III - Nacimiento

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Abrí los ojos y delante de mi vi la típica habitación de hospital de película de serie B. Paredes azules de baño, cortinas de la Segunda Guerra Mundial, una TV de la prehistoria y una cama más dura que el cemento. Había el típico olor a hospital. Miré por la ventana que estaba al lado de mi cama y sólo se podían ver unos árboles acompañados de unos altos edificios financieros al fondo. También observé el reloj que se encontraba en una mesa delante de donde estaba reposando, eran las ocho de la mañana.

Seguí observando la habitación hasta que por el rabillo del ojo vi a una persona sentada a mi lado. Se me hizo raro que no me hubiera dado cuenta que estaba ahí en mi primer rastreo. Al girar la cabeza me di cuenta de que era Hikari, estaba durmiendo en una silla con su cuello relajado, mirando hacía el suelo.

Me paré a admirarla mejor que la última vez que hablé con ella. Llevaba su típico vestido blanco con líneas rojas horizontales. Pero esta vez tenía su rojizo pelo recogido en una larga cola. La veía más guapa que de costumbre.

Acerqué mi mano a su cara y le di un pequeño golpe en la frente para que se despertara. Abrió rápidamente los ojos y me miró fijamente. Acto seguido alzo su mano y me dio tal guantazo en la cara que casi me arranca la cara. Me senté rápidamente en la cama mientras tocaba mi mejilla que debía tener la marca de su mano en ella. Le grité un "QUÉ COJONES HACES" a lo cual respondió con un puñetazo contra mi nariz que me tiró de la cama. Me intenté levantar como pude del suelo pero cuando estaba a punto de recomponer la postura se acercó a gran velocidad hacía mi y me agarró del cuello. Me empezó a sacudir con fuerza, me escupió en el ojo y me empujó contra una mesilla que había al lado de la cama. La miré con miedo y le dije:

—Me cago en Dios, estás loca. —Intenté no tartamudear mientras lo decía pero fue inútil.

—Es que me pongo nerviosa cuando me despierto, además tenía estrés acumulado— Dijo con una sonrisa.

—Podías estrujar una jodida pelota antiestrés, no pegarme una paliza.

—Con esa actitud nunca te convertirás en un hombre hecho y derecho, subnormal— Volvió a sonreír.

—¿Cómo que subnormal? —me levanté con rapidez del suelo, me dirigí hacía ella y la agarré del vestido—, voy a patear ese culo blancucho que tienes, niñata.

—Agarrar así a una indefensa niña se puede considerar agresión sexual, subnormal.

—Pongo en duda lo de indefensa y por dios santo deja de decirme subnormal.

—Nunca, subnormal —me miraba con unos ojos de cordero degollado mientras lo decía.

Suspiré y la solté de mi agarre. Hizo el gesto de limpiarse el polvo en el lugar donde la había agarrado. Me echó una mirada que no sabía decir si era la de una niña que se estaba riendo de mi, la de una psicópata o las dos a la vez. Me extrañaba que nadie hubiera oído todo este escándalo, pero luego recordé que este hospital tiene unas paredes que parecen hechas de titanio reforzado y que ni aunque hubiera una orgía satánica con black metal de fondo se oiría algo.

—Por cierto, ¿por qué estoy en un hospital? —Pregunté mientras intentaba no pegarle una patada al bicho que tenía delante.

—Bueno pues creo que ya sabes que en tu insti se lió un poco, con lo de los cientos de cadáveres desmembrados y eso— Dijo con total tranquilidad como si no importara.

—Dios mío, se me revuelven las tripas cada vez que recuerdo eso, no sé como sigo cuerdo.

—Porque ya estabas enfermo de antes así que es normal que no te afecte tanto.

Mis ganas de estampar su cara contra la pared aumentaban peligrosamente por momentos.

—Pero bueno, la policía te encontró en la sala, en posición fetal, mientras llorabas como una niña pequeña. Pagaría millones por ver esa escena tan patética.

Sin duda alguna al final acabaría tirándola por la ventana.

—Pero siguiendo con la historia, los señores policías te trajeron aquí y cuando me enteré vine andando a paso lento, porque no te mereces que corra para verte.

Estaba apretando los puños e intentando contenerme porque juré por dios que iba a matarla.

—Has salido en las noticias y todo, te has hecho famoso, ahora tendrás muchos fans aunque no te lo mereces porque eres subnormal.

Suspiré de nuevo y me senté en la cama, decidí que lo mejor sería que no lo hiciera caso. Siempre era así, parecía que me odiaba pero creo que es su forma de demostrar cariño. Empecé a recordar lo que pasó pero estaba algo difuso. Recordaba algunas escenas sólo y creo que recordaba las peores, que suerte la mía.

—Los señores policías están en la sala de espera, abajo, dicen que les avise cuando te despiertes porque quieren hacerte unas preguntas.

Cuando terminó la frase la puerta de madera se abrió y entró una chica bastante alta. Tenía unos pantalones vaqueros cortos, una sudadera negra que tenía el número 4 de un color rojo estampado en el centro, la capucha estaba subida y tenía la boca tapada con la típica mierda roja con puntos blancos que suelen llevar los pandilleros de Estados Unidos, no recordaba el dichoso nombre de esa cosa. También me fije en sus ojos azules. No sabía que estaba pasando y como era natural tenía algo de miedo. Hikari se quedó mirándola y cuando iba a abrir la boca para decir algo oí un ruido muy fuerte. Cuando me di cuenta vi que mi amiga había caído desplomada al suelo y que aquella persona tenía una pistola en la mano, en la cual aún se podía ver el humo ocasionado por el disparo. Sus ojos eran fríos como el hielo. Dio unos pasos hacía Hikari y volvió a disparar dos veces contra ella. Miré horrorizado esa escena, no podía moverme, tenía ganas de llorar. Veía la sangre que manchaba la pared y no podía creerme lo que estaba pasando.

La asesina giró la cabeza hacía mi y me miró con esos ojos tan gélidos. Guardó la pistola y empezó a hablarme con una voz igual de fría que sus ojos.

—Parece ser que no viste esto con tu ojo, mejor, me has hecho la tarea mucho más sencilla. Ahora mueve el culo y ven conmigo.

Pasé del miedo a la furia y con fuerza intenté darle un puñetazo, pero fallé. Me agarró rápidamente de la mano y con un movimiento tan rápido que no puede ni verlo me partió la muñeca. Caí de rodillas por el dolor tan insoportable y ella puso la pistola en mi boca obligándome a mirarla a los ojos.

—Deja de dar por culo o te pego un tiro que te arranco la cabeza, escoria.

No podía hablar, pero en mi mente sólo pensaba la forma de matar de la manera más horrible a ese monstruo. En ese momento empezó a dolerme el ojo de nuevo y lo vi.

Lo vi todo.

Beelzebu BoysDonde viven las historias. Descúbrelo ahora