Capítulo 7

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-¡Una mariquita! -gritó alejándose.- ¡Tenías una mariquita alado de la oreja! -claro, no iba a besarme, ¿¡en que estaba pensando!?

-¿Te gustan?

-Me encantan. Cuando era pequeña siempre salía con mis hermanos a buscarlas por el jardín. ¡Habían muchas! -sonreí, ¡qué inocente era! parecía tener tan solo 12 años, como máximo.

-¿Desde cuándo estás despierta?

-Son las 11 de la mañana Jared, desperté hace una hora, pero tú has dormido como piedra.

-Creo que lo necesitaba.

-¿Sabes qué más necesitas?

-Dime tú.

-¡Una cama! ¡No puedo creer que hayas dormido aquí! -traté de levantarme. Error. Hice una mueca de dolor, pero de todas maneras me obligué a incorporarme. No era del tipo de dolor que te deja tirado en la cama por días. O bueno, en este caso, en el piso.

-Hablando de eso, hoy tenemos que salir a comprar un par de cosas. Tengo una lista. -metí mi mano en el bolsillo, para caer en cuenta que seguía con la ropa del día anterior.- Puedes anotar lo que creas que haga falta. -lo pasé por alto esta vez.

-Mmmm. -tomó el marcador que le ofrecía.- U-na ca-mma. ¡Listo! No se me ocurre nada más. -me miró sonriendo. Estaba radiante aún en esa horrible pijama de unicornio.- Hice el desayuno. -se levantó, así sin más, por lo que me vi obligado a seguirla, aunque mi espalda me gritaba que no era la mejor idea.

Me encontré con un plato de huevos fritos y bacon.

-¿Tu ya comiste?

-No, te estaba esperando. -se sentó a mi lado en el piso de la cocina.

-Necesitamos también una mesa.

-Yo lo anoto. -deslizó su mano por el bolsillo trasero de mi pantalón y sentí ruborizarme. Pero claro, ella no pensaría lo que yo al respecto. Necesitaba calmarme.- ¡Ya está!

-Anota también sillones para la sala.

-Vale. -la miraba escribir al cien por ciento de concentración.


-Gracias por el desayuno. -dije levantándome.

-Jared, déjalo, ya lo lavaré yo. -respondió. Ella aún no acababa.

-No, está bien.

-No. Insisto. No te voy a dejar hacer todo aquí. Ve a ducharte, lo necesitas. -arrugó la nariz, pero reímos al momento.

-Vale, gracias. -le acaricié la cabeza al pasar a su lado.

Tomé mi maleta y me dirigí al cuarto de baño, maldita sea, necesitábamos también una cortina de baño. Lo anotaría al salir. Eché el pestillo a la puerta y me quité la ropa.

El agua realmente se sentía bien. Deseaba poder tener una tina en este momento. Di masajes a mi adolorida espalda, de todas formas el agua ayudaba también con eso.

Cuando estuve dispuesto a hacer algo más que perder el tiempo, tomé el shampoo que había comprado la tarde anterior.

-Vamos a necesitar otro. -susurré oliendo el contenido del frasco. Vi la etiqueta y me castigué por no haberla leído antes.- Cebolla, idiota, cebolla. -pronto me sentí mal, le había prometido que no volvería a decir malas palabras, y creo que los insultos entran en esa categoría. Era mejor ir pronto al supermercado.

Salí sin tener nada con qué secarme, así que simplemente retiré los excesos de agua con las manos y esperé un poco a estar más seco. Tomé una camiseta negra y unos jeans, eran suficiente, eso siempre era suficiente.

-¿Gabriela? -pregunté al salir.

-¿Sí? -la escuché desde la habitación, así que caminé hacia allá.

-Estaba pensando, ¿qué te pondrás para salir de compras?

-Creo que algo tuyo podría quedarme.

-¿Estás segura? -de pronto me sentía enorme a su lado.

-Sí, déjame probar.

-Ten. -le di la maleta y salí cerrando la puerta.

Como no tenía nada mejor que hacer, la esperé afuera de la habitación. Minutos después salió.

-Creo que esto servirá hasta que lleguemos a un almacén de ropa. -la miré. Traía las zapatillas blancas que se usaban en la casa de Clemence, el pantalón que yo le había comprado y una de mis camisetas amarradas en un costado con la liga de pelo.

-Primero iremos a por tu ropa entonces.

-Claro.


-¿Sabes qué también necesitamos? -pregunté mientras tratábamos de conseguir un taxi.

-¿Qué?

-Un auto. -por fin había parado uno, le abrí la puerta para que entrara primero.

-Tienes razón. -dijo después de pedirle al hombre que nos llevara al centro comercial.- Lo buscaremos. -continuó emocionada.

-Claro. -no quería aguarle la fiesta.


-Jared, éste me gusta. -dijo señalando un almacén de ropa.

-Claro, vamos a ver si podemos encontrar algo. -entré con ella, sintiéndome incómodo ante la mirada de todas las encargadas.- Gabriela, mira esto. -le mostré un vestido gris.

-Jared...eso es...

-Déjame ayudarte. -dijo una de las encargadas.- Tú puedes sentarte ahí. -señaló una banca.

-Gracias. -dije aliviado, al fin y al cabo, entre mujeres se entienden.

Las esperé, durante dos horas y media sin saber en qué más pensar, cuando por fin Gabriela me hizo señas desde el mostrador. Estaba puesta un vestido blanco de tirantes, con flores de colores anaranjado y rosa. Llevaba unas converses anaranjadas que combinaban bastante bien. Se veía muy linda.

-¿Eso es todo? -pregunté tratando de no mirarla más de lo debido.

-Sí, es suficiente. -le entregué mi tarjeta de crédito.- ¿No quieres saber cuánto cuesta todo?

-No, solo págalo. -salí de la tienda.

-¡Gracias!

-De nada preciosa. -respondía la encargada. Gabriela, al salir, me tomó de la mano.

-Déjame ayudarte con eso.

-Tú carga la uno y yo cargaré la otra. -respondió.

-Déjame ayudarte con las dos.

-No, yo puedo con esto Jared.

-¿Algún día vas a hartarte de mí?

-¡Lo dudo! -rió y nos dirigimos al supermercado.

Sacó la lista y me llevó de la mano a través de las estanterías, tirando en el carrito todo lo que necesitábamos, sin preguntar nada.

-Compra también shampoo.

-¿El que compraste no está bien?

-No me digas que aún no has olido mi cabeza. -reí incómodo.

-¡Tienes razón! -rió acercándose. Tomó un shampoo para ella y uno para mí. Agradecía no ser obligado a oler a rosas.- Necesitamos una cortina para el baño. -dijo llevándose un dedo al labio inferior.

-Creo que las vi por acá. -fue mi turno de conducirla.

-¡Éstas me gustan! -dijo mostrándome unas cortinas de peces rosados y azules.

-No voy a pagar eso.

-¡Por favor!

-¡Tienes un pésimo gusto!

-Jared... -me miró suplicando.

-Ponlas en el carrito. -respondí al fin rendido. No podía pelear con ella.

-¡Gracias! -gritó riéndo. Me di cuenta de que las cortinas no le gustaban, simplemente quería llevarme la contraria y sacarme de quicio. Era divertido pasar el tiempo con ella.

El último sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora