Fiesta para olvidar.

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  Primeramente, pensé en quiénes firmarían con la "P". Había tres opciones, Pamela, Paul y Plutarco. Descartaba, claramente, a Pamela. Ella no era más que una muchacha demasiado preocupada por su vida social y por si su cabello estaba bien peinado o el viento se lo había revuelto. No era una joven que gastaría el tiempo en molestarme a mí. 

  Luego estaba Plutarco. Siempre lo miré y traté con cierta lastima, ¿a qué padre se le ocurría ponerle aquel nombre tan feo a su hijo? Había hablado pocas veces con él, era un muchacho callado y reservado. En algunas de esas pocas charlas, me explicó que su nombre se lo habían puesto sus padres dedicado a  un historiador, biógrafo y ensayista griego. Sus padres eran de Grecia, de allí la lógica a su nombre.

  A Plutarco lo descarté, era uno de mis pocos compañeros que me simpatizaban y no me bastó más con que preguntarle si el me tomaba por estúpido, que me miró con cara de asustado, me tartamudeó que no y confesó que me consideraba su amigo. Le pedí disculpas y me alejé, ya sabiendo quién había sido.

  Paul era el típico muchacho idiota que se las daba de malo. Creía que por desobedecer y fumar yerba todos le temían. Le gustaba molestar a las personas en general y hacerse el lindo con las chicas. A las muchachas, suerte para él, les gustaba, pero sólo a las más tontas. El resto creía que era un cretino, él y sus dos amigos. 

  Sin muchas vueltas me acerqué al grupo, con los puños en los bolsillos de la campera, listo por si pasaba algo, y el ceño fruncido en el rostro. Mi voz sonó gastada, como ya cansado de toda aquella situación. Pero recién había empezado.

  —¿Qué tan inteligente te crees como para escribir una carta amenazante, dejarla en mi buzón el sábado por la mañana, firmarla con tu inicial y creer que me voy a asustar?

  —¿De qué demonios hablas, Félix Wuman?

  —Ya lo sabes idiota. —respondí, enojado, mientras Paul me miraba y sus amigos apenas prestaban atención a mis palabras y no hacían más que mirarme con ganas de darme una paliza— "Te observo, todo el tiempo, Félix" y una linda firma con la letra P, de Paul.

  —Tú eres el idiota, Wuman. Yo no escribí ninguna carta. Además, el sábado no me desperté hasta después del mediodía, y te lo puede confirmar Lilian. Estuve con ella toda la noche, y no sabes cómo la hemos pasado.

  Lo miré con una mezcla de asco y confusión. Paul me guiñaba el ojo luego de decir aquello de Lilian, lo que me producía un inmenso rechazo. Lilian era bonita, pero pensar en Paul acostándose con alguien me repugnaba. Una mueca de sin entender se dibujó en mi rostro. Sabía bien que si Paul hacía una broma, y la persona picaba, gritaría orgulloso que lo logró. Se reiría en su cara y festejaría. Pero no estaba haciendo nada de eso. Antes de poder decir algo más, Paul me empujó con uno de sus brazos gruesos por el hombro y no pude evitar dar un paso hacía atrás. 

  —Ya, vete a otro lado Félix, antes de que me den demasiadas ganas de joderte realmente y escribirte un montón de amenazas.



  El resto del día mantuve un gusto amargo en la boca. Nadie se había hecho cargo de aquella estúpida broma, cosa que me extrañó. No comprendía, pero, luego de terminar el día en el colegio, mientras volvía, decidí que lo mejor sería olvidar el tema.

  No más de una vez creí escuchar pasos detrás mío. Suaves ruidos que iban lejos, pero sin embargo hacían el mismo trayecto que yo. Varias veces me di vuelta para encontrar el causante de aquellos pasos. Nunca lo encontré. Me convencí que yo, tan idiota, estaba paranoico luego de esa carta. Y es que, en cierto punto, creo que lo estaba. No lo iba a aceptar, ni me imaginaba poder aceptarlo, pero la carta me había puesto nervioso. Y es que, también, a mí me ponía nervioso toda cosa que yo desconociera la respuesta.

  Ya llegando a mi casa, queriendo dejar de pensar en todo ello, como había dicho que iba a hacer, mandé al carajo el tema y decidí ir esa misma noche a algún boliche, pues ¡era viernes! había que salir a algún lado, o eso creía yo.

  El resto dela tarde la pasé en mi habitación sin hacer nada, sin preocuparme de nada. Sólo me contacté con un amigo para saber si esa misma noche iría a bailar, y si era el caso, a dónde. John, así se llamaba, me dijo que sí y me pasó la dirección del lugar. Quedamos que nos encontraríamos ahí, pero que no andaríamos juntos. Pues, si se habla con la verdad, yo me pretendía enganchar  a alguna chica y si estábamos juntos, bueno, se suponía que nos debíamos preocupar uno por el otro, y no tenía ganas. 

  Vale destacar que todas mis amistades eran así, algo egoístas. Primero yo, luego mi amigo. Primero lo que yo quería, luego lo que él quería. Pero, ¡eh!, esto no es malo, no es malo si las dos personas están de acuerdo y las dos actúan de esa manera. Y así era.

  La noche llegó, y consigo la fiesta. Nada nuevo. Luces de colores, gente amontonada, calor, alcohol por todos lados. John en la pista, rodeado de algunas chicas que no pude evitar ver. Lo saludé, y con esa sonrisa de "el alcohol ya me está haciendo efecto", me presentó a las muchachas. Sólo recuerdo el nombre de una, pues es a la que me logré ligar aquella noche. Estuve toda la fiesta con ella, Alice. Realmente bonita e interesante. Una muchacha que valía la pena, hasta tal punto, que intercambiamos números para volver a vernos.

  Era tarde cuando volví a casa, no recuerdo la hora. Me dolía la cabeza por el alcohol y la música, pero había sido una buena noche. Había logrado dejar de pensar en esa carta y había conocido a Alice, que, me molestaba admitirlo, pero me había maravillado. Contento por esto, me acosté y me dormí, sin saber qué me vendría al día siguiente.

  

Amenaza en cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora