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Al día siguiente de mi llegada a este pueblo decido salir y rodear la casa: el jardín está bastante abandonado, y la casa tiene una inscripción en la puerta que me indica 1887.

Me alejo un poco y veo el estado de la casa: grisácea, las plantas trepadoras que un día hubo están secas, la madera está más que marchitada. 

Decido de entrar y hoy me encargaré de poner en estado la que será mi habitación.

Decido de poner Arctic Monkeys en mi móvil y lo primero que hago es abrir la gran ventana, y cuando la claridad ilumina la habitación veo cosas que no vi antes, como por ejemplo las oscuras paredes, dos muebles en el suelo, la pared realmente deteriorada, y lo que más me sorprendió fue ver otras tres ventanas que desde fuera no se veían.

Tomo un cubo de agua caliente y lo lanzo al suelo, con la fregona empiezo a recoger el agua, sonará estúpido el método, pero al tercer cubo el suele está limpio, o al menos de una forma decente. Para conseguirlo empleé dos horas, ahora veo como hasta mi cara tiene algo de polvo.

Decido bajar para tomar un té, como era costumbre cuando aún mi padre vivía, muchas veces quisiera estar junto a él, sea cual sea el precio, '' Pero Ady ni siquiera para suicidarte sirves''.

Cuando el sol desaparece por el horizonte ya tengo la que será mi habitación limpia de cualquier mota de polvo. -Ya mañana me encargaré del resto- me digo yo misma en voz alta.

**

Al cabo de tres semanas decido salir completamente de la casa y admirar mi trabajo: la fachada retomó un poco su color, aunque sigue predominando el gris, las plantas secas que un día hubo fueron sustituidas por semillas plantadas y regadas. El jardín trasero que un día fue nido de lo salvaje ahora es un lugar digno para poder estudiar y al mismo tiempo para que la naturaleza continúe con su curso.

Decido además que es momento de ir a comprar, en estas tres semanas prácticamente no he comido, la comida que un día trajo mi madre para tres días aún no se ha gastado, y la balanza me lo indica, sin olvidar el espejo del sótano que encontré, después de tantos meses sin mirarme en uno decidí en mirarme, y no me llevé ningún disgusto a pesar de que la imagen que yo misma me había realizado era horrible, tal vez estoy disgustada por mis brazos y por haber sido débil. Siento ganas de llorar, pero no es el momento.

Tras por fin llegar a una tienda me cruzo con gente.

-Buenos días señorita- me saluda amablemente una mujer anciana que inspira confianza como las abuelas, o eso se dice porque no conocieron a la mía, porque mi abuela maternal inspira de todo menos confianza y tranquilidad.

-Buenos días..- me quedó ahí en el saludo porque no sé su nombre.

-Marie, me llamo Marie preciosa- esto es tan diferente a la cuidad, en donde vivía nadie te saludaba, y victoriosa te sentías cuando una mirada te era dirigida en forma de saludo, aunque no siempre era esa mirada de alegría, es más, pienso que el estrés de una cuidad deja que el amargor inunde tu vida.

-Encantada- estrecho su mano con una gran sonrisa, ella parece mirar bien mis manos.

-¡Ay niña!¡Ay niña!- da la vuelta de la barra improvisada para pagar la compra. -¡Carmela!- gritá -¡Carmencita tráeme el chorizo de tu chico!- no sé qué hacer, mi corazón comienza a acelerarse. -Ya verás niña que hay que amar la vida- mira por detrás de mi -Verás que los choricillos del hijo de Camencita te harán amar, ¡sí! , ¡Sí!, amar la vida- sin darme cuenta me sientan en un barril de vino transformado en asientos.

-¡Come niña, come que verás que es mejor que cualquier cosa!- me canta la mujer llamada Carmela.

-Bueno bueno, mejor que cualquier cosa no ¡eh!- entendí el doble mensaje tarde, y casi me atraganto por la risa.

Aprender a morir.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora