CAPÍTULO 8 (1 de agosto de 1974)

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Hamlet

He aguantado tanto tiempo, creyendo que podía volver a como era antes, a la soledad y los libros, la oscuridad en la habitacion y el silencio, pero todo se derrumbó de pronto, y esta vez fue su culpa, su culpa por seguir allí a pesar de cuanto desee que él y Lucie terminarán de una vez. Me había vuelto un experto en evitarlo, pero siempre su voz me llegaba desde algún rincón del comedor o incluso cuando pasaba frente a la habitacion de Lucie. Él, en la habitacion de mi hermana, haciendo Dios sabe que. ¿Y cual era mi problema con eso? Por que si fuera la molestia del típico hermano mayor que odia imaginar a su hermana con un chico, lo hubiera aceptado, pero el problema es que ese chico es Dan, y a pesar de que careciera de lógica, no podía soportar imaginarlo junto a Lucie, mucho menos verlo.

Ayer por la tarde fue cuando cometí un gran error al dirigirme a la cocina sin antes asegurarme de que Dan no estuviera en la casa, porque allí estaba, sentado en la barra frente a un vaso de agua medio lleno y mirando la pared tan... Triste. Debí haberme ido en ese momento, porque él todavía no me había visto, pero no pude evitar quedarme allí preguntándome a que se debía esa mirada. Entonces nuestros ojos se cruzaron, y Dan me observó con sorpresa. Decidí que era momento para retirarme, cuando Dan dijo:
-Hola, Hamlet, te ves pálido.
Me quede inmóvil, con mis mejillas adoptando color a medida que sus palabras llegaban a mis oídos. ¿Y que si lo estaba? ¿Qué podía llegar a importarle a él? Lo mire con enojo.
-¿Y que te importa, chico?- respondí- tu también estas hecho una mierda y como no me interesa, lo dejo estar.
Luego de un silencio, Dan embosó una sonrisa triste.
-¿Lo estoy?
No supe que responder. Había sido demasiado violento, lo había lastimado. No podía retractarme, decirle que no era eso lo que realmente pensaba, pero tampoco quería seguir lastimándolo. Alce los hombros y traté de adoptar una actitud indiferente, aunque su mirada me estaba matando.
-¿Que puedo decir? Tienes cara de embobado, como triste.
-Tu también te ves triste- su voz era apena un susurro y no había malicia en sus palabras. En todos esos minutos, no pude apartar la vista después de todo ese tiempo en que estuve evitándolo. Lo cierto es que el también se veía más pálido además de triste, y ahora que lo notaba, había varios moretones en sus brazos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Quien le había hecho eso?
-Yo... yo no estoy triste- Murmuré, sonando terriblemente débil. Me maldeci por dentro y traté de calmarme.
-Si, lo estas, pero no vas a decirme ¿verdad? Entonces yo tampoco te diré porque estoy triste-Dan se puso de pie, sin dejar de mirarme. Me pregunte donde estaba Lucie, y me imagine que fuera ya que no había otra forma de que aquello realmente estuviera sucediendo de estar ella en casa.-si fuéramos amigos... Entonces me lo dirías, y yo podría decírtelo.
-Pero ese es el problema, chico. Tu y yo no somos amigos, nunca podremos serlo.
Sentí como las palabras habían salido igual que las había pensado. No hubo tiempo para detenerme, para cambiar la intensión con la que dejaron mis labios. Por la forma en que Dan abrió los ojos, supuse que había entendido lo que insinuaba mi tono. Aquel "nunca podremos serlo" no había sonado violento, ni como una afirmación que terminaría por dejar en claro nuestra relación. Había algo mas, algo que no podría explicar por escrito, pero que definitivamente ambos habíamos entendido. Dan dio un paso hacia mi, pero nuevamente se detuvo, como si alguien se lo hubiese ordenado. Debo irme, ya, alejarme pero no podía, por mas que lo pensara, seguía de pie allí, mirando sus ojos (aquel día grises) esperando que estos se apartaran primero así podría romper ese hechizo que me obligaba a permanecer mirándolos.
-Hamlet...
No digas nada.
-Tu...
Avanzó hacia mi, hasta que ambos estuvimos frente a frente. No podía moverme, tampoco respirar. Vete, Hamlet, tienes que irte ¡ya!
-¿Estas... estas triste porque no somos amigos...-la voz le temblaba, a mi me temblaba el cuerpo. Estabamos muy cerca, y la forma en que hablaba me asustaba. Todo en él me aterraba- o porque no podemos ser más que eso?
Creo que toda mi sangre cayó hacia mis pies en esos momentos. ¿Por qué? ¿Por qué había tenido que decirlo en voz alta, apartar cualquier duda de que esa tensión, ese "algo más" existía entre nosotros? Si hubiera quedado sólo en mis pensamientos, si tan sólo hubiera logrado ignorarlo por más tiempo, entonces esas palabras no se hubieran materializado y yo lo podría haber olvidado mis momentos junto a Dan, y toda duda al respecto de mis sentimientos, con el pasar de los días. Porque todo aquello no podía estar pasando, no lo estaba, y fue por eso que en vez de contestarle que no estaba seguro de nada, que tenía miedo y preguntarle por qué tenía moretones en los brazos, lo tome del cuello de la camisa y lo lleve hasta donde su espalda chocó con fuerza la pared. Acerque mi rostro al suyo y me asegure de mirarlo con cuanto odio tuviera en el cuerpo, aunque ni una pizca de ese odio era para Dan más que para mi mismo. Dan no parecía asustado, sino triste, totalmente triste, y la idea de ser yo quien estaba lastimándolo era lo peor que había sentido nunca.
-Sera mejor que olvides esa pregunta-lo amenace-, y que te alejes de mi. ¿Me escuchas, chico? No te me acerques.
Pero entonces me quede mirándolo, y el hizo lo mismo. Su respiración estaba agitada igual que la mía, su rostro terriblemente cerca del mío, y mi mano aferrada con fuerza al cuello de su camisa, que con sólo haberla movido un poco, podría haber tocado su rostro...
Lo solté y corrí a mi cuarto una vez que supuse que él ya no podría verme. Cuando cerré la puerta de mi habitación, caí en cuenta de como todo mi cuerpo temblaba y tanto el rostro como las manos me sudaban. Respire hondo unas diez veces y termine por llorar.

Yo no lloro nunca, pero desde que Dan y yo nos conocimos ya lo he hecho dos veces, una por mi madre, la otra por él. No se que me esta haciendo, sólo puedo decir que nunca antes me he sentido de esta manera. Pero después de ayer, definitivamente Dan no volverá a hablarme, y mientras más lo pienso, más ganas me dan de llorar también por ello.

Tiempos ProhibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora