Capítulo 2

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Bella

Siempre había anhelado mi libertad más que cualquier cosa en este mundo. Dormía pensando que un día tomaría el autobús que me llevara a Los Ángeles y que lucharía hasta conseguir mi propósito. Deseaba que Isaiah dejara de ser una molesta piedra en mi camino, pero no así. No quería quedarme con la imagen de él muerto en el sucio piso manchado de cerveza. La niña ingenua dentro de mí creía que se disculparía por tantos años de dolor y diría que amaba a su manera.

Ahora todo eso era un sueño lejano. Me libré de un abusador, pero a cambio terminé en manos de un asesino. Vi a mi futuro disolverse como humo en el viento. Ya no tenía nada excepto mi vida. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas mientras mi cuerpo tiritaba y era guiada a un lujoso auto. El mismo que estaba al acecho más temprano. Oh, Dios. Era él. ¿Cuánto tiempo estuvo acosándome?

—Por favor, déjame ir—sollocé y me detuve en la puerta abierta del auto—. Por favor, por favor, por favor...

Sin responder, me agarró por los hombros y me forzó a mirarlo. Tenía una expresión aburrida, como si nada más le importara. Mis súplicas no le importaban. Yo era su juguete. Uno que iba a romper.

—Por favor... —repetí—. Juro que no le diré nada a la policía. Lo juro.

Presionó un dedo sobre mis labios secos y agrietados. Estaba temblando de pies a cabeza. Tan destrozada como mi maltratado corazón.

—A partir de ahora no importa nada de lo que digas —Su voz sonó plana, carente de emoción—. Eres mía, olvida tu antigua vida. Me perteneces desde este momento y si te rehúsas te mataré. ¿Entiendes?

Mis tripas se revolvieron ante la violencia que provocaban sus palabras y vomité en la acera más cercana. Era aterrador estar a merced de alguien tan poderoso como él. Desaparecería y nadie se preguntaría que había sucedido conmigo. Tal vez Josephine, pero ella no podría hacer nada al respecto. Estaba sola. No tenía salvación.

—Vamos —instó.

Planté mis pies en el suelo negándome a obedecer.

—Mira, los asuntos de mi padre no me importan. Te prometo que olvidaré que lo mataste si me dejas ir—sollocé—. Solo déjame ir.

Esta vez no fue amable. Levantó mi cuerpo sin esfuerzo y me aventó dentro del auto sin delicadeza. Reboté en el asiento trasero, llorando por la vida que me había tocado y había perdido. No era la mejor, pero era mía. Ahora no tenía nada.

—Esto no está bien—dije entre lamentos—. Oh, Dios. No está bien

El conductor me observó un breve segundo a través del espejo retrovisor. Sus ojos no lucían crueles. Había una pizca de empatía allí y me pregunté si era capaz de ayudarme. Claro que no. Era servidor y cómplice del monstruo a mi lado. No se arriesgaría por una chiquilla sin hogar.

—Escucha, cariño—espetó el desconocido y el auto se puso en marcha—. Puedo matarte ahora mismo y luego tirar tu cuerpo a un basurero. ¿Quieres eso?

A pesar de mi pánico logré negar con la cabeza.

—Tendrás que seguir cada una de mis reglas si quieres vivir —masculló y levantó tres dedos —. Primera regla: nunca intentes huir. Segunda regla: nunca me mientas. Tercera y última regla: deberás acceder a todos mis caprichos. Si rompes una de ellas, te romperé a ti.

Asentí y me mordí el labio reprimiendo mis sollozos. No era estúpida, sabía exactamente lo que este hombre quería de mí, no me llevaría a su casa para hacer las labores domésticas. Por la forma que me miraba, era obvio lo que deseaba. No era tan diferente a Clint después de todo. ¿Qué haría conmigo? ¿Me obligaría a trabajar en un prostíbulo? Oh, Dios. Oh, Dios.

Cautivos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora