Cris... —ella volteó y sonrió dulcemente levantándose de encima del tela marrón que cubría el viejo sofá. —Siento interrumpir, sólo...
—¡Oh, Jey! —dijo pasando su mano por mis mejillas. —El tiempo te pasa en vano, al parecer ni un largo viaje con desvelos te logra cambiar.
—No esperabas que volviera siendo un catire ojos azules ¿no?
Cris rió agitando mi cabellera.
—Eso ni pensarlo. Ese tostado de tu piel no se quita ni que... —dudó un momento. Y rió nuevamente acercándose a mi oído. —Ni que afinque mis largas uñas en tu cuerpo. —susurró.
Mi piel se erizó y sonreí nerviosamente.
—¡Vaya! No hagas eso, no acá. —implore.El Sr. Ralcón se acercó en nuestra dirección, llevaba consigo el largo saco gris que comúnmente posaba sobre su cuerpo, sus desgastados vaqueros y su vieja libreta de anotaciones.
—¡Viejo amigo! —dijo cubriendo mi delgado cuerpo con sus robustos brazos y dejó palmadas en mi espaldas. —¡Esto hay que celebrarlo! Quizás quieras compartir con nosotros una de las tantas botellas de vinos guardadas en tu desván.
Reí moviendo mi cabeza de lado.
—Cuanto quisiera, Ral. Pero aún tengo pendientes. —mentí.Hace par de meses había zarpado al norte a bordo de un barco Alemán, con la ilusión de conquistar lo que hasta ahora había considerado "mi sueño anhelado". Sin embargo, esa travesía me sirvió para una sola cosa, darme cuenta que los sueños no se encuentran a kilómetros de distancia sino ahí, ahí donde está tu corazón; y mi corazón sólo había un lugar donde podía hallarse, y era en el pecho enloquecedor de esa hermosa mujer. Realmente el último de mis planes en ese momento era pasar la noche junto a Ralcón y el resto de compinches que arrastraría consigo hasta mi hogar. Hoy sólo quería estar con Cris, contar mis aventuras, mis desvelos, todo mi camino recorrido. Quizás encender un cigarrillo, algo de musica, y sentarme junto a ella frente a la chimenea, mientras se nos consume la noche y a mí, me dura mi sueño.
Ral sonrió y asintió a mis disculpas.
—Entiendo, pero tenemos ese compromiso. —dijo y se volvió de espaldas para marcharse, pero momento seguido volteó mirando a Cris. —Aroll dice que te quiere en su oficina.
¿Aroll? ¿En serio?
—¿Aroll?. —pregunté a Cris, en el momento en que Ralcón se marchó.
—Sí, ha vuelto la semana pasada y ahora ocupa el puesto de su padre.
—¿Cuántas cosas, no? —vacilé. —Me ausento par de meses y todo cambia.
—¡Cris!. —gritó Ral desde el pasillo. —Ya tendrás tiempo para ver a Jey. Ahora vuelve al trabajo.
—Lo siento, Jey. —Cris tomó mi mano y dejó un beso en mi mejilla. —Te llamaré al salir.
Se dio la vuelta y se perdió por el pasillo de las oficinas del despacho de los Koch.Durante mucho tiempo mis días estuvieron destinados al trabajo, consumidos entre páginas de algún periódico local; sin muchas vueltas, ni remolinos... Sin tanta tormenta. Hasta que la vida me jugó una mala... Bueno, ni tan mala pasada: enamorarme de Cris. ¿Qué cosas, no? Quién iba a decir que yo, Jey Marti, terminaría enredado con la mujer que sólo busca enredos y nada más. De la que miles de veces observé rechazar a par de buenos prospectos y sólo querer aventuras. Para Cris el compromiso no era más que una manera sutil de arruinarse la vida. Y para mí, ser su... Es difícil poner un nombre a lo que somos, porqué a veces parecemos ser mucho, y otras veces parezco sólo su juguete sexual. Pero a quién voy a engañar, sé que será mi destrucción, sin embargo, es ella la manera más sutil de yo morir.
Escuché el teléfono sonar, y desperté del pesado sueño que tenía. Sonreí al abrir los ojos y mirar que nuevamente estaba en mi hogar, en mi habitación, en mi mundo.
—¡Jey! —dijo Erick emocionado al atender. —En par de minutos estoy en tu puerta.
Pasé la mano por mi cabello y di un bostezo.
—¡Amigo! Me alegra tanto escucharte. Siento no haberte llamado esta mañana.
Erick rió.
—¡Vamos! No pasa nada, Jey. Entiendo que había alguien más por quien debías pasar primero.
Seguí su risa y contesté:
—Mejor no vengas, yo iré por ti al bar. Par de tragos me vendrían bien.
Erick asintió a mi propuesta y colgó.
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Intermedio.
RomanceEse día fue común; lo mismo de siempre: millones de besos, centenares de ilusiones y entre dos corazones, uno que quedaba en pedazos. ¿Qué ironía, no? Pensar que un corazón se puede destrozar segundos después de haber llegado justo al éxtasis de la...