¿Tregua?

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Trató de reprimir la carcajada que amenazaba con salir de su garganta.

Frente a ella estaba un furibundo Edward, parado en la entrada de su habitación y, como lo había imaginado, el cabello cobrizo del chico tenía mechones claros de color verde.

—¿Me quieres explicar por qué carajo mi cabello está verde? —preguntó con los dientes apretados.

La joven sólo se limitó a encogerse de hombros tomando una actitud indiferente, mostrando su mejor cara de póker.

—Sabrá Dios el nivel de borrachera que tenías, que ni siquiera recuerdas que querías hacerte un nuevo look —contestó con descaro, empleando toda su fuerza de voluntad para no reír.

—Isabella, no quieras pasarte de lista conmigo —Le advirtió—, créeme que me acordaría si me hubiese pasado de copas. E incluso si en algún momento eso hubiese sucedido, es probable que la del cabello colorado o tal vez calva, seas tú. No lo sé, estoy divagando, tengo mejores cosas que hacer que jugar al estilista... Además para hacerle pasar un mal rato a alguien no necesito teñirle el cabello. Eso es de niñas.

«No, mentira, ¿quién te dijo eso? Si tú eres una perita en dulce» Pensó su Bella insensata, sarcástica.

Se suponía que las palabras de Edward debían dolerle, sin embargo, por alguna razón, la imagen de su cabello podía más que su sensatez. En ese momento sólo quería reír a carcajadas hasta más no poder. Por alguna razón el cabello de Edward no había quedado de un sólo tono verde, sino que había adoptado diferentes tipos: claro, oscuro... Uno se mezcló con el cobrizo natural, dándole un aspecto raro, sin embargo no se notaba mucho.

Se obligó a mantener la calma.

—¿Qué quieres que te diga? No tengo la mínima idea de la que pasa por esa loca cabeza tuya —respondió haciéndose la desentendida. Quería jugar un rato más.

El cobrizo respiró profundo. Ella, con su actitud infantil, estaba consiguiendo enfadarlo.

Resistiéndose a agarrarla y echarla a la calle, habló:

—Te lo preguntaré de nuevo... ¿Cómo jodidos demonios mi cabello es verde?

Ella no contestó, estaba demasiado ocupada tratando de no reír y mantener al margen la actitud de indiferencia.

—¡Contesta con un demonio! —demandó exasperado.

Al no recibir respuesta se acercó hasta quedar a pocos centímetros de distancia y le agarró la mandíbula, aunque cuidando de no causarle dolor. Su idea era asustarla, no lastimarla.

—¿Tengo que recordarte que soy una persona de poca paciencia? Si eres inteligente no querrás pasarte de lista conmigo, querida mía —Esto último lo dijo a modo de burla.

—Yo no soy tu querida. Antes muerta —refutó como pudo.

—Como sea...Limítate a responder lo que te pregunté.

—¿Cómo piensas que voy a responderte si tu mano está torturando mi mandíbula? Y No sé por qué supones que fui yo.

Listo, eso era más de lo que podía soportar.

Su paciencia había cogido sus maletas y se había subido al tren en un viaje sin retorno, dándole el paso a la ira para mandar sobre él.

Le soltó la mandíbula separándose un poco y le echó una mirada iracunda y amenazante. La agarró con fuerza por los brazos. Ahora sí estaba totalmente fuera de control.

La pobre no pudo evitar soltar un quejido, la estaba lastimando con su agarre.

¡Jesús, María y José! Aquél hombre frente a ella era de temer. Parecía una fiera rabiosa dispuesta a atacar a su presa.

El Acuerdo. (En Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora