4

189 12 1
                                    

ORIANA

-¿Cuándo me lo vas a presentar? -me preguntaba Francia con tristeza, desde nuestro puesto habitual sobre el muro bajo de ladrillos en el extremo más lejano del campo de juego. Ha seguido mi mirada hasta la encorvada figura solitaria, sentada en los escalones fuera del edificio de ciencias. -¿Aún está soltero?

-Te lo he dicho un millón de veces; a él no le gusta la gente -respondo concisamente. La miro. Exuda un tipo de energía inagotable, el entusiasmo vital que viene naturalmente con ser una persona extrovertida. Tratar de imaginarla saliendo con mi hermano es casi imposible. -¿Cómo sabes que aún te gusta?

-¡Porque está jodidamente bueno! -exclama Francia con emoción.

Sacudo la cabeza con una sonrisa. -Pero ustedes dos no tienen nada en común.

-¿Qué se supone que significa eso?-. De pronto, parece herida.

-Él no tiene nada en común con nadie -la tranquilizo rápidamente. -Es simplemente diferente. En realidad... no habla con la gente.

Francia echa hacia atrás su cabello. -Sí, eso he oído. Taciturno como el infierno.
¿Es depresión?

-No. -Juego con un mechón de cabello. -La escuela lo hizo ir a ver un consejero el año pasado, pero sólo fue una pérdida de tiempo. Él habla en casa. Es sólo con la gente que no conoce, las personas fuera de la familia.

-¿Y qué? Sólo es tímido.

Suspiro en forma dubitativa. -Eso es una pequeña subestimación.

-¿De qué tiene que ser tímido? -pregunta Francia. -Quiero decir, ¿se ha mirado al espejo últimamente?

-Simplemente no es así alrededor de las chicas -trato de explicarle. -Es así con todo el mundo. Ni siquiera responde las preguntas en clase... es como una fobia.

Francia da un silbido de incredulidad. -Dios, ¿siempre he sido así?

-No lo sé-. Ceso de jugar con mi cabello por un momento y pienso. -Cuando éramos pequeños, éramos como gemelos. Nacimos con trece meses de diferencia, así que todos pensaban que éramos gemelos, de todas formas. Hacíamos todo junto. Y quiero decir, todo. Un día, él tenía amigdalitis y no pudo ir a la escuela.
Papá me hizo ir igual y lloré todo el día. Teníamos nuestro propio idioma secreto.
A veces, cuando mamá y papá estaban en lo suyo, fingíamos que no podíamos hablar español, así que no hablábamos con nadie, excepto entre nosotros, por todo el día. Empezamos a tener problemas en la escuela. Dijeron que nos negábamos a mezclarnos, que no teníamos amigos. Pero estaban equivocados. Nos teníamos el uno al otro. Él era mi mejor amigo en todo el mundo. Todavía lo es.

.
.
.
.
.
.

Llego a una casa llena de silencio. El vestíbulo está vacío de bolsos y blazers.
Quizás, ella se los ha llevado al parque, pienso esperanzada. Luego, estoy a punto de estallar en carcajadas. ¿Cuándo fue la última vez que pasó eso? Voy a la cocina... tazas de café frío, ceniceros rebosantes y cereal helado en el fondo de los cuencos. La leche, el pan y la mantequilla aún están sobre la mesa, la tostada endurecida a medio comer de Joe me observa acusadoramente. La mochila olvidada de Tiffin está en el suelo. El lanzo abandonado de Willa... Un sonido en la sala me hace girar sobre mis talones. Camino de vuelta por el vestíbulo, notando las motitas que la luz del sol destaca sobre las superficies polvorientas.

Encuentro a mamá sobre el sofá, mirándome con tristeza desde abajo de la colcha de Willa, un paño húmedo cubriéndole a frente.

La miro boquiabierta. -¿Qué pasó?

-Creo que tengo gripe estomacal, dulzura. Tengo una jaqueca terrible y he estado vomitando todo el día.

-Los niños... -empiezo.

PROHIBIDO «Novela Orian»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora