Segundo Encuentro: La Fiesta De Antifaces.

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–Damas y Caballeros, les presento al hijo de Bartolomé Godric, ¡Sebastián Godric!– los murmullos sobre la presencia del alto azabache, de postura erguida y petulante y de suaves rasgos marcados, no se hicieron esperar, todos preguntándose dónde había estado todo el tiempo, muchas señoritas suspiraban y batían sus pestañas buscando llamar la atención del chico de mirada oscura, pero él se mostraba indiferente porque sabía que la buscaba no haría eso.

Sebastián pasó su mirada por todo el salón mientras bajaba las escaleras con un paso seguro y elegante, hasta dar con una chica de rizados bucles y largo cabello castaño claro atado en la parte superior con una cola baja, dejando suelto el resto, de piel blanca lechosa, un antifaz negro con plumas y perlas blancas que no podía esconder sus ojos chocolatosos que brillaban en aburrimiento y rebeldía. La encontré, pensó sonriendo. Se dio el lujo de mirarla mientras se acercaba, portaba un vestido no muy ostentoso, negro con detalles en blanco, desentonando totalmente con el grupo de jóvenes y jovencitas que la rodean, quienes vestían de distintos tonos de rosa, violeta, rojo, durazno, amarillo, verde y azul. El vestido era de hombros caídos y ella tenía unos guantes de tela transparente sin dedos y llevaba un listón blanco con una flor negra en el cuello.

La castaña fingía prestar atención a lo que un joven castaño, de ojos verdes y poca altura, a quien reconoció enseguida como Eliot Blackwell, vestido de azul le decía, pero sin tomarle mucha importancia se colocó a un lado de ella y le susurró en el oído. –¿Revancha?– al ver la sonrisa desafiante que los labios naturalmente rojos y carnosos de la joven formaron, él supo que lo había reconocido. Antes de que ella pudiese contestar, la orquesta empezó a tocar un vals. El oji-café sonrió, hizo una reverencia y extendiendo una mano, la invitó a bailar.

Ambos se acercaron a la pista, él, que desde el momento en que tomó su mano, no la soltó, pasó su otra mano por su cintura y ella tomo su hombro con delicadeza. Empezaron a bailar, con las miradas de muchos puestas en ellos. –¿Vienes en busca de otra derrota?– sonrió la castaña. Él negó con la cabeza. –Esta vez, serás tú la que saldrá perdiendo.– la oji-chocolate rió, como si eso no fuera posible. Él la hizo girar y ella sonrió.

–¿Esto es correcto?– preguntó sintiendo la fuerte mirada de Eliot en ellos. Él rió, sintiéndose también. –No creo que sea importante en este momento– ella sonrió de lado, pensando. –Pero es el cumpleaños de mi prometido...– entonces Sebastián entendió la mirada enfurecida del castaño, prometido de la chica con la que estaba bailando, por lo visto. –¿Prometido?– sonrió de forma altanera y se inclinó, pues era más alto que la oji-chocolate, y le susurró al oído –Que venga.– causando que un escalofrío recorriera la espalda de la chica.

La música paró y ellos se separaron sin saludarse, no hacía falta decir nada, caminando en direcciones opuestas, la castaña se acercó a sus padres, quienes la miraban con intriga y desagrado. Su madre, pelirroja de ojos color avellana, poseedora de una gran belleza, la mirada con el ceño fruncido. –Karin– dijo su madre. –¿Quién es el joven con que le bailaste?– preguntó con tono enojado.

–Oh, no lo sé.– dijo viendo como su padre, con su porte elegante, la piel semi-bronceada, su ya casi escaso cabello castaño oscuro inundado por las canas y su fría mirada ámbar, se ponía rojo de cólera. –Él solo me invito a bailar y me pareció descortés decirle que no.– Karin sonrió con fingida inocencia. Su madre suspiró, creyéndole y trató de calmar a su marido, que veía detrás de la actuación de su hija, pero ella no quería hacer una escena. –Pero estás comprometida con el hijo del Duque Blackwell.– ella miró a su madre enojada.

No quería casarse e iba hacer todo lo posible para impedirlo. Miró de reojo al castaño que la miraba ofendido, sonrió. –Lo sé madre. Como tú sabes que no estoy de acuerdo.– su madre abrió la boca en un gesto de asombro. Su padre en cambio, suspiró, ya cansado de pelear por lo mismo.

–¿Podemos ir a casa? Estoy cansada.– dijo dando un ligero bostezo. Su madre la miró resignada, pero asintió. Mientras veía a sus padres disculparse con los Duques, paseo su mirada buscando al joven azabache, quien estaba hablando con un par de jóvenes, y al notar que lo estaba mirando le guiño un ojo con tanta naturalidad que por un momento pensó que fue su imaginación, pero aun así, no pudo evitar sonreír.

¿Casualidad o Destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora