había escuchado.

-¿Por qué París?

-Mis padres se conocieron en París. Ella era voluntaria y él estudiaba artes allá. Se casaron a los pocos meses de conocerse, y ya ves, hasta murieron juntos. -me dolió recordarlo. Clemence había hecho que sus padres se maten entre sí. 

La miré, traía un sonrisa preciosa en el rostro, y bajaba la cabeza, pero las lágrimas no parecían querer salir de sus ojos. 

-¿Cuál es tu sueño?

El último sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora