CAPÍTULO 1

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Como cada tarde, Clara había llegado a su casa

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Como cada tarde, Clara había llegado a su casa. Los pies le quemaban después de pasar jornadas interminables atendiendo las mesas del cuchitril en el que trabajaba.

Hacía algo más de seis meses que decidió cambiar de rumbo y trasladarse a las afueras de León, quedaba lo suficientemente lejos de su anterior vida.

Como cada vez que llegaba, cerraba las ventanas, comprobaba dos veces que estuviesen bien cerradas, bajaba todas las persianas de la casa, cerraba la puerta, dejaba las llaves puestas y ponía una silla apoyada en ella, como había visto hacer en innumerables películas.

Después se daba un baño reparador, había escogido la casa porque la renta era barata y estaba un poco alejada de las demás viviendas de la zona, le gustaba la tranquilidad. Sobre todo sabía que si alguien llamaba a su puerta estaría preparada para recibirle, miró de reojo el arma que reposaba encima de la banqueta, al lado de la bañera, nunca se separaba de ella. Había instalado en el exterior de la casa un circuito de cámaras que producían un pitido si alguien cruzaba el perímetro establecido. Eso le suponía un gasto extra, por eso tenía que trabajar en ese restaurante de mala muerte sin seguro y ganando una miseria, pero en unos pocos meses más, podría dejar el trabajo y buscar otra cosa mejor, quizás en la capital. Tenía unos ahorros pero no quería gastarlos, a no ser que fuese totalmente imprescindible.

Deseaba poder hacer una vida normal, era su mayor sueño. Ella había huido gran parte de su vida. Primero de su padrastro y después de él....

A sus veintitrés años llevaba una vida gris, monótona y lo peor de todo...con miedo.

Le gustaba fantasear y recordar los años de instituto, cuando aún era una chica feliz, porque ella había sido feliz. Tenía amigas, salía con chicos, iba al cine...hasta que su madre se volvió a casar, ese fue el principio del fin, de su fin.

Todo comenzó cuando él perdió su trabajo. Se quedaba horas muertas bebiendo cerveza y viendo la televisión. Esa persona amable, que le preguntaba casi a diario por sus cosas a la hora de la cena, que se preocupaba por sus exámenes, por si tenía ropa suficiente...se había convertido en un monstruo. Ante la falta de ingresos en casa, su madre se puso a trabajar, en un restaurante muy parecido al que ella ahora se veía obligada a hacerlo. Cuando pensaba en esto no podía dejar de sentir pena por si misma y permitía que una o dos lágrimas resbalasen por sus rosadas mejillas.

El día de su mayoría de edad ocurrió todo. Iba a celebrar su cumpleaños en la pizzería a la que acudían todos los fines de semana. Había invitado a sus amigas y a un par de chicos, entre ellos Gabriel. Para él se había puesto tan guapa. Ese día estrenaba un vestido que su madre con mucho esfuerzo le había regalado. Recuerda ese vestido perfectamente, era de florecitas rosas y verdes, tenía dos lazos que se ataban en los hombros. Le quedaba precioso. Estaba muy guapa.

Cuando Clara se miraba al espejo no se veía especialmente hermosa, pero sabía que los demás veían en ella unos enormes ojos almendrados con chispas amarillas, que la hacían diferente al resto. Su cuerpo era esbelto, delgada como cualquier chica de su edad, pero con unas curvas bien definidas. Su cara era redonda, con unas graciosas pecas en la nariz que le daban aspecto de duendecillo, sus mejillas y su boca siempre estaban un poco sonrosadas, algo que define la piel de los pelirrojos. Ella, al igual que su madre, era pelirroja, su larga melena rizosa atraía las miradas envidiosas de alguna de sus compañeras.

Estaba contenta, en menos de quince minutos estaría con sus amigos riendo y charlando, a lo mejor Gabriel se decidía al fin a pedirle salir. Esa mañana le había regalado un pequeño ramo de flores y una tarjeta. Ella sabía que a él le gustaba, pero era tímido. Pero quizás hoy...

Gabriel no era especialmente guapo. Tenía unas horrendas gafas que afeaban su rostro, un aparato dental y su rostro lleno del acné propio de su edad, pero era muy atento y educado, ella veía en él algo especial. Se llevaban cuatro años, pero a él no le importaba. En cuanto podía salía del Colegio Mayor en el que estaba estudiando y se acercaba al instituto para verla. Era muy listo, sacaba muy buenas notas. Ella sabía que sería el compañero perfecto para ella, la respetaría , la trataría con cariño, la querría...siempre la llamaba" la pelirroja más guapa del mundo".

Salió de su habitación, su padrastro estaba tumbado en el sofá, como siempre.

Sería mejor que se diese prisa.

Últimamente, le decía comentarios soeces y le pillaba mirándola de una manera muy poco apropiada.

Cuando tenía la mano en el pomo de la puerta para irse, oyó una voz ronca desde el salón.

_¿No quieres que te dé mi regalo de cumpleaños? _Ella dudó _Necesitarás dinero si vas a invitar a tus amigos. Ella pensó, que un poco de dinero extra no le vendría mal, se acercó a él.

Ese fue su error, confiar. Debió de hacer caso a su instinto.

Cuando se acercó, él la agarró de los brazos como si fuesen esposas de hierro, de las que sabía no podría escapar. Cayó en la cuenta de que ese momento, esa duda, ese error, cambiaría el resto de su vida.

Sus amigos la esperaron, pero no llegó a la cita.

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