8. Una chica perdidamente enamorada

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—¿Qué mierda es esto? —pregunta Mérida desde el comedor, aunque más bien gritó, puesto que aún con los audífonos puestos y sentada en mi cama logré escucharla.

—Pascal, ¿qué hiciste esta vez? —pregunta Punzie, levantándose del suelo de mi habitación y aventando a un lado la revista de modas que leía. Hecha los hombros hacia atrás, y suelta un largo quejido como expresando que estaba cansada. No la culpo.

—No, el gato no hizo nada. ¿Por qué no le preguntas a Elsa, mejor? —vuelve a gritar. Rapunzel y yo intercambiamos una mirada, y ambas salimos corriendo del cuarto y bajamos las escaleras al mismo tiempo.

—¿Qué es? ¿Qué encontraste? —le dice Rapunzel a Mérida, aunque la rubia no tarda en ver la enorme imagen en la pantalla de la laptop de Mer. Las dos me voltean a ver, Rapunzel colocando sus manos en la cadera, como esperando una respuesta. Ambas me observan con una mirada un tanto extraña, no supe si de asombro o de reproche. Me limito a cubrir mi rostro con las manos, y a esperar que no me maten.

—¡Les conté todo ayer! ¡Alguien la subió a internet, no tenía idea! —me defendí. Destapo mi rostro, nerviosa por la reacción de ambas. Rapunzel estaba a punto de gritarme algo cuando Mérida arrastra la flechita del mouse por la pantalla, y le pone play a la imagen, que en realidad es un video. El título me enfada un poco: "Hiccup Haddock, vocalista y representante de los Arenberk Boys canta un dúo con chica misteriosa". Chica misteriosa. Bah.

Siendo grabada, me veo a mí misma, cantando junto a Hiccup en una tarima que se convirtió en escenario frente a treinta y tantas personas. Trago saliva al notar que Hiccup y yo intercambiábamos miradas entre nosotros muy seguido, más que con las personas del público. Lo que más me alarma es que el "emocionante" video tiene 40k likes y más de sesenta mil vistas. Estoy perdida, oh mierda.

—¡Tienes que confesarnos muchas cosas! ¡Muchas, señorita! —me dice Mérida parándose de la mesa, empujando la silla en la que estaba sentada con fuerza hacia atrás, y tomándome de los hombros—. ¡Hiccup y tú son un dúo! —grita, a tal volumen que me imaginé la típica escena en las películas donde un personaje dice algo tan fuerte que miles de pájaros salen volando a miles de metros a la redonda.

—¡Cállate, mensa! —le digo, tapándole la boca y empujándola hacia atrás. Rapunzel se ríe. Suelto a Mer, y caminando hacia atrás, me acerco a uno de los sillones de la sala, que está en la misma parte de la casa que el comedor, y me dejo caer en él. Sin poder evitarlo, comienzo a reírme. Mérida se me une, y Rapunzel se apoya en el respaldo del sillón, brazos cruzados.

—Mira su cara, Mer. ¡Mírala! Esa es la cara de una chica perdidamente enamorada —dice ella. Siento a mis mejillas arder como nunca. Mérida se acerca, toma un cojín y me lo lanza a la cara. Sigo riéndome, abrazando la almohada.

Sólo cuando suena el timbre de la casa, segundos después, logro tranquilizarme. Rapunzel separa la mirada de mí, y corre hacia la puerta. Se arregla el cabello y se relame los labios antes de abrir.

—Hola —dice un chico bastante conocido, quien se hace llamar el novio de mi prima. Rapunzel se lanza a sus brazos, y le da un beso en los labios antes de invitarlo a pasar.

—¡Ustedes dos contrólense! —les grita Mérida soltando una carcajada, y dejándome sola en la sala para ir a saludar a Eugene. Yo no planeaba moverme de allí, ya que estaba bastante cómoda abrazada al cojín, pero una voz también procedente de la entrada hace que pegue el brinco y me esconda en la cocina, separada de la sala por una puerta de madera.

No estoy presentable, ¡no lo estoy! Mi pelo no amaneció de buenas, ¡y todavía ando en pijamas! ¡Ni siquiera traigo sujetador! ¡Es sábado! ¿Por qué estaría arreglada?
Oigo cómo ambos entran a la casa, y la voz de Hiccup vuelve a ponerme los nervios de punta.

—Linda casa —dice él. Me lo imagino mirando hacia el techo, con las manos en los bolsillos y con el pelo castaño revuelto. Ah.

¿Pero qué hago para salir de la cocina e ir a mi cuarto a esconderme sin que me vea?
Por la ranura de debajo de la puerta de la cocina, veo la figura de dos pies.

«Hasta aquí llegué, Dios

Cuando la puerta se abre, se me para el corazón un mili segundo, aunque vuelvo a la normalidad cuando veo a Mérida asomándose, y señalándome.

—¡Rapunzel los llevó al jardín, anda, corre! —me grita en un susurro. Salgo echando leches de allí, y me cuelo escaleras arriba hasta encerrarme en mi cuarto. Aún, no resisto la curiosidad, y dejo mi puerta entreabierta para oír las conversaciones del piso de abajo.

—Bueno, ¿no es un hermoso pasto? —oigo decir a Rapunzel, justo cuando se empiezan a oír pisadas dentro de la casa de nuevo. —Lo regamos diez veces al día, y...y...

—Rapunzel —Hiccup interrumpe lo que sea que intentaba decir mi prima—. ¿No está Elsa? —pregunta. ¿Él acaba de preguntar por mí?

Me alejo del marco de la puerta de mi habitación y me acerco más hacia el borde de la escalera, cuidadosa de no dejarme ver ni de hacer ningún ruido.

—No, Hiccup, ella...ella salió, ¿verdad Mérida? —contesta Rapunzel, y supe que estaba conteniendo una increíblemente grande carcajada por el tono que usó.

—Ah, sí. Ella fue con Anna al centro de la ciudad a comprar trajes de baño. Queremos ir a la playa, bueno —completa Mérida con facilidad, pues a ella siempre se le ha dado bien mentir. Nosotras tres sabíamos, de todas formas, que mi hermana había ido al parque junto con Olaf a hacer una video llamada con Kristoff, y como sus video llamadas duraban horas, la mandamos sola. Los trajes de baño ya los teníamos, pues los compramos aquel día en el que fuimos a probarnos vestidos para la fiesta de reingreso del instituto.

—¿Y por qué no vamos todos? —sugiere Eugene. Oh, voy a amarte tanto como Rapunzel algún día, castaño—. Viven muy cerca de la Bondi Beach.

—Sí, es una buena idea —contesta de inmediato Punzie, provocando que a Mérida se le escapara una risa.

—Bien, pues, ¿cuándo? —pregunta de nuevo Eugene. Ah, quiero oír la voz de Hiccup, no la de él.

—¿Qué tal hoy? A penas son las nueve, nos podemos ver allá a las once. Traemos comida y toda la cosa —dice Mérida.

—Por mí está bien —accede Hiccup. Me dejo caer al suelo, como bendecida tras haber escuchado su respuesta. Sin embargo, y para mi mala suerte, mis piernas me fallaron y envés de una caída dramática, caí como costal de harina en las baldosas de madera. Me quedo quieta unos segundos, mordiéndome el labio aún más nerviosa de que me hayan oído. Rapunzel vuelve a reír, y escucho de nuevo pasos por la casa.

—Por mí igual —contesta Eugene.

—Entonces es una cita —escucho que se abre la puerta de entrada—. ¡Nos vemos allá, y gracias por habernos visitado! —concluye Rapunzel, imaginé que con una enorme sonrisa, y el portazo retumbó los ventanales de la casa. Al instante, Rapunzel y Mérida se atacan de risa. Me pongo de pie, y bajo las escaleras, uniéndome a ellas.

—¿Les dijiste que había ido a comprar bikinis? —le pregunto a Mérida, cuya risa inunda el piso de abajo.

—Fue lo único que se me ocurrió —responde ella—. Di que al menos Rapunzel y yo te acabamos de conseguir una cita con Hiccup.

—Oh Dios, ¿pero cuál traje me pongo? ¿Qué hago? ¿Qué le digo? —comienzo a balbucear y a entrar en pánico. El color se me vuelve a subir a las mejillas cuando pienso que esta será mi primera cita.

—Elsa, querida, para eso estoy yo —Rapunzel me deshace de un tirón el chongo desarreglado en el que recogí mi cabello platinado, y me empuja escaleras arriba dejando a Mérida boquiabierta y al video de la chica misteriosa repitiéndose una y otra vez en la laptop aún prendida.

How To Be A #DISNEY GirlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora