3. Son ellos

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Digamos que todo empezó a las cuatro de la mañana.

—¡Joder, aleja esa maldita plancha de mí! —gritó la pelirroja, amenazando a Rapunzel con su cepillo de dientes, pues la había agarrado desprevenida mientras se lavaba la boca.

—¡Prometiste que me dejarías alaciarte el pelo! —gritó de vuelta Rapunzel, conteniendo una repentina carcajada.

—¡Yo no recuerdo eso!

—¡Pues yo sí! —le respondió la rubia, conectando la plancha al enchufe del baño y cerrando la puerta con fuerza tras ella.

Gritos más tarde, ya no se escuchó nada en el baño. Salí de mi habitación hacia allí, temiendo que se hubieran matado entre ellas, pero tan sólo escuché las constantes risas de ambas, decidí tranquilizarme y dejar a ese par pelearse solas.

—¡Anna! —llamé a mi hermana, únicamente consiguiendo que una labrador de treinta quilos me tirara al suelo—. Le grité a Anna, no a ti, bola de pelo —le digo a Olaf, que comienza a mover la cola de un lado a otro. Le sonrío y le revuelvo el pelo a modo de saludo. Ella sale corriendo con la lengua de fuera, provocando que me riera.

Al haber tres simples recámaras, una con litera, nos organizamos en la casa de tal manera que las mayores, es decir, Rapunzel y yo tuviéramos nuestro propio cuarto, mientras que Anna y Mérida compartirían habitación. Punzie ya empezó a hacer planes para pintar nuestros cuartos, pues decía que cada una debía tener "su marca". Para mí que sólo aborrece lo simple. Es buena con la pintura, de cualquier modo.

—¿Em? —me contesta Anna, saliendo toda despeinada de su habitación, somnolienta, pues ella y yo a penas nos acabábamos de despertar. ¿Que por qué a las cuatro de la mañana? Digamos que es bastante difícil dormir con los gritos de una rubia perfeccionista que se tarda años en arreglarse. Lo peor es que insistió en arreglarnos a nosotras, como si fuéramos culpables de su obsesión por maquillar a las personas.

—¿Recuerdas dónde dejé los zapatos plateados que compré en Fleur Wood? —le pregunté.

—Ah —contesta y se vuelve a meter al cuarto. Segundos después vuelve a salir y me lanza una caja pintada con letras doradas—. No sé por qué Mer se los quedó —se limita a decir y se talla los ojos antes de dejar escapar un largo bostezo.

—Está bien, hermana —le contesto, aviento la caja encima de mi cama, paso al lado de ella y bajo las escaleras hacia la cocina. No me sorprende en lo absoluto que el desayuno esté preparado, aunque sólo para dos personas. Rapunzel y Mérida ya tomaron el suyo.
—¿Desde cuándo estás despierta? —le grito desde la cocina a Rapunzel, que increíblemente me oye a pesar de estar encerrada en el cuarto de baño.

—¡Digamos que dormí dos horas! —me contesta.

—¡Rapunzel, eso duele! —le grita Mérida, pues supongo que se distrajo. Esa niña con una plancha es un peligro.

—¡Dios, perdón! —contesta y se ríe.

[...]

Tuvieron que pasar más gritos así para que aquellas dos por fin dejaran libre el baño, saliendo sorprendentemente vivas.

—¡Mierda! —grita Anna desde el pasillo, y comienza a dar saltitos y gritos, emocionada.

Desde mi cuarto, me quité los beats, cerré la laptop y me asomé hacia donde estaba ella.

—Mer, ¡nada mal! ¡Te ves increíble! —le digo, pues es la primera vez que la veo con el pelo lacio.

—Valió la pena el esfuerzo. ¡Me valió dos horas! —contesta orgullosa Rapunzel, pasándose la mano por la frente como quitándose el sudor—. ¿Y tú qué esperas, floja? ¡Apúrate que no tengo todo el día!

How To Be A #DISNEY GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora