Capítulo 3: Price we pay

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Pasaron unos días más, lo normal, asesinatos sencillos, justos y sin demasiada complicación, pero llegó un día. Llegó ese día.
-Alan Wither, Sue Catline, Talya Hills , Clarke Bloodhound y Paul Marker tienen un encargo especial. Acompañadme al despacho del señor McFlavins, por favor.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. Si nos iban a mandar a media élite debía de ser un encargo peliagudo. Alan se me acercó, medio cubierto por su pelo marrón, y sonrió.
-Verás, si nos mandan a los cinco es una misión suicida o lo más cercano a una. Nos vamos a cagar.
-Ya ves... No me da un pelo de confianza -respondí, notablemente inquieta-. Es la primera vez que trabajamos conjuntamente.
-Además, si vamos a matar a alguien, ¿un hacker de que sirve? Esto va a ser gordo, muy gordo.
-Y divertido.
-Muchísimo -sus ojos castaños brillaron con ganas de entrar a la acción entre su pelo oscuro-.
Talya se unió a la conversación.
-Tengo un mal presentimiento...
-No eres la única -Paul contestó desde el otro lado del pasillo-, esto no pinta muy bien.
-Ya...
Llegamos al despacho de McFlavins y Minerva dio tres toques, parando en seco sobre sus tacones de aguja, y la compuerta se abrió automáticamente. Connor era un hombre de unos cincuenta años, con pelo cano y perilla, pero que inspiraba respeto y intimidaba. Levantó su metro noventa con esfuerzo y nos saludó cordialmente, sin una mota de amabilidad, puro protocolo.
-Tomad asientos, mis valiosos compañeros. Tengo una "propuesta" un tanto... amena que haceros.
Nos sentamos en el sillón de piel. Un tupido poto colgaba sobre nosotros y tapaba con sus hojas el rostro de Talya, que se enzarzó en una graciosa lucha con la planta para apartarla de su rostro.
Sue soltó una carcajada.
-La planta se ha enamorado de ti, te está pidiendo matrimonio, pobrecita, vas a romperle el corazón a una planta.
Talya suspiró.
-Jo, pues pobrecilla, la dejo pues.
Dejó de pelear con la planta y se dejó las ramas en la cara. Alan se llevó la mano a la cara, desesperado.
-Y esta es la generación que salvará el mundo.
Minerva tosió toscamente para poner orden.
-Gracias -le agradeció McFlavins-, y ahora, si es posible y no hay más historias de amor con mi poto, me gustaría exponernos el nuevo proyecto.
Éramos todo oídos. Al ver que no comentábamos nada prosiguió con su exposición. Tocó un botón en la mesa de su oficina y apareció un holograma con un edificio enorme.
-Esto -señaló la imagen azulada que flotaba delante de nuestra cara- es la discoteca Pochi Sany.
-Joder que nombre -se rió Paul-. Perdón, siga.
Connor arrugó el entrecejo y le ignoró.
-Es un garito en el centro de la ciudad que hemos descubierto que se dedica a entregar a jóvenes inocentes a sectas y mafias, básicamente son secuestrados y les lavan el cerebro, convirtiéndolos en marionetas fácilmente. Mafias que trafican con personas, drogas, armas, órganos, niños, y demás espantos, y además de que van a por nosotros. Nuestro objetivo es destruir ese garito y a todo el que esté en él para evitar que proliferen y que haya testigos. Habrá una sesión esta misma noche donde está planeado hacer una captación.
¿No entendía bien o nos estaba pidiendo que matásemos a cientos de jóvenes inocentes porque serían esclavizados? Levanté la voz.
-Espere, ¿está diciendo que entremos ahí y nos liemos a tiros con todo el mundo?
-Aparte, también pido que matéis a todos los integrantes de la mafia. Será un duro golpe.
-¿Y cuántos inocentes morirían?
-La sala tiene un aforo de setenta personas. Setentas personas que serían esclavizadas de forma inminente.
-A las que también tendríamos que matar.
-Exacto.
Me indigné.
-¡¿PERO ESTÁ USTED LOCO?! ¡CÓMO NOS PIDE QUE MATEMOS A SETENTA INOCENTES! ¡PERSONAS QUE NO TIENEN LA CULPA DE NADA! ¿¡TIENE USTSD CORAZÓN?! ¡Me niego rotundamente!
Me dispuse a irme enfadadísima cuando Minerva me cortó el paso.
-Señorita Bloodhound, a esto no se puede negar porque no es voluntario. Es una orden. Y bajo pena de exilio, si no la realiza, será expulsada por rebelión contra Death Zone.
La sangre me hervía. Si me expulsaban, la pasma me encontraría en nada y me metería en la cárcel por todos mis crímenes.
-¡No puede obligarme!
McFlavins me miró, sin rastro de emociones.
-O mata o la echamos. Si no lo realiza, la expulsaremos y la denunciaremos por la cantidad de vidas que ha segado. Decida. Y lo mismo para ustedes. Pueden irse. Saldrán a las ocho de la tarde, pueden estar preparados.
Minerva se apartó y salí hecha una furia. Paul corrió detrás de mí y me agarró el hombro.
-¿Tú estas mal no? ¿Pero como le hablas así a McFlavins?
-Es un capullo, mucho te rescato de la calle pero luego quiere que seamos sus esclavos. ¿Qué me harían si me escapo de D.Z?
-Te perseguirían hasta encontrarte y te matarían si no te pilla la poli.
-Menuda mierda.
Me di la vuelta y entré en mi cuarto, dando un portazo. Me miré al espejo y me dio vergüenza lo que vi.
A alguien que mataría a muchos inocentes en cuestión de horas.

El motor del helicóptero rugía, atronando los oídos del grupo y revolviendo las cabelleras. Subí al helicóptero y este echó a volar como un ángel exterminador llendo a su destino, a cometer una masacre. Me agarré a una baranda y asomé la cabeza. Mi pelo flotaba alrededor de mi cabeza y fijé la mirada en la ciudad, a lo lejos, con un hermoso atardecer de fondo, teñido de rojo, como la sangre que iba a derramar. Suspiré y el aire me llenó los pulmones con una bocanada helada al retomarlo. Hacía mucho tiempo que no sentía este peso en mi corazón. Me sentía humana por ello, aunque en realidad soy monstruo.

Nos dejaron en la azotea de un edificio, cercano a un pequeño local iluminado con múltiples luces violetas y del que salía un ruido que hacía retumbar el suelo. Había un cobertizo con una mesa sobre la que había un enorme ordenador, el puesto de Alan. El chico entendió sin necesidad de palabras y se acercó. Había una libreta sobre el PC y la abrió.
-Vale, este es, por lo que parece, el plan. Yo me quedo aquí y hackeo el sistema de la discoteca. Entráis como si fueseis simples fiesteros y cuando yo desconecte todos los sistemas de alarmas, música, luces y demás os liáis a tiros con todo ser vivo. Luego ponéis esto -agarró un paquete lleno de cables- que se supone que es una bomba y salís corriendo. Luego yo peto todo y volvemos a casa... Es una masacre... pero si no obedecemos la hemos cagado...
Nadie comentó nada. Había un silencio sepulcral, la calma antes de la tempestad.
Sue levantó la voz, infundiéndonos ánimos.
-Venga, vamos a ello, que para eso nos pagan. Manos a la... obra.
Alan se puso en su puesto de mando tras repartir unos intercomunicadores para ir guiándonos y bajamos por unas escaleras al suelo. Paul me puso una mano en el hombro y pude ver la culpa en sus ojos.
-Venga, nosotros podemos con esto y mucho más. No te preocupes, todo saldrá bien.
-¿Cómo puedes decir que saldrá bien cuando vamos a matar a decenas de inocentes? -Talya estaba a punto de estallar. Esto era demasiado.- ¡Más les vale que nos paguen mucho por esta masacre, porque si no me lío a tiros con ellos!
-Te apoyo. Les arrancamos la piel entre las dos -reí nerviosa-.
-Venga... Basta de cháchara y... a trabajar -Susi estaba hecha un manojo de nervios también.
Abrió la puerta al club y entramos uno por uno.

Dancing With The DeathDonde viven las historias. Descúbrelo ahora