Rosas y chocolates.

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Severus hojeó la revista, pero no pudo encontrar ningún atuendo que fuera de su agrado. Todos los jóvenes usaban ropa demasiado colorida para su gusto, con estampados en flores y mariposas.

Él nunca se pondría algo así, ni siquiera para una fiesta de disfraces.

Era inútil. Pero por alguna razón no quería plantar a sus amigas (¡qué extraña resultaba esa palabra!) y revisó la revista nuevamente con un poco más de paciencia. Entonces reparó en algo que no había visto antes. Al final de todo, después de páginas y más páginas de modelos masculinos ataviados en pantalones de pierna ancha de colores rojo, blanco y rosado (¿por qué un muggle querría vestirse con ese horrible color?) de camisas con mariposas, franjas con los colores del arcoíris y zapatos de plataforma tan elevados que lo harían ver aún más alto de lo que ya era—, posó sus ojos en la imagen acompañada de un enunciado que rezaba: Ropa para ir a la disco. Creyó que era lo más acertado. Además el modelo de la fotografía, moreno y de larga melena como la suya, lucía muy bien y se veía elegante.

—Esto es lo adecuado— se dijo a sí mismo. Y luego de concentrar su mente en la fotografía y de apuntar su varita hacia ella, invocó un hechizo silencioso, y al instante su atuendo cambió, mientras murmuraba—. Es tan solo un préstamo. Debo cuidarlo bien.

— ¡Vaya, te ves muy guapo! — dijo su madre, al verlo vestido con ropa muggle — ¿Recuerdas lo que te dije sobre aquel asunto?

— Sí, si mamá— respondió Severus, dando una última ojeada a su aspecto.

En ese momento, la bocina de un auto irrumpió el silencio de la noche.

— Ya está aquí el auto muggle— anunció, visiblemente entusiasmado. Dio un beso a su madre y salió, no sin antes advertirle que no lo esperara despierto.

— Que te diviertas— dijo la bruja al verlo traspasar la puerta, asomándose a la ventana para verlo partir.



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Antes de llevarlo a la dirección anotada en el extraño trozo de papel, escrito con tinta que el joven, demasiado elegante para provenir del barrio al cual había ido a recogerlo, le entregó, el taxista detuvo su auto en una confitería.

Severus tardó algunos minutos. Y luego al regresar con un pequeño paquete en sus manos, le pidió que lo llevara a una florería. Allí compró un pequeño ramo de rosas amarillas, tan costoso para su escueto bolsillo, que agotó lo último que le quedaba de sus ahorros, ganados trabajando para Borgin y Burkes, el verano anterior, sumando el viaje en taxi y una caja de bombones.

Finalmente llegó a destino, y pagó al taxista, dejándole a modo de propina hasta el último penique que le quedaba. Era en efecto un barrio muggle, aunque muy distinto al lugar en donde él vivía. Todas las casas eran grandes, de dos plantas, con antejardines bien cuidados, aunque la nieve había matado todos los rosales.

Las tejonas que amaban a Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora