II - Nacimiento

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Me volví a despertar a la misma hora de siempre pero esta vez con un dolor de cabeza horrible. Mientras me tomaba los cereales empecé a hacer memoria de lo sucedido ayer pero el dolor lo dificultaba. Por alguna razón no podía recordar cosas tan sencillas como la ropa que llevaba Hikari y yo. Pensé que todo esto era debido al estrés que llevaba encima por las clases. Dejé de dar vuelta inútiles y procedí a ponerme la ropa para marcharme a clases.

Estuve un buen rato andando hasta la estación de metro con un frío aún más molesto que el de ayer. Solía quedarme mirando a las masas de personas que andaban hacía todos los lados posibles, por alguna razón me relajaba. Llegué a la estación, cogí el billete y me senté en un banco para esperar al tren que llegaría en 5 minutos. Saqué mi libro y aproveché para repasar un poco ya que tenía un examen bastante complicado hoy. Me costaba mucho concentrarme por el maldito dolor de cabeza así que decidí que mejor no me forzaba la vista a estas horas.

Cuando levanté la cabeza de mis apuntes pude ver al otro lado de las vías a un chico con sudadera azul, pantalones vaqueros y con la capucha puesta de tal forma que no podía ver sus ojos. Tenía una sonrisa en la cara de oreja a oreja y aunque no pudiera ver sus ojos por alguna razón sabía que me estaba mirando fijamente. Cuanto más tiempo pasaba más nervioso me ponía, hasta el punto que empecé a sentir un miedo inhumano en mi cuerpo. Me levanté rápidamente del banco y me dirigí a otro donde no podría verle. A mi lado había un viejo medio dormido sentado que parecía que en cualquier momento se caería del banco. Mientras miraba al anciano sentí un escalofrío en mi espalda que hizo que me girará. Cuando lo hice vi en la otra punta de la estación, cerca de una salida, al encapuchado que seguía con esa asquerosa mueca en su cara.

Pero a escasos segundos de mirarnos mutuamente llegó el tren y rápidamente me subí. Estuve rezando a cualquier dios existente que a aquel tío no se le ocurriera entrar en el tren. El tren se puso en marcha y yo estaba con el corazón en un puño. No sabía por qué pero aquella persona me aterraba. Llegaría a mi parada en diez minutos. Fue la espera más horrible de mi vida, estaba apunto de romper la ventana y tirarme a las vías. Pero antes de salir en las noticias por ello llegué a mi destino.

Me bajé lo más rápido que pude y eché a correr hacía el instituto. No me giré nunca hasta llegar a mi objetivo porque por alguna razón sabía que ese tipo estaba detrás mía, observándome. Al llegar al centro, que se encontraba al lado de un pequeño bosque, me di cuenta que no había ni un alumno cerca. Primero pensé que había llegado tarde, pero al mirar el reloj me di cuenta que aún faltaban cinco minutos para que tocará el timbre. Lo segundo que se me vino a la mente fue que hoy era festivo, pero tampoco, hoy era viernes y no había ninguna fiesta. Me acerqué y vi que la puerta de hierro estaba abierta de la misma forma que estaba abierta la del edificio principal. Caminé por el patio hasta la segunda y entré en los pasillos. No había nadie y no se oía nada. Llegué a la conclusión que posiblemente hubiera alguna reunión en el salón de actos y por ello estaba tan desierto esto.

Giré por un pasillo que llevaba al lugar, las luces estaban encendidas por lo cual mi teoría cada vez se hacía más real porque alguien tenía que haber encendido esas luces. Al llegar a la puerta de madera la abrí lentamente. Cuando di un paso para entrar vi que todo estaba en total oscuridad, no me veía ni la nariz. Pero de pronto la luz se encendió y vi algo que me hizo vomitar.

En el piso había cientos de cadáveres mutilados de la peor forma posible. Después de casi morirme vomitando me di cuenta que todos esos cadáveres fueron los que vi ayer en los apartamentos. Esas imágenes que achaque al estrés, esas, en el fondo sabía que no era por el cansancio. Pero imaginó que me lo creí para que mi mente no se volviera loca.

No podía dejar de mirar esa escena, en tiempo real era mucho más grotesco que en aquella visión. Pude ver a un estudiante crucificado en medio de aquel infierno, con las tripas colgando y sin cabeza. Miré al techo y vi gente colgada con sus propios intestinos. Era todo tan surrealista y aterrado que no podía ni moverme. Quería llorar del pánico pero mis lágrimas no podían salir de mis ojos.

De pronto la puerta detrás de mi se cerró. No me atreví a girarme, sabía que si lo hacía posiblemente acabaría descuartizado en una esquina. Una mano se posó en mi hombro, era tan fría que me congelaba el hombro aunque llevará el uniforme escolar puesto. Sentí como acercaba su boca a mi oído y oí su voz, era la voz de un chico joven, estaba seguro que pertenecía a aquel tipo que vi en la estación aunque nunca hubiera escuchado su voz.

—Veo que te has quedado atónito al ver este espectáculo que he preparado para ti, querido amigo —dijo para después soltar una pequeña risa.

No podía hablar, sólo quería salir corriendo pero mis piernas no respondían. Nunca en mi vida tuve tanto miedo como en ese momento, mi único deseo era que si me mataba lo hiciera de la forma menos dolorosa posible.

—¿Lo viste verdad? Tú ojo vi esto antes de que pasará, lo sé, porque yo también lo vi. Esas bellas imágenes me gustaron tanto que quería hacerlas realidad. Ahora mira atentamente mi obra y queda asombrado por la recreación tan exacta que he hecho. He cuidado hasta el más pequeño detalle.

Intentaba cerrar los ojos para dejar de mirar aquello, pero por más que lo intentará no lo conseguía, ya no controlaba mi cuerpo. En este punto era sólo una conciencia dentro de un cascarón inmóvil.

—¿Quieres hacer también una obra de arte como ésta? Podrás hacerlo, no te preocupes, amigo. Como señal de nuestra nueva amistad te daré todos los créditos por todo esto. Todo el mundo hablará de ti durante años y te recordarán como un artista.

Este monstruo apretó con fuerza mi hombro, haciéndome caer de rodillas. Una lágrima cayó en este momento por mi mejilla. Poco a poco notaba como mi cordura se iba destruyendo. Me abrazó por la espalda y me apretó fuerte contra su pecho. Empecé a tiritar del frío que desprendía. Me extrañaba que no hubiera empezado antes por el miedo. Se volvió a acercar a mi oído y me dijo:

—Desde hoy seremos compañeros de profesión. Estoy seguro que acabaremos siendo como hermanos.

Después de escuchar sus palabras el dolor de cabeza aumentó tanto que pensaba que me iba a estallar la cabeza. Empecé a perder el conocimiento por el dolor y al final sólo vi oscuridad.


Beelzebu BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora