Encuentro en la biblioteca.

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Severus Snape, alumno destacado de séptimo año, entró en la biblioteca en busca de los libros que necesitaba para su tarea de Defensa contra las Artes Oscuras, y para repasar los contenidos que estarían incluidos en los exámenes finales.

Aunque faltaba para los E.X.T.A.S.I.S. quería estar preparado para aprobar con buenas calificaciones, al igual que en los T.I.M.O.s de quinto año. Además, casi no tenía amigos, y contaba con mucho tiempo libre ya, que había dimitido de todas las asignaturas a las que consideraba inútiles.

En la atestada biblioteca se encontraban en su mayoría, chicos de séptimo año, puesto que faltaba una semana para las vacaciones de Navidad y todos querían adelantar los deberes, y así disponer de ellas sin obligaciones.

Eso era algo que a Severus tampoco le importaba. Hacía tiempo que esa tonta celebración no le atraía en lo absoluto. No al menos, desde que había perdido a su mejor y única amiga, con quien no se dirigían la palabra hacía tiempo. Y allí justamente estaba ella; sentada a la mesa del fondo, besuqueándose y exhibiéndose con el imbécil de James Potter, que siempre estaba acompañado por sus perros falderos: Black, Petigrew y Remus Lupin, aunque este último no era más que un pobre infeliz.

En la otra mesa, estaban los presumidos de Ravenclaw. Tontos y estirados, que se creían superiores, tan solo porque para entrar en su torre debían responder un acertijo en lugar de decir una simple contraseña.

En la mesa siguiente, sentados y fingiendo estudiar estaban sus camaradas, Avery y Mulciber, con el resto de los Slytherin. No quiso ir junto a ellos, pues era lo suficientemente listo para saber que no lo consideraban su amigo en realidad y tan solo lo habían incluido en su círculo porque era el mejor en Defensa contra las Artes Oscuras y Pociones, y lo usaban para que les impartiera sus conocimientos, (mismos que ahora traspasaban a dos chiquillas tontas de quinto, que eran capaces de dejarse manosear en público, con tal de aprobar los T.I.M.O.s). De modo que prefirió sentarse solo, cerca de los anaqueles, justo frente a la mesa que usaban habitualmente los chicos de Hufflepuff, que aunque eran solo un grupo de mediocres, al menos vivían en paz con todos en la escuela y eran los únicos que nunca se habían metido con él. Así como tampoco le habían hecho burla ese fatídico día, dos años atrás, cerca del lago negro.

En aquella mesa, entre todos los alumnos, había tres chicas que nunca se separaban; y desde primer año parecía que habían nacido pegadas. Donde iba una, iban las otras dos. Y aunque tenían trato con casi todos en su casa, preferían estudiar solas las tres, sin que nadie las estorbara.

—Discúlpame— escuchó, mientras ojeaba uno de los libros que había extraído del anaquel más cercano— ¿puedo pedirte un favor?

Severus levantó la cabeza para ver a la persona que le había interrumpido, decidido a enviarla al diablo. Era una voz de mujer, y no le agradaba tener cerca a ninguna chica. Y con menos razón si se trataba de alguien de su casa. Pero al observar a la joven enfrente de él, cambió de opinión. Era una de las muchachas de Hufflepuff. De las que estudiaban en silencio y no se juntaban con nadie más.

—Dime—pidió, sin saber con qué tono saldría su voz, puesto que tampoco era de hablar mucho.

Desde el fin de su amistad con Lily Evans, casi no emitía palabra. Solo se limitaba escuchar, y por lo general, no eran charlas muy interesantes que digamos.

—Perdona mi atrevimiento—dijo la muchacha—. Pero mis amigas y yo, quisiéramos pedirte un gran favor.

La bonita joven, de cabello muy negro y lustroso y ojos muy verdes, indicó la mesa en donde las otras dos chiquillas lo miraban, sonriendo con amabilidad.

— ¿De qué se trata? — inquirió finalmente, recuperando la seguridad, pero tratando de no sonar agresivo.

—Bueno— comenzó la joven—...es que nosotras... mis amigas y yo, sabemos que eres un buen estudiante y que las pociones se te dan muy bien— carraspeó—. Y quisiéramos saber, si podrías darnos una mano.

Severus la miro, miró a sus amigas y estas asintieron. En un comienzo creyó que se trataba de una burla y que aquellas muchachas se habían puesto de acuerdo para gastarle una broma en complicidad con los otros compañeros apostados a la mesa. Pero sus miradas parecían sinceras, por lo que decidió bajar la guardia.

—De acuerdo— repuso finalmente— ¿Qué es lo que necesitan?

La chica sonrió agradecida y lo invitó a la mesa en donde las otras, al ver su gesto de asentimiento, se miraron entusiasmadas. Se sentó junto a las tres y éstas se presentaron. Entonces cayó en la cuenta de que a pesar de haber sido compañeros, y compartir varias asignaturas en esos siete años, nunca había escuchado sus nombres.

—Yo me llamo Paulette—. Dijo la de los ojos verdes—. Soy de Birmingham.

—Mi nombre es Antonieta— se presentó la segunda, de cabello rojizo y ojos color miel—. Y vengo de Cambridge.

—Y yo me llamo Solange— dijo, finalmente la última. La más bonita de las tres—. Vivo en el centro de Londres.

Severus se quedó petrificado, no solo por su belleza y sus gestos amables, sino porque su tono de voz era igual al de Lily, su ex amiga, aunque su acento tenía cierto matiz extranjero.

—Hace casi diez años que vive Inglaterra— comentó Antonieta, la pelirroja—. Y aún no se acostumbró a hablar como nosotras.

—Eso se debe a que pasa todos los veranos en Canadá— agregó Paulette, divertida—. Y así, nunca perderá su acento de origen.

Severus sonrió. Eran tres jóvenes muy agradables.

Se pasaron el resto de la hora repasando el libro de Pociones Avanzadas que el profesor Slughorn había mandado estudiar para el examen de fin de año. Entusiasmado como nunca, Severus olvidó sus viejos prejuicios, y se dedicó a explicarles con lujo de detalles, la preparación de cada formula, la cantidad de ingredientes y el tiempo de cocción. Aunque que para eso, se valió de su propio libro: Un texto que llevaba consigo a todas partes, desde sexto año, al que le había hecho varias acotaciones al margen de cada poción.

Después de mucho tiempo, cuando la señora Pince anunció que era hora de abandonar el recinto, Antonieta, la más charlatana de todas, señaló:

—Tengo una idea: ¿Por qué no nos juntamos en tu casa durante las vacaciones, y nos enseñas a preparar las pociones del libro?

— ¡Creo que es una gran idea! — Repuso Paulette – ¡Así, practicando, seguro aprenderemos lo que nos explicaste!

— ¡Oigan, no tan rápido! — Las frenó Solange, quien parecía ser la más sensata de las tres—. Ni siquiera sabemos si el chico tiene interés en seguir ayudándonos. No pueden ponerlo en un compromiso así porque sí.

Severus esbozó una débil sonrisa. La propuesta de las muchachas lo había tomado por sorpresa, además de no estar acostumbrado a tratar con las de su género. Y por otro lado, nunca había llevado a ninguna a su casa. Ni siquiera a Lily.

—Supongo que no habrá problema— dijo, finalmente—. Vivo solo, con mi madre. Dispongan ustedes cuando y a qué hora.

Las tres muchachas se miraron y sonrieron satisfechas.

—El día 26— dijo Solange, finalmente— ¿Te parece bien a las tres de la tarde?

—De acuerdo—señaló Severus, sorprendiéndose de sí mismo y de sus palabras. Nunca en su vida se habría imaginado en una situación así—. Antes de salir de vacaciones les daré anotada la dirección de mi casa.

Y se despidió de las tres chicas, saliendo del recinto con destino al gran comedor.

Ellas, entre tanto, permanecieron un tiempo más en la biblioteca, sonriéndose y dándose sendos apretones de manos, como si celebraran el éxito de algún desconocido plan.

Las tejonas que amaban a Severus SnapeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora