Capítulo 4

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"¡Legolas!"

Keldarion corrió hacia el balcón y buscó rápidamente por el jardín, pero no vio nada fuera de lo normal con la excepción de la nieve que se acumulaba poco a poco en el suelo. Y no había ni rastro de su hermano.

"Ay, Legolas, ¿dónde estás?" –se preguntó el príncipe en voz alta, rascándose la cabeza.

Entonces, se le ocurrió algo. Agarró la barandilla del balcón y saltó por encima, aterrizando ágilmente sobre la tierra húmeda, y a continuación corrió hacia el laberinto, creyendo que encontraría allí a Legolas haciendo lo mismo que él la noche anterior.

Pero para su confusión y alarma, lo único que había en el centro del laberinto era la estatua. El mármol húmedo brillaba bajo la pálida luz de la luna, pero no había señales de Legolas. Keldarion cada vez estaba más frenético.

"¿Dónde estará? –entonces se quedó mirando la estatua, con el ceño fruncido-. ¿Tienes algo que ver con esto? –gruñó, sin esperar respuesta, pues si lo hiciera saldría corriendo del susto.

Sin ganas de averiguarlo, Keldarion se dio la vuelta y salió corriendo del laberinto. Buscó en cada rincón del jardín en pos de su hermano, quejándose todo el tiempo.

"Solo los Valar sabrán dónde está ese mocoso" –murmuró, mirando entre los arbustos bajo un roble gigante antes de dirigirse al mirador. Legolas tampoco estaba allí.

A pesar de que sentía que algo iba mal, Keldarion no podía dejar de sospechar que se trataba de una broma y que su hermano solo estaba jugando con él.

"¡Seguro que está escondido en algún lugar del palacio, riéndose por verme corriendo como un loco! ¡Grrr!"

Agarró uno de los pilares de la glorieta y lo apretó, imaginándose que era el cuello de su hermano.

"Espera a que te ponga las manos encima, elfling insolente... ¡Ay, Elbereth! ¡Legolas!"

Con un grito de alarma, Keldarion saltó apresuradamente de la glorieta y corrió por el césped hasta el estanque de peces a cien yardas de distancia. Con su aguda vista había divisado a alguien tirado boca abajo en el agua, y no tenía dudas de que se trataba de su hermano menor.

"¡Legolas!"

Keldarion se lanzó al estanque. El agua solo le llegaba a la cintura, así que se apresuró para llegar a Legolas que yacía inmóvil entre los juncos que crecían cerca de la orilla. Después de muchas dificultades y resbalones por el fondo fangoso, Keldarion llegó hasta su hermano y le dio la vuelta, jadeando consternado al ver el color azulado de su piel.

"Oh, Valar... Legolas, Legolas. Contéstame, por favor" –suplicó Keldarion mientras apartaba la cortina de pelo empapado de la cara de su hermano y acariciándole la mejilla varias veces. No recibió respuesta y los ojos de Legolas permanecieron cerrados.

Keldarion agradeció que al menos respiraba, aunque apenas, y supo que tenía que actuar con rapidez y llevarlo al cálido interior del palacio antes de que su hermano sucumbiera al frío. Pero entonces se dio cuenta de que Legolas se había enredado de alguna manera con las largas plantas. Muchas de ellas se enroscaban en sus brazos y alrededor de su pecho desnudo.

Acunando a su hermano con un brazo, Keldarion usó su otra mano para cortar las plantas y tan pronto como liberó a Legolas, lo cogió mejor y volvió a la orilla para luego salir corriendo hacia el palacio.

Sabiendo que no tenía tiempo de sobra, Keldarion evitó la escalera principal y simplemente subió por la pared, entrando por su balcón. Extendió rápidamente una manta en el suelo, justo delante de la chimenea ardiente, y dejó a su hermano sobre ella. A continuación, corrió hasta el armario y sacó más mantas con las que abrigar a Legolas.

La Tentación de la LocuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora