Acto I

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CUADRO PRIMERO 

Cuarto de servicio, con camita de una plaza, en un ángulo, un ropero de madera blanca, un velador, un banquillo cantinero de tres pies. Al foro, puerta. Al costado de la puerta, un ventanillo. El cuarto, encalado de verde claro, tiene la desolada perspectiva de policromía de una novela por entregas por Luis de Val. Durante unos segundos la escena queda en silencio. Un rayo de luna entra en el cuarto, y remotos se escuchan rechinamientos de tranvías y un distante final de vals al piano.

Personaje real:

Sirvienta: Mujer de veinticuatro años. Expresión dura e insolente que de pronto se atempera en un aniñamiento voluptuoso de ensueño barato. Recuerda a Rina, el Ángel de los Alpes, o cualquier otra pelandusca destinada a enternecer el corazón de estopa de las lectoras de Carolina Invernizzio o Pérez Escrich.

Personajes de humo:

La Muerte, Rocambole, Capitán de transatlántico, Marinero,Galán, Niñera, Lacayo con patillas, las amigas Griselda y Azucena, Cenicienta en pañales.

ESCENA I

Sirvienta (recostada en el lecho, con las manos bajo la nuca; guarda un momento de silencio): Si yo fuera rica esto no pasaría. (Permanece nuevamente en silencio y se repiten los zumbidos  de los tranvías que pasan, todos los ruidos de la noche en la ciudad. Se incorpora en la cama y permanece sentada en la cabecera del lecho tomándose las rodillas con las manos.) Digo que si fuera rica esto no pasaría. (Se oye un ruido blando en el piso, y ella envuelta en una frazada, enciende la luz. Luego se acerca al espejo y se mira.) Estoy flaca y fea... Ni la muerte me querría...

ESCENA II

De junto a la puerta se desprende cojeado con escrúpulos de alcahueta, la Muerte. Se cubre la cabeza con un pañolón que torna más rígido y duro su rostro de líneas de yeso, con ojos desnivelados a lo largo de la nariz rectilínea. Uñas de lata y orejas de betún.

Muerte: ¿Me llamabas, queridita?...

Sirvienta (frente al espejo, tocándose el rostro sin volver la cabeza): A quien llamo es a la vida.

Muerte (detenida en el medio del cuarto): Te recomendaron que comieras jamón del diablo y te abrigaras, y, en cambio, como una lujuriosa te miras los dientes en el espejo. Además, eres descortés: ¿no me ofreces asiento?

La Sirvienta avanza hasta el taburete y luego permanece sentada en la orilla de él con las manos apoyadas en el mentón y los codos en las rodillas. Mira frente a sí. La Muerte, detenida, la observa.

Muerte: Todas ustedes son iguales. Llaman a la Muerte y cuando llego me reciben con cara larga como si me hicieran un favor. Todavía no he encontrado un alma piadosa que me ofrezca un vaso de vino.

Sirvienta: Más tiene traza de rufiana que de Muerte. Déjeme tranquila.

Muerte (dogmática, atisba en derredor): ¿Ves? Esto te pasa por no comer jamón del diablo. Si pasearas en automóvil y fueras a la ópera, en vez de echar sangre por la boca venderías salud, y la salud es una gran cosa, hijita. ¡Una gran cosa! Por otra parte, continúas sin ofrecerme asiento.

Sirvienta: Soy sirvienta y no tengo más que un banquito en mi cuarto.

Muerte: Tú has ido a la escuela, ¿no?

La Sirvienta la mira haciendo un gesto como diciendo: "¿Qué hay con eso?"

Muerte: ¿Y en la escuela no te han enseñado a ser respetuosa con los mayores?

Trescientos millones. Roberto ArltDonde viven las historias. Descúbrelo ahora