Acto II

241 5 0
                                    

Ahora el cuarto de la Sirvienta es prolongado en la zona del ensueño por una carbonería de arrabal. A los costados del foro, pilas de carbón, que dejan un pasillo estrecho. Allí se ocultan rápidamente Rocambole y la Sirvienta. No terminan de esconderse tras la pila cuando avanza hacia la escena una chiquilla de catorce años en alpargatas. Largo vestido rojo, y el cabello suelto sobre la espalda, como reproducen a Genoveva de Brabante ciertas tricomías que ilustran los salones de basrberos y betuneros. La niña arrastra una pala de carbón con una mano y en la otra lleva una bolsa. Comienza a llenar la bolsa, luego se detiene y se arrodilla en medio de la escena.

Personajes reales:

Sirvienta, Patrona.

Personajes de humo:

Cenicienta, Compadre Vulcano, Rufián Honrado, Rocambole.

ESCENA I

Cenicienta: Dios mío, ¿por qué no me diste una madre buena como a las otras chicas? ¿Por qué estoy sola en este mundo, Señor de los Cielos, si yo nunca he hecho ningún mal? (Tras la pila visible para el público, en esta escena, la Sirvienta trata de precipitarse hacia la niña, pero Rocambole la contiene con un gesto y luego saca de su bolsillo un revólver. La Sirvienta se sosiega. La Cenicienta, incorporándose.) ¡Dios mío, si vos existís hacé que encuentren a mi mamita! (Cuando la Cenicienta pronuncia estas palabras penetra en el antro, por el pasillo, un hombre gigantesco, con el rostro manchado de carbón, gorra de visera de hule y blusa proletaria. EL grandul, llamado Compadre Vulcano, escucha la imploración de la Cenicienta, avanza hasta ella en puntas de pies, le toma una oreja y exclama.)

Vulcano: ¡Así correspondés a mis sacrificios: invocando a Dios para que perjudique mi comercio!

Dicho esto, el Compadre Vulcano suelta de la oreja a la niña y con las manos en jarras se queda contemplándola.

Cenicienta: Rezaba tío...

Vulcano: En mi carbonería esta prohibido rezar. ¿Qué necesidad tenés de rezar? ¿No estás bien acaso: gorda y lustrosa como una liebre?

Cenicienta: Tío... Perdóneme...

Vulcano: No soy tu tío. No quiero serlo. Además no lo soy. Jurídicamente no puedo ser tu tío. Que lo sea Satanás. Sí, Satanás. ¡Y correspondés a mis sacrificios invocando a la ayuda de Dios en mi propia carbonería para que me perjudique, porque la clientela no quiere saber nada con Dios!

El truhán se pasea de un lado a otro del "establecimiento", mientras la Cenicienta, consternada, menea la cabeza. Vulcano se enjuaga la frente con un pañuelo de cuadros, y luego continúa con su tono de bufón consternado.

Vulcano: No sé por qué me parece que he visto a Rocambole en los alrededores de esta casa. ¡Maldito sea el bandolero! (Dirigiéndose a la chica.) ¿Negarás que soy bondadoso con vos? ¡No! ¿Podés negar que tengo el corazón de pasta flora? ¡No! Cuando te trajeron fue para que te cortara la lengua y te quemara los ojos con vitriolo.

Tras la bolsa de carbón la Sirvienta se toma la cabeza, en compañía de Rocambole, que aventura un gesto de fantoche justiciero.

Vulcano: Si yo me hubiera portado honradamente con la gitana que te hizo robar, no podrías invocar la ayuda de Dios para que me perjudicara. (La Cenicienta se estremece y junta los brazos, encogidos por el codo, al cuerpo.) Ya ves si soy bondadoso. No te corté la lengua. ¿Quién me lo impedía? En la Taberna de la Sangre le corté la lengua a una chica. Que lo diga el maldito Rocambole si no se la corté. Ya ves. Pero escuchando los pedidos de mi tierno corazón no te corté la lengua.

Trescientos millones. Roberto ArltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora