De mal en peor.

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  Mamá no aparecía.

  Alice no respondía los mensajes.

  Seguía recibiendo cartas de un psicópata.

  Mi vida iba de mal en peor.

  Luego de no encontrar a mi madre en la casa y hacernos a la idea de que no nos iba a responder su móvil y que ya no iba a aparecer ese mismo día, pues era tarde y el cielo ya oscurecía, mis abuelos decidieron llamar a la policía. 

  Ya de por sí, la casa era un caos. Mi hermana lloraba y gritaba, gritaba y lloraba, mis abuelos se estaban imaginado el peor de los escenarios para todo aquello que sucedía, los policías que hacías preguntas, los vecinos, chismosos, que miraban, y bueno, yo, que no podía dejar de caminar de un lado al otro. 

  Fue entonces cuando fui a mi habitación, en un momento desesperado de volver a revisar la casa para estar seguro de que no estaba escondida allí, que me encontré la tercer carta. Para continuar la tradición, volví a chillar. No la llegué a abrir, pues me sentía asfixiado. Decidí entonces salir a la calle, a tomar aire. Y ahí me encontré la cuarta carta. La única razón por la que no chillé era porque, entre aquellos vecinos chismosos, pude encontrarme, por sorpresa, a Alice.

  Se acercó a mí con paso rápido, parecía seriamente preocupada. Es que yo estaba demasiado vulnerable en ese momento, o es que ella estaba más preciosa cada día. 

  —Oh, ¡oh!, Félix, ¿qué ha pasado? Escuché algo sobre tu madre, pero no comprendí. —Me dijo en un tono preocupado, mientras me buscaba la mirada. Yo estaba ausente, la miraba pero no la veía. 

   —Ha desaparecido mi madre. 

  No fue hasta cuando lo dije, en voz alta, confirmando la desaparición, que me largué a llorar. La muchacha me rodeó con sus delgados brazos y me guió hacia dentro de mi casa. Supongo que luego la guié yo a ella, pues terminamos en mi habitación sentados en la cama. Creo que en otra situación completamente diferente, que hiciera pasar a una joven a mi casa en frente de la familia, a mi abuela la hubiera puesto en un nivel de felicidad que hasta organizaba una fiesta. Pero no, no, por cómo estaban las cosas, Alice pasó completamente desapercibida. 

  Ya en mi habitación, sentados en la cama, los dos sobres posaban en mi falda. Yo lloraba y mojaba los papeles. Alice me abrazó, y me acunó contra su pecho.

  Si bien no esperaba que me besara, así lo hizo. Y fue mágico. Ya no era por tener contacto físico, como anteriormente había sido, ahora era por sentimientos, por emociones y sensaciones. El tiempo se detenía, yo me calmaba y de pronto sentía que todo iba a estar mejor. 

  Separarme de ella fue algo muy difícil de hacer, y abrir los ojos aún más, pero al encontrar una sonrisa, ¡oh, qué bonito! ¡oh, qué cursi todo esto!

  Volví mi atención a los sobres y, recién en ese momento, noté que uno no era de color amarillento. El papel era blanco limpio. Lo abrí y leí.

  Querido hijo:

  No te preocupes por mí. Dile a Agnés y a los abuelos que tampoco lo hagan. Voy a volver.

  Te amo mucho. 

                                                                                                                          Madre. 

  Suspiré. 

  Sí, la carta no era muy buena. No me tranquilizaba mucho, en realidad nada, ¡pero al menos no era el psicópata que me amenazaba! 

  —¿Puedo leerla? —Dijo Alice, interrumpiendo mis pensamientos.

  Asentí y se la di, mientras yo abría la otra.

   Querido Félix:

   Pronto nos veremos, y si tú quieres y haces todo bien, también verás a tu madre.

  Primeramente, no le mostrarás a nadie esta carta; luego recibirás más instrucciones.

  Te quiere,

                                                                                                                             —P. 

  Esa carta confirmaba una idea que ya había pasado por mi mente pero había preferido ignorar; la desaparición de mi madre estaba asociada al demente de las cartas.

  Volví a llorar, y Alice me volvió a consolar. No dijo palabras acerca de la primer carta y, luego de que le permitiera leer la segunda, tampoco lo hizo.

  —Te ayudaré. —Fue lo único que salió de su boca, y que agradecí que así fuera.

  Volví a besar a Alice, sus labios suaves y cálidos me tranquilizaban. 

  Y mi móvil sonó. 

Amenaza en cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora