A modo de explicación

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Siendo reportero policial del diario Crítica, en el año 1927, una mañana del mes de septiembre tuve que hacer una crónica del suicidio de una sirvienta española, soltera, de veinte años de edad, que se mató arrojándose bajo las ruedas de un tranvía que pasaba frente a la puerta de la casa donde trabajaba, a las cinco de la madrugada.

Llegué al lugar del hecho cuando el cuerpo despedazado había sido retirado de allí. Posiblemente no le hubiera dado ninguna importancia al suceso (en aquella época veía cadáveres casi todos los días) si investigaciones que efectué posteriormente en la casa de la suicida no me hubieran proporcionado dos detalles singulares.

Me manifestó la dueña de casa que la noche en que la sirvienta maduró su suicidio, la criada no durmió.

Un examen ocular de la cama de la criada permitió establecer que la sirvienta no se había acostado, y se suponía que pasó la noche sentada en su baúl de inmigrante. (Hacía un año que había llegado de España.) Al salir la criada se olvidó de apagar la luz.

La suma de estos detalles simples me produjo una impresión profunda.

Durante unos meses y meses caminé teniendo ante los ojos el espectáculo de una pobre muchacha triste que, sentada en la orilla de un baúl, en un cuartucho de paredes encaladas, piensa en su destino sin esperanza, al amarillo resplandor de una lamparita de veinticinco brujías.

De esa obsesión, que llegó a tener caracteres dolorosos, nació esta obra que, posiblemente nunca hubiera escrito de no haber mediado Leónidas Barletta.

Cuando Barletta organizó el Teatro del Pueblo me pidió que colaborara con él escribiendo una obra para su empresa, en la cual no creía nadie, incluso yo; pero, a pesar de todo, un día me puse a trabajar en ella sin la menor esperanza de éxito.

El estreno, las representaciones (alcanzan a treinta, lo cual es un fenómeno en un teatro de arte como el de Barletta), me han convencido de que si técnicamente no he construido una obra perfecta, la dosis de humanidad y piedad que hay en ella llega al público y lo conmueve por la pureza de su intención.

                                                                                                                                                                                        Roberto Arlt

Trescientos millones. Roberto ArltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora