Capítulo 1

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Quid est maxima non visiblis

Este es mi credo desde que tengo uso de razón. Mi abuelo me lo repite a cada momento como si de un mantra purificador se tratase. Y aquella mañana no fue diferente. Todos los días son iguales; despertar al alba, desayunar, rezar (repetir mil veces aquella frase) y luego atravesábamos el bosque que rodeaba nuestro arbóreo hogar para llegar hasta las comunidades mágicas donde ahora vivían los humanos. Pero hoy, hoy algo cambiaría. Mi instinto me lo decía.

—Minaliel, ¿hoy me contarás qué significa esa frase? —lo miré con mi mejor cara triste y afligida.

—Pequeña, no es una frase cualquiera. Hace miles de años, muchos siglos atrás, una antigua civilización conquistadora y avanzada hablaba el lenguaje que se refleja en estas palabras —el anciano hizo una pausa, contemplando con calma mi expectante rostro y añadió muy serio—. Arianrhod, nunca olvides lo siguiente que te voy a decir. Nunca, ¿entendido?— esperó a que yo inclinara la cabeza dando a suponer que lo había comprendido para continuar—. Lo importante es lo que no se ve. Ese es el significado, recuérdalo siempre, jovencita.

Aquellas palabras me asustaron, y pocas cosas lo consiguen. La gravedad con la que las había dicho no era algo que usara normalmente. Además, me había llamado por mi nombre completo. Nunca lo había hecho antes.

Asentí con la cabeza, acogiendo con humildad aquella información que me había rogado que retuviera. No tendría mucho problema, mi mente recogía cada recuerdo, sensación o sentimiento y ya no lo olvidaba.

Salí de casa (si es que se puede llamar así) y hundí mis descalzos pies en la blanda y perpetua nieve de aquella región. Yo no sentía frío, una especie de capa térmica me rodeaba como si de una segunda piel se tratase. Mi maestro (también conocido por abuelo o Milaniel) me explicó en su día que era una reacción natural de mi cuerpo ante las bajas temperaturas del lugar. Y es que yo no era una chica normal, una joven maga de ojos claros o una muchacha renegada de ojos apagados. No, mis ojos no eran normales. Sus iris eran negros, tan negros que no se distinguían las pupilas. Bueno, así los veía yo.

Hace tiempo descubrí que dependiendo de la persona y su tipo de magia, pues cada color de ojos era una variedad distinta, ésta los veía de un color u otro. Nunca negros. Pues los renegados los veían marrones, del color del chocolate. Éstos, por cierto, no poseían ningún tipo de magia ya que ésta se transmitía por los haces de luz y según algunas teorías esos haces sólo los captaban colores claros y cada uno un rayo lumínico diferente.

Milaniel era un caso particular, veía en mi toda la gama de colores a la vez. Es decir, para él mis ojos eran el arcoíris. Un lugar de paz y tranquilidad.

En definitiva, yo era Ella. La Magia reencarnada, o renacida, en un cuerpo físico. Con un Destino ya marcado. Como en toda digna profecía, aunque nadie excepto mi maestro la conociera.

Suspiré agobiada tras éstas últimas palabras, cosa que me sacó de mis pensamientos. Levanté la mirada del suelo y observe las edificaciones que tenia enfrente. Ya habíamos llegado a Airgrid, una de las ciudades mágicas.

Hay ocho tipos de magia y, por tanto, de tonos de color.

Azul. Son los magos acuáticos. Controlan el agua y todo lo relacionado con ella. Su ciudad es Gorm. Tienen por antagonista el fuego.

Morado. Son los magos voladores. Controlan el aire, sobretodo los vientos. Su ciudad es Corcra. Tienen por antagonista la tierra.

Naranja. Son los magos ígneos. Controlan el fuego y todo lo relacionado con él. Su ciudad es Oráiste. Y, obviamente, su antagonista es el agua.

El renacer de EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora