Día 13. A Ella, porque fue y murió sin ser.

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.A Ella, porque fue y murió sin ser.

Ella era sin ser y, sin querer ser, era.

En sus días ella había sido la sombra del alma de la fiesta, la segunda opción de los rechazados y la que, aun siendo la segunda, se veía hermosa.

Realmente lo era, movía el suelo al pasar y los cristales temblaban. La primera vez que la vi me cortó la respiración.

En sus días ella se había arreglado el cabello con joyas bonitas, se cuidaba la piel aplicando cremas y maquillaje caros y había procurado la perfección absoluta en su ropa y rostro. Durante un tiempo creyó que aquello la hacía feliz.

Ella, que tan solo había sido una sombra, fue la más hermosa de todas. Y quizá no la más guapa, pero te removía el alma de punta a punta y eso siempre ha impactado más.

Pero fue, en pasado, porque todo termina y luego cambia.

No sé cuánto tiempo tuvo que pasar para que se olvidara a sí misma hasta el punto de no distinguir estar despierta o dormida y pasar a no ser más que un absurdo recuerdo en las fiestas de la ciudad, un vacío en cada copa. Tampoco sé en qué momento comencé a quererla tanto.

¿Sabes? Ya no era la sombra de nadie. Y no porque ahora brillara. Se había apagado del todo. Ya no era ni quería ser hermosa, pero de algún modo la ponía triste ver cómo sus vestidos cogían polvo en el armario.

Si yo te contara... En aquel preciso momento, una silenciosa tarde de sábado, vistiendo unos gastados pantalones tejanos y una chaqueta naranja grisácea sin nada debajo, absurdamente grande y vieja, por primera vez sintió pánico. Entonces cogió unas tijeras y las cremalleras y lentejuelas, ahora sin forma, arañaron las baldosas. También la sangre de un pintauñas rojo, que se secó dejando rastro del accidente.

Después, pasó el día leyendo un libro inútilmente corto el cual terminó, también inútilmente, rápido. Desechó aquel día de su vida haciendo nada, limitándose a sumergirse en su mente y perderse en algún paraje lejanamente vacío. Ni siquiera se dignó a coger un vaso para tomar la empalagosa leche de almendra que había comprado sin saber por qué, y que en un momento de descuido se le cayó al suelo y sobre el zapato. Oh, también llevaba el cabello recogido en un despreocupado moño alto, casi deshecho del todo con el transcurso del día, y el cual a la mañana siguiente ya había perdido la forma por completo.

Si quisieras imaginarla tendrías que verla desaliñada, tomando leche de almendra directamente de un brick de cartón verde y blanco descalza en la diminuta cocina de su casa. Al menos así es como yo la recuerdo.

¿Es que sabes? No se sentía bien en ningún lugar ni con nadie, así que ya nada le importaba. No estaba cómoda ni en su casa, y por lo tanto era imposible que en algún otro lugar lo estuviera. Por eso ya ni salía, no valía la pena para ella.

Alguna vez conseguí hacer que saliera a dar una vuelta por el bosque conmigo. Nunca antes había visto a alguien respirar con tan pocas ganas.

¡Se odiaba tanto a sí misma! Nadie sabía cómo había pasado ni por qué detestaba su vida de una manera tan grande. Se limitaba a dejar pasar el tiempo, sin ademán de intentar cambiar las cosas, desechando su vida cómo un pétalo solitario, caído y mustio. Sin razón aparente la tristeza llamó un día a su puerta y la dejó entrar.

¿Alguna vez has visto un fantasma? Tendrías que haberla visto a ella. Esto nunca lo hice pero, si hubiera intentado abrazarla, seguramente habría rodeado aire.

Se le notaba que odiaba su existencia y a sí misma por no intentar cambiar nada. Que la rutina se le hacía pesada, como a todos, pero un poco más. Las sonrisas fingidas le habían resultado desde el inicio demasiado pegajosas como para emitirlas y encima emanaba frialdad; congelaba el mundo al pasar por cualquier calle.

Si se me permite volarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora