El hombre de la barra.

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  Un ruido extraño me despertó. 

  En la cama, aún soñoliento, me removí. Miré el reloj para comprobar que era temprano. Diez y media de la mañana. Con razón estaba cansado todavía. De todas formas, me levanté. Aún estando en bóxer, no tuve frío. Siempre estaba la calefacción alta en mi casa, y se notaba que alguien había decidido prender el hogar, pues por la rendija de la puerta se colaba olor a madera prendida.

  Me vestí y fui a mi baño personal. Este mismo daba directo a la habitación. Era espacioso, y tenía una gran bañera. Las luces se prendían al detectar movimiento, algo que parece lujoso, pero algo incómodo si se piensa. Es decir, si me quedaba un tiempo, en la bañera, quieto, la luz se apagaba. Mi madre decía que era peligroso.

  Cuando terminé de asearme, volví a la habitación y agarré mi celular.  Realmente no esperaba pegarme tal susto cuando hice aquello. Mi móvil estaba encima de una carta, y no era la antigua, pues esta la había tirado yo a la basura. Era una nueva. Todavía en aquel papel amarillo y con la misma letra y firma.

  No recuerdo mucho ese momento, pero creo que me puse histérico. Me costó leer qué decía hasta que me calmé y logré comprender.

  "Buen día, Félix.

  ¿Cómo dormiste?

  ¿La pasaste bien anoche? La muchacha parecía simpática.

                                                                                                       —P."

  Grité, supongo que fuerte, porque mi abuelo se asomó por la puerta.

  —¿Pasó algo, Félix? —Me preguntó, con el ceño fruncido tan típico en él.

  Negué con la cabeza y escondí entre mi ropa aquel mensaje tan horrendo.

  —Estoy bien, abuelo. Pasa que me patiné y casi caigo. —Mentí.

  Mi abuelo se rió y se fue.

  Al estar solo nuevamente, releí y volví a releer. Encontrarme la carta me causaba miedo por variadas razones. Primero, la persona que estaba haciendo esto, estaba decidida a continuar. Segundo, este mismo extraño me había estado observando toda la noche en el boliche. Y tercero, no por eso menos terrorífico, este sujeto había dejado la carta en mi escritorio. En mi habitación. Donde yo duermo y dormía en el momento que la dejó.

  Aún agitado, la guardé en un cajón y bajé a desayunar. 

  Me costó pensar qué hacer luego de todo lo ocurrido, cómo tenía que reaccionar yo. Me decidí en contactar a Alice. A mi orgullo le dolía llamar a una muchacha en menos de doce horas después de haberla visto, pero necesitaba saber si ella había notado que alguien nos estuviera mirando.

  Quedamos en encontrarnos a las tres de la tarde en un Starbucks Caffee, cerca de mi casa. Y así fue, pues tres en punto ya estábamos dentro con nuestro pedido listo.

  La muchacha vestía un abrigo negro, unas medias negras, unos zapatos bordos, y guantes y gorro grises. Ahora, a plena luz del día, sus rasgos se le marcaban más. No llevaba puesto maquillaje, y, curiosamente, se la veía mucho más atractiva que la noche anterior.

  —No esperaba tan rápido tu llamado. Se nota que te gusté. 

  Me dirigía una mirada divertida, y no logré comprender si era de manera simpática o de burla. Carraspeé.

  —Pues... No te llamo porque me hayas gustado. Es decir, sí, sí lo hiciste, pero te llamé con otro objetivo. 

  Aguardé un segundo. Tomé de mi café, siendo consiente de que no había sido muy amable con la respuesta y de que, en cierta manera, había ofendido a la muchacha.

  —Alice, sí me gustas. Y quiero darle vueltas a ese asunto, pero antes tengo una inquietud.

  —Dime.

  —Anoche, ¿has notado que alguien nos haya observado? Es decir, ¿sentiste que alguien nos prestó especial atención, de una manera un tanto extraña?

  Alice se me quedó mirando, y yo nervioso, volví a tomar de mi café.

  —Estaba concentrada en ti, no en el alrededor. No noté nada extraño... Tal vez sí, cuando fui a la barra. Alguien, sé que era hombre, me dijo "Tienes una linda pareja allí, parece que disfrutan". Fue algo curioso, me fui rápido.

  —¿Cómo era este hombre?

  —No lo sé. Llevaba una capucha negra, le tapaba el rostro.

  Me puse impaciente, de pronto quería patear una silla y tirar el café al techo.

   —Pero dime algo más. —Rogué.

   —Es que... No lo sé... ¡Tenía la vos grave! Era rasposa... Ah, y estaba bebiendo wisky.

  Asentí varias veces. Esos datos no me servían mucho. Nos quedamos en silencio un par de minutos.

   —Gracias.

  —De nada, supongo.

  Me quedé otra vez callado.

  —Podríamos volver al tema de que te gusto...

  La miré con una ceja levantada, y asentí. Ella siguió hablando.

 —Vivo a dos cuadras de aquí, podríamos, ya sabes...

  Nos levantamos y nos fuimos del café. En el camino no hicimos más que hablar de cosas insignificantes. 

  Su casa era realmente bonita. Muchos muebles, una decoración muy llamativa, curiosa y de buen gusto. Objetos extraños y, evidentemente, caros. Un gran cuadro, abstracto, decoraba la sala de estar. En la cocina, fotos artísticas, colgaban en las paredes. Las luces cálidas ambientaban el lugar de una manera acogedora y tranquila. En una esquina, había más discos y libros de los que se podía contar. 

  Si todavía la muchacha no me había maravillado, ahora lo estaba haciendo su hogar.

  —¿Cómo haces para vivir aquí?

  La casa, aún siendo hermosa, era muy espaciosa para ella. Me sorprendió que viviera sola, pues tenía mi edad y estaba en un barrio adinerado. Tampoco creía que ella trabajara. Era evidente que sus padres la mantenían, pero quería confirmarlo.

 —¿Quieres que admita que soy una mantenida? Pues, qué va, sí, lo soy, como tú también.

  »Mis padres son dueños de varios edificios. Esta es una de las pocas casas que habían comprado, y ahora es mía. Mejor para todos. Ellos no me quieren cerca suyo, y yo disfruto de mi soledad.

   Me miró seria, mientras se acercaba al hogar que estaba en el medio de la sala y lo prendía. Luego volvió a hablar.

  —Ahora, si ya terminaste de preguntarme cosas que no quiero responder...

  Si era sincero, tenía más ganas de hablar de arte y mirar los libros que tenía en la biblioteca que tener contacto físico con ella, pero asentí, me acerqué y la besé.



Amenaza en cartaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora