Capítulo 1
Como la luz al final de una cueva fue recibida la gente del Bosque; hermosos elfos que había acudido en socorro de los desdichados hombres del Lago. Carretas llenas de suministros y medicamentos; sanadores que de inmediato comenzaron a buscar a los heridos para atenderlos y un ejército que brindaba protección a todo el desvalido pueblo.
La esperanza y la promesa de un futuro se restauraron con fulgor al presenciar el rostro lleno de paz de la hermosa gente y mientras más comida iba de mano en mano, la alegría y el saberse salvados inundaban sus desolados corazones de esperanza.
Un llanto de alegría colmo el destruido pueblo; un hombre de rostro ceñudo, cabellos azabaches, deterioradas prendas y ojos profundamente negros se abrió paso entre la multitud de su gente, tal como si fuese una persona de la nobleza apenas los soldados élficos lo divisaron, le abrieron camino con su destacada organización.
Bardo, fue quien por días había guiado lo que restaba de sus gentes a un lugar seguro; con gran liderazgo izo proezas con lo poco que tenían y sin desespero ayudo a los suyos; impulsado únicamente por el inmenso amor que les profesaba a sus hijos, por ellos daría su vida sin titubear y fue por ellos que tuvo el coraje de enfrentarse al gran Smaug y salir victorioso en la contienda.
Sus cansadas piernas seguían el sendero que los soldados en silencio le indicaban; aquellos místicos seres parecían tan irreales entre tanta destrucción, los ojos del barquero no eran capaces de creer que los silvanos se encontraban ahí para brindarles su ayuda. Tenía que encontrar de inmediato a Borlach, el consejero del Rey que seguro estaba liderando todo aquello.
Sus ojos se abrieron en asombro; frente a él la imponente y majestuosa figura del Rey montado en un magnifico siervo blanco; la armadura brillando con esplendor, un rostro hermosamente blanco con gráciles facciones y el cabello ondeando al viento adornado únicamente con una diadema de oro blanco con un zafiro en el centro.
Así fue como aquel barquero vio a la encarnación de su salvación.
—Mi señor Thranduil, no creí que lo vería aquí —exclamo lleno de gozo sin poder ocultar la sonrisa de su rostro
—Oí que necesitan ayuda —más carretas con provisiones llegaron a la plazoleta por detrás del rey; aunque no hubo expresión alguna en su rostro o en su voz, el cazador de dragones comprendió que había cierta compasión y clemencia en sus palabras
—¡Nos han salvado! Estoy en deuda con ustedes —de ser posible su demacrado rostro ancho más su sonrisa con los ojos al punto de lágrimas de gozo.
En un elegante movimiento desmonto cayendo sobre la roca sin hacer el mínimo ruido; tras él Rey un elfo de rostro joven, cabellos rubios resplandecientes y ojos profundamente azules imito casi al mismo tiempo la acción del Señor del Bosque.
Bardo pudo sentir como aquel elfo apenas ataviado para la guerra le dedicaba miras de reojo llenas de curiosidad.
—No es más de lo que dicta la amistad entre nuestros pueblos —pronuncio acercando sus pasos al hombre, pero sin la intención de detenerse frente a él.
Parecía que el Rey conocía cada parte del devastado reino, caminando y observando cada piedra; Bardo dudando un poco se decido a seguir al Gran Rey Elfo, como correspondía ahora que al parecer había quedado al mando de su pueblo.
—He venido a reclamar lo que es mío —Thranduil se detuvo en seco viendo el ir y venir de los aldeanos; sus ojos azules se hicieron fríos y el rencor fue inconfundible en su voz—, las gemas blancas de Lasgalen —el barquero no puedo evitar estremecerse ante el tono de voz de sus palabras.
—Mi señor —irguió su postura tomando valor para poder hablar ante aquel intimidante ser— los enanos —Thranduil volteo su mira al hombre al instante—... los enanos siguen con vida —no recibió respuesta alguna o vio algún cambio en el rey.
Todos conocían la debilidad del Rey Elfo: las gemas y los tesoros; era más que evidente que su pronta ayuda se debía a que los elfos estaban en marcha rumbo a la montaña, pero al ser interceptados por un emisario del Lago desviaron su camino.
Thranduil continuo sin decir nada y Bardo incapaz de poder descifrar lo que el rubio pensaba comenzó a temer que la codicia del Rey fuera más grande que su benevolencia.
—¿Ira a la guerra por un puñado de gemas? —se atrevió a cuestionar con el ceño fruncido; la mirada llena de inquietud de Thranduil confundió a un más al pobre barquero.
—¡Norel! —un elfo de cabellos castaños se acercó de inmediato realizando una reverencia—. Lleva a media docena de soldados y realiza un reconocimiento de la montaña; quiero conocer cada ruta de escape posible. Sean discretos y no ataquen a menos de que sea indispensable.
—Como deseé, mi señor —se inclinó a manera de reverencia retirándose del lugar.
—¡Foneir! —el mencionado se acercó a su señor—, atiendan a los heridos; niños y ancianos primero. Comiencen a fabricar refugios y separen a los enfermos.
—A sus órdenes, aranya*— el elfo se marchó de inmediato dando órdenes a diversas cuadrillas de soldados.
Bardo sin comprender nada aun, vio estupefacto como Thranduil continuaba su camino y tras él en silencio aquel elfo rubio de miradas curiosas, los guardias dejaban una distancia prudencial que los separaba del rey.
—¿Mi señor? —el barquero les había dado alcance, aun no sabía cuál sería la postura de los elfos.
—Las reliquias de mi pueblo no se abandonan con facilidad —respondió Thranduil con el semblante frio—; pero no estoy dispuesto a sacrificar a mi gente... les ofreceré la ayuda necesaria.
—Somos aliados en esto.
Se notaba el entusiasmo de Bardo que poco dispuesto estaba a dejar que su gente vagara por el mundo mendigando una hogaza de pan; a diferencia de los elfos ellos si necesitaban de la riqueza de la montaña para seguir con sus vidas.
—Mi pueblo tiene derecho a las riquezas de esa montaña —Thranduil continuo escuchándolo esperando que el hombre tuviera un buen argumento a su favor—. Déjeme hablar con Thorin —prácticamente suplico.
—¿Intentaras razonar con el enano? —bufo con escepticismo.
—Si evito la guerra, sí —Thranduil comenzó a admirar la insistencia de aquél hombre que solo buscaba el bien común, pero conocía bien el carácter de los enanos no sería fácil llegar a una tregua... sin embargo cabía la esperanza.
—Al amanecer tú y uno de mis representantes parlamentaran con Thorin —los ojos de Bardo brillaron con esperanza—; ahora solo hay que esperar el informe del capitán.
Sin decir más el Rey Elfo continúo caminando y Bardo pudo notar como el elfo misterioso se acercaba más a Thranduil y comenzaban una conversación en su propio idioma. Y fue hasta ese momento que se percató del gran parecido entre ambos.
Nunca creyó que la familia real del Bosque Negro fuera a socorrerlos en eso tiempos de gran necesidad; por supuesto sabia de la existencia del príncipe, pero ningún humano había podido contemplar el semblante de Legolas o siquiera del rey.
No era necesario las presentaciones, su sola presencia los delataba —aunque el joven no era tan imponente como su padre—. La sorpresa lo tenía por completo inundado, si él hubiera tenido el poder en sus manos de apartar a sus hijos de la guerra lo hubiera hecho sin pensarlo dos veces.
Entonces ¿Por qué el Rey Elfo tan receloso de su heredero, permitía que este estuviera en medio de una catástrofe que no le concernía a su pueblo?, negó con la cabeza, nunca sería capaz de comprender como maquinaba la mente de los primeros nacidos. Dejo sus pensamientos aun lado y comenzó a buscar a sus hijos.
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El encuentro de las Nubes
FantasyUna épica batalla se presencia a los pies de Erebor, el último reino de los enanos; "La Batalla de los Cinco Ejércitos". Hombres, enanos y elfos luchan por las riquezas que se guardan en la montaña. Pero ¿realmente todos pelan por oro? ¿Existe otro...