¿Cuán profundo es tu amor?

580 43 10
                                    

  Solange agitó su varita haciendo algunos movimientos y luego la dejó caer.

— ¿Qué has hecho? —preguntó Severus, algo asustado, pero sin permitir que ella lo notara.

—Un hechizo desiluminador— respondió ella, mientras se quitaba el abrigo de piel que la cubría—. Nos hicimos invisibles por un rato. Así nadie podrá molestarnos.

Severus comprendió el mensaje, y sintió un hormigueo en el estómago. Porque ahora sí, estaba con quien deseaba estar.

Desde el momento en que la había visto en la biblioteca, Solange le había gustado. Era por mucho, la más bella de las tres amigas, con su largo y precioso cabello dorado que caía más abajo de sus hombros; y que al echarlo hacia adelante cubría sus senos, provocativamente. Le gustaban también sus ojos grisáceos, que lo observaban continuamente con mirada pícara. Pero sobre todas las cosas, le encantaba su voz.

—Quítate el sobretodo— le ordenó en un susurro, mientras besaba la comisura de sus labios. Severus obedeció al instante y, una vez que se deshizo del abrigo, se abalanzó sobre ella.

Moría por besarla y lo hizo. Ella correspondió ese beso con ganas, como si hubiera reprimido el deseo de besarlo también, y desde hacía mucho tiempo. Sus lenguas se buscaban, se entrelazaban y se devoraban una a la otra. Severus no resistió más y la recostó en el amplio y cómodo asiento del Ford Anglia, sin dejar de besarla.

— ¡Tranquilo! —Demandó la muchacha, con la voz entrecortada—. No tenemos ninguna prisa.

Pero Severus sí la tenía. Había acumulado demasiada ansiedad esa noche y era el momento de desahogarla; aunque no quería comportarse como un patán.

Contuvo sus ímpetus y la besó con suavidad esta vez, recorriendo con sus labios todo su rostro, depositando beso tras beso, mientras sus manos acariciaban suavemente esas piernas que lo habían enloquecido al verla al llegar a su casa. Las recorrió despacio subiendo hasta sus muslos, levantándola levemente para que el vestido subiera un poco más y así sentir el contacto de esa piel, blanca y suave. Lo deslizó, hasta que logró quitárselo por completo, y la imagen que vislumbró lo encendió aún más.

Solange vestía enaguas, brassier y bragas de encaje, diminutas y sensuales; y portaligas que sujetaban esas medias sedosas que se sentían tan bien al contacto de sus manos; todo en color negro.

—Estoy en desventaja— le dijo con su seductora voz—. Quítate la ropa, mi amor.

Ese "mi amor", fue como un detonante para Severus. No tardó más que algunos segundos en desprenderse de su saco, corbata, camisa y pantalón, sin olvidar calcetines y zapatos.

Afortunadamente su camiseta y sus calzoncillos eran nuevos también, aunque jamás, al salir de su casa esa tarde, hubiera imaginado que se vería en una situación tan magnífica como aquella, y que una muchacha tan hermosa como Solange lo estuviera contemplando ahora.

Ya no era ese muchacho esmirriado de primer año, que provocaba lástima en sus compañeros de casa. Su cuerpo se había desarrollado perfectamente, y aunque continuaba siendo delgado, se sentía satisfecho de su contextura.

—Eres hermosa—manifestó, mientras recorría el cuerpo de Solange, con la mirada—. Eres perfecta.

Y se inclinó nuevamente para besarla en la boca, en el mentón, en el cuello y bajar hasta el escote donde sus pechos se unían.

Y se inclinó nuevamente para besarla en la boca, en el mentón, en el cuello y bajar hasta el escote donde sus pechos se unían

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Las tejonas que amaban a Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora