El baile de los Demonios. - Turkraine.

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Yekaterina tomó su mano, haciéndole detener. La seriedad (¿o más bien la determinación?) cruzaban su rostro en una mueca que podía hacer que el mismo Ivan Braginski se helara de miedo y se echara a correr como cuando Natalia lo perseguía. Ella estaba harta, ¡hartísima! El comportamiento de Sadiq ya no quería hacerle girar el rostro hacia la calle o alejarse, ya se había acostumbrado y vencido sus miedos los suficiente para enfrentarlo. Quería detener eso. Quería cambiar eso. En aquella sala de la casa donde la conferencia mundial se realizaba, reinó el silencio.

El turco se demoró en girarse, con los labios apretados. La mano de Yekaterina estaba determinada a no soltarle hasta obtener una respuesta, una palabra, algo, a pesar de que el agarre era algo tembloroso. Ella estaba nerviosa, lo sabía, pero no se lo iba a sacar en cara. No ahora.

-No quiero que vuelvas a escapar, Sadiq. No quiero que te vayas otra vez y que me evites y le hagas ver a todos que no me conoces. -la tristeza estaba entremezclada con la vibración de su voz, y sus ojos azules estaban enfocados en la sombra del antifaz.- Estoy cansada de esto, estoy molesta...

-Entonces búscate a otro. -intentó volver a girarse, pero la otra le acercó a sí de un tirón. Las lágrimas cristalizaban sus ojos y el rubor había subido, su respiración estaba agitada. Bajo esa máscara el turco quiso rodearle, quiso darle un consuelo, decirle que era una mentira, ¡Pero no podía! Las piernas de Yekaterina ya casi no podían mantenerla en pie.

-¡Porque otro no me gusta! ¿Cómo eres tan insensible para no verlo con tus propios ojos? ¡Me gustas, Sadiq! -una lágrima le bajó por la mejilla, y su mano tembló hasta soltarle y caer inanimada en su costado, pero no le quitó la mirada, una mirada con odio a aquel antifaz.

-No... no puedes estar enamorada de mi. -su expresión se había congelado, y su tono era incrédulo. No podía ser.

-¡Lo estoy, y es estúpido! Tú jamás pudiste fijarte en mi, pero mientras todos te repudiaban y te dejaban de lado yo te obligaba a salir, y mirabas a cualquier lado escondido en ese antifaz tuyo, y acá estoy, confrontándote como una idiota. Como si eso fuera a cambiar algo... -el dorso de su mano secó ese pequeño río que bajaba por su mejilla y se giró, decepcionada, comenzando a caminar hacia la puerta que los había guiado a esa habitación. Tal vez era mejor irse, mejor volver donde Natalia, llorar junto a ella por aquella ilusión que se había creado. Pensar que era mejor persona era imposible, y ahora lo sabía. Hasta que su mano fue tomada y sus pasos detenidos, y mientras le daba un suave tironeo para girarla un brazo le rodeó y fue acunada en un suave pecho. El asombro le pintó la expresión, sin entenderlo, sin procesarlo.

-No puedes estar enamorada de mi, Yekaterina. Si te enamoras de mi, te haré daño. No quiero hacerte daño. -aquel tono de voz que había sido arisco, grosero alguna vez, tenía por fin algo de delicadeza y consuelo; su mentón se apoyó en su cabeza, y casi podía ella imaginar que la mirada del otro vagaba por el suelo de cerámica.

-No me harás daño. -Katyushka se acomodó en aquel espacio que tanto tiempo había querido tocar, y una lágrima de felicidad rodó por su mejilla.- Yo sé que no podrías.

-Siempre existe la posibilidad de que-

-Estoy aceptando todos los riesgos, Sadiq. -su rostro se elevó, haciendo que su nariz rozara el mentón con barba del otro, cuyo rostro tomó rubor.- Así es el amor, donde yo te entrego mi alma para que la cuides y hagas lo que quieras con ella. Si me amas no le harás daño... y si le haces daño te aseguro que me mejoraré ante ello.

-Mis demonios pueden hacerte daño, y no sé controlarlos...

-Los míos podrán tener una fiesta con los tuyos y así distraerse. -una suave sonrisa se coló por los labios de la ucraniana que fue respondido con un gesto parecido del de piel morena. Se separó un poco de ella, y la miró a la cara, contempló su belleza, mientras sus manos desprendían el antifaz de su rostro, con lentitud, con los ojos cerrados y lo dejaba caer. Elevó su rostro, siguiendo su inhalación y separó sus párpados a la par que exhalaba. Sus ojos oliváceos se posaron en los cielos de Yekaterina, quienes curiosearon el tono, los detalles, las marcas, acercándose a él, rozando las yemas de sus dedos contra una mejilla suave, apoyándose en sus pómulos ligeramente marcados por la presión de la máscara. Una sonrisa triste se escurrió por su rostro.- Yo te arreglaré, o eso voy a intentar... -murmuró, suavemente, embelesada en aquellos ojos tras los que sus demonios se escondían.- Puedo... ver esas fisuras... -el calor repentino en las mejillas del turco le dio el impulso para ponerse de puntillas y rozar su nariz con la del otro, acercándose más. Sentía como todo el nerviosismo había escapado, se había esfumado y puesto a volar, como aquellas aves de esa jaula que jamás volvieron a aparecer cuando había dejado la puerta abierta.- ¿Puedes... ver las mías? -preguntó, con voz suave, sin desprenderse de aquel hermoso espectáculo. El asentimiento de cabeza dio paso al roce de sus narices y luego en un beso torpe, con los ojos cerrados, siendo presa de sentimientos que jamás, en sus larguísimos años de vida, habían logrado sentir.

-Lo siento, lo siento, lo siento... -el Turco la estrechó contra su pecho, y se apoyó en los hombros de ella, empequeñeciéndose.- Nunca quise hacerte daño... nunca quise que lloraras por mi culpa.

-Eso ya no importa. -murmuró Yekaterina, acariciando la cabellera de Sadiq, con las mejillas ruborizadas.- Ya pasó. Ahora estamos acá, y yo te quiero, y podemos avanzar con eso. Porque... vamos a avanzar, ¿Verdad? No dejaré que te vuelvan a hacer daño como para que tengas que esconderte de todos los demás, no lo permitiré. Te lo prometo. -se volvieron a mirar, y la mano de la ucraniana fue la que atrajo el mentón del turco a sus labios, y, cuando se separaron, entrelazó sus dedos con los de él.- Pero... ¿Puedo probarme el antifaz antes de que lo guardemos para siempre?

[APH] ¡Reto MP3! {Multipairing}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora