Capítulo 1

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Me desperté con el sonido de un despertador y con mi mano casi automáticamente apretando un botón para apagarlo. Luego todo mi cuerpo se despegó de las sábanas y el colchón del mismo modo casi automático, y luego caminé hasta el espejo, aunque mi cuerpo se sentía algo raro. Observé mi figura allí y no la reconocí. Era una adolescente como de unos quince años, pelo largo castaño claro, lacio, y ojos grises. También de contextura bastante rellenita y de una destacada altura. Sí, definitivamente eso era más raro aun. Aquella persona que vi en el espejo no me sonaba conocida a mi verdadero ser en lo absoluto. Intenté recordar cómo era realmente mi verdadero ser, ¡y tampoco lo supe! El pánico inundó mi cuerpo, o solo mi mente, debía decir. Al parecer yo era esa chica entonces, y había olvidado ello por completo. O eso fue lo que a mi cerebro se le ocurrió. Y esa fue la mejor hipótesis que pude sacar después de todo.

Aunque aquello que se me había ocurrido no abarcaba que mi cuerpo no me respondiera y, sobretodo, que hiciera cualquier movimiento o sonido que yo no había dado la orden de dar. Pero sobretodo, lo que más me asustaba era que me encontraba totalmente serena. Bueno, al menos sabía ahora que era mujer. Eso podía considerarlo un logro al fin y al cabo.

Decidí que quedarme de observadora hasta que mi cuerpo me respondiese iba a ser lo mejor, ya que mi cuerpo se encontraba sereno y no parecía tener repercusiones de que el cerebro sufriera de amnesia. Aunque, pensándolo mejor, el cerebro era quien daba las órdenes a los músculos y órganos de funcionar. O sea que, si supuestamente sufría de amnesia, ¿cómo era posible que se moviera y hablara como si fuera algo normal? Totalmente extraño.

Yo o el cuerpo que se movía solo salimos de la habitación y bajamos lentamente por las escaleras. No me gustó eso. Tenía un gran apuro por ver aquella casa y a las personas que vivían ahí para por lo menos tener la oportunidad de familiarizarme con ellas. Porque, si esa era mi vida y yo me había olvidado de ello, debía tratar de crear nuevos recuerdos por lo menos, aprovechando mi posición de observadora.

Pude ver la cocina y a unas dos personas sentadas en una mesa redonda de madera desayunando.

—Buen día —dije "yo" involuntariamente, con una voz bajita y calmada.

—Buen día, Melissa —una mujer rechoncha y desbordante de sonrisas se levantó de su silla para darme un fuerte beso en la mejilla, del cual yo, todavía involuntariamente, respondí con una sonrisa tímida. A parecer ella era mi madre. Y el chico de cabello castaño claro y parado y ojos grises como los míos, debía ser mi hermano mayor. Aunque mi cuerpo no me había dejado ver mucho mi apariencia en el espejo de la habitación, pude advertir ciertos detalles, como la nariz respingona y la altura, los ojos y el pelo, que eran cosas que claramente decían que éramos hermanos. Sin mencionar que el chico era guapísimo y yo no me había visto así. Pero por ahí estaba equivocada. Debía quedarme más tiempo frente al espejo para comprobarlo, aunque con tan solo pensar que era alta, de ojos grises y nariz respingona ya me podía dar una idea de que sí era bonita.

No recibí respuesta alguna por parte de mi hermano. Qué pena. Entonces se podía decir que nuestra relación no era muy buena.

—Ahora te preparo el desayuno, cariño.

Yo asentí y sonreí.

«De modo que soy una chica buena, me llevo bien con mi madre, aunque mi hermano casi ignora mi existencia —deduje—. Pero, ¿dónde estará mi padre? Obviamente no puedo preguntar dónde estás, ya que, en caso de que estuviera muerto, ¿a qué clase de chica retorcida se le ocurriría preguntar dónde está? Aunque, podría ser algo menos dramático y solamente estuviera trabajando». Una angustia me cubrió. ¿Será verdad entonces?

—Kendall, ¿hiciste tu tarea de física? —dije, con la misma voz bajita y tímida. Me pareció inteligente mencionar el nombre de su hermano, ya que si continuaba sin saberlo hubiese sido extraño luego. Me salvaba con mi madre, ya que no necesariamente debía saber su nombre. Simplemente podía llamarla mamá.

Kendall me miró de forma despectiva, como si hubiésemos tenido un pleito previo a esa mañana.

—Estoy en último año, Melissa —luego apartó la vista de mí, simulando ser desinteresado—. ¿Cómo crees que voy a hacer la tarea?

Noté que iba a decir algo, probablemente me iba a defender del comentario de mi hermano, ya que, al haber dicho yo antes que lo había ayudado con la tarea, al decir él que no la había hecho significaba que yo había trabajado con él en vano, cosa que no me gustó, aunque yo no recordaba haberlo ayudado a hacer su tarea. Pero no dije nada. Mi madre me interrumpió.

—Kendall, cariño —el chico se puso rojo, obviamente por el comentario de su madre. Al parecer él y yo no nos parecíamos mucho respecto a la personalidad—. Solías ser tan buen estudiante... Por favor no lo arruines... Hace un mes que empezaste tu último año y no vas muy bien que digamos...

—Pero mamá, la tarea no importa, ni los exámenes. Lo único en lo que me voy a enfocar es el SAT, ¡así que deja de regañarme! ¡Todas las jodidas mañanas lo mismo!

Mi hermano se levantó de la mesa de repente y salió por la puerta, cerrándola de un portazo. Me sorprendió que hiciera eso, ya que mi madre le había hablado con un tono tan pacífico, dulce y calmado... No le veía objeto a su reacción, y mucho menos a la de mi madre, que al parecer no tuvo repercusión alguna del comportamiento de Kendall.

Mamá colocó mi desayuno frente a mí. Eran unas tostadas francesas con tocino, huevos revueltos, jamón y salsa barbacoa. Y para beber, una malteada de vainilla. Wow. Desayuno completo.

Luego prosiguió colocando más platos. Casi perdí la cuenta de lo que había en la mesa al ver papas fritas, un gran platón con cereales de azúcar, frituras, donas y jugo de naranja —para intentar bajar la comida al parecer—. Luego empecé a comer. Mi cuerpo no quedaba satisfecho al parecer, porque al terminar de comer esperé a que llegara más comida, pero no llegó. Y por una razón, no le dije a mi madre que seguí con hambre. Lo único que hice fue ir sin quejas al baño, cepillarme los dientes, peinarme y vestirme con unos jeans y una playera rosa de mangas cortas con una margarita gigante pegada en el medio. En los pies, tenía unas vans bastante gastadas.

En la puerta de la escuela, donde había un enorme jardín lleno de margaritas y otras flores hermosas, sentí que una mano me giraba y me atraía hacia sí.

Vi a una chica rubia de ojos castaños, que tenía a dos chicas de cabello castaño y ojos celestes, una sorprendentemente pálida y la otra notablemente bronceada. Las tres eran muy bonitas y me saludaban con sonrisas bien marcadas. ¿Serían ellas mis amigas? Esperaba que sí, ya que por lo menos podía ser algo bueno en mi vida, cosa que todavía no había visto. Y tener un hermano guapo no contaba.


El Último RegresoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora