Capítulo 8

364 45 11
                                    

Capítulo 8


La nieve apenas delataba su elegante caminar; el susurro del viento le traía a sus oídos el grito desesperado de almas inocentes y el aire impregnado de muerte se colaba por sus fosas nasales.

Su grácil caminata término frente a las ruinas de una plaza; su mano temblando sobre la empuñadura de aquel mortal acero y sin poder evitarlo su rostro se desfiguro demostrando la tristeza, impotencia, rabia y pesar que sentía su desdichada alma.

Observando con terror las consecuencias de sus actos; él había sido el verdugo de su propia gente, elfos llenos de alegría que tenían la certeza de una vida eterna dentro del Bosque Negro. Sus ojos incapaces de continuar observando aquella masacre, lo obligaron a bajar la mira apesadumbrado solo para ver frente a sus pies un pequeño riachuelo carmesí; ese rojo tan claro y radiante... tan destino a la sangre de los hombres.

Sus parpados comenzaron a cerrarse lentamente mientras luchaba por no dejar escapar una sola lagrima; sus perfectos labios fruncidos ligeramente y la piel tan pálida recubierta con la sangre del enemigo; su armadura resplandeciendo bajo los tenues rayos del sol que se colaban entre las nubes y su gallarda figura careciendo del valor para continuar con lo que comenzó...

¿Pero cómo inicio todo?, ni él mismo lo sabía. Parecía tan lejano ahora cualquier recuerdo... una lagrima se escapó de sus ojos, invadido por una tristeza que hacia siglos lo habían hundido en la desdicha y desesperación por la pérdida de su estrella; esa tristeza tan conocida y odiada... frente a sus ojos la figura de su hijo arrastrado por la masa negra mientras le extendía una mano en busca de su ayuda.

En sus oídos aun retumbaba el grito de terror de su único hijo. Más gotas cristalinas descendían por sus mejillas dejando un rastro de dolor en su semblante; sus grandes habilidades de poco le sirvieron, no fue capaz de proteger a su pequeño y en contra de su voluntad fue alejado del campo de batalla, arrastrado por sus súbditos hacia el interior de Dale en busca de su seguridad.

No oculto su dolor, ya no lo ocultaría más; se dejó caer de rodillas y comenzó a llorar desconsoladamente incapaz de seguir manteniendo su espíritu en pie, sin Legolas la vida ya no le serviría para nada.

Hacía más de media hora que un grupo de elfos habían acudido en su rescate, nadie había regresado. Una mano se posó en su hombro y buscando noticias en los grises ojos de Orel no encontró ninguna. Cerró sus ojos lentamente y una última lágrima se escapó de sus pupilas.

Se puso de pie con determinación y le ordeno que reuniera a su tropa de inmediato; el capitán hizo sonar su cuerno y pronto todos los elfos que estaban cercanos se alistaron frente a su rey. Ninguna orden se pronunció, los ojos inyectados en ira de Thranduil eran más que suficientes para saber que él mismo ira a rescatar a su hijo.

Más cuernos élficos se hicieron sonar y con la mayor premura que pudieron muchos de los elfos ya estaban formando escuadrones, a todos ellos se les dio la estricta orden de prepararse para la partida y de atacar solo en su defensa.

Una pequeña tropa comenzó a seguir a su Rey mientras el resto se encargaba de la retirada. Solo un orco tuvo la osadía de interponerse en el camino de Thranduil y termino muerto en cuestión de segundos sin siquiera merecer que el elfo detuviera su andar un solo instante.

Incluso Gandalf intento interponerse, pero no logro más que una indescifrable mira por parte del Rey Elfo. La vida de Thranduil tenía ahora un único propósito: rescatar a su hijo o vengarlo hasta que sus pulmones se quedaran sin aliento.

Raudo cual viento huracanado avanzaba Thranduil con determinación hacia la Colina del Cuervo. En cuanto el escuadrón llego a la torre de vigilancia se replegaron de inmediato y comenzaron a exterminar a todas las escorias que se encontraban.

El encuentro de las NubesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora