Fiebre.

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 El sonido de la música se mezclaba con la respiración entrecortada de Antonieta. Severus la besaba con lujuria, y ella correspondía a sus besos de igual manera.

No había límites, de eso estaba seguro. La sensual chiquilla le había aflojado la corbata y, luego de desabrochar el primer botón de su camisa, comenzó a besarlo en dirección descendente hasta llegar a su cuello.

Hacía calor, dentro y fuera de él. La oscuridad era total y Antonieta lo invitaba con sus besos ardientes a animarse a algo más. Entonces soltó el cabello de la muchacha y fue descendiendo con sus manos hasta dar con su escote, y sin encontrar ninguna resistencia, fue llevando la mano que tenía libre hasta tocar su pecho de lleno.

Fue una reacción en cadena. Ella gimió y mordió el lóbulo de su oreja mientras él, que jamás había tocado a una mujer de esa manera, jugueteaba con sus dedos buscando a tientas un punto en especial.

Aunque era casto, conocía la anatomía femenina, porque era difícil resistirse a la visión de esas indecorosas revistas que sus amigos escondían en sus baúles. ¡Tanto que despreciaban a los muggles, y sin embargo, se regodeaban en las imágenes de esas mujeres desinhibidas, exhibiendo sus atributos, desprovistos de toda ropa!

Eran hermosas, eso no lo discutía. Y los senos femeninos le parecían la cosa más sublime del cuerpo humano. Esas redondeces que invitaban al contacto físico, eran algo realmente deseable.

Por consideración a Antonieta y al lugar donde estaban, no fue capaz de desprender los botones de su blusa, ni dejar al descubierto esos pechos de tamaño generoso. Se conformó con tocarlos por encima de la tela gruesa de la prenda de vestir que los separaba de su mano. Y no se detuvo hasta encontrar ese punto que, similar a un botón, hizo que Antonieta se estremeciera y jadeara al contacto. Del mismo modo que su cuerpo se sacudía, imaginando la dicha de posar sus labios y degustarlo de la misma manera en que saboreaba el perfume ácido y cálido de su cuello.

Puso toda su fuerza de voluntad para recordar que se encontraba en un lugar público; que Antonieta era una muchacha honorable; y que si no le ponía un alto a todo eso, las consecuencias podrían ser desastrosas.

Estaba excitado. Su cuerpo ardía y sus partes nobles clamaban por un desahogo. Pero no era el momento ni el lugar. Y aunque debía reconocer que la pelirroja era deseable, no era ella precisamente a quién deseaba.

Quitó su mano del lugar en donde parecía haberse adherido y se incorporó en el asiento. La pasión de los besos y las caricias los habían dejado en una posición bastante censurable, y falto poco para estar recostado encima de la muchacha. Cosa que habría provocado una catástrofe completa.

—Tengo sed— anunció, intentando recuperar la voz. Antonieta se inclinó y buscó a tientas el vaso.

Cuando Severus hubo acabado el contenido de un solo sorbo, la pelirroja lo asió nuevamente hacia él y lo besó, pasando su lengua por la comisura de esos labios, dulces a causa de la bebida.

Empezaba todo de nuevo, pero entonces, Antonieta abrió sus ojos y miró detrás de Severus. Éste, movido por la curiosidad, se volvió también, para encontrarse con la silueta de Solange, que los miraba con seriedad.

—Es hora de volver a casa— anuncio secamente—. Los espero afuera.

Y se volvió sobre sus pasos, no sin antes tomar su abrigo de piel artificial.

Los juguetones adolescentes, se pusieron de pie mientras se acomodaban la ropa. Antonieta sonreía, pero Severus estaba consternado. Pese al calor que reinaba dentro del lugar se colocó el sobretodo de paño grueso, porque continuaba enardecido y tenía mucho que disimular.

Las tejonas que amaban a Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora