Prólogo

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Estacioné el auto en la misma esquina que había concurrido las últimas semanas. Se me aceleró el pulso y un deseo retorcido inundó mi sistema. Antes no sabía lo que era experimentar una atracción tan fuerte, pero ella despertó la obsesión más perversa cuando la vi por primera vez. Su belleza brillaba como un maldito faro en la oscuridad. Una sola mirada y sabía que debía ser mía.

La había observado tantas veces que conocía de memoria sus rutinas. Era amable, dulce, atenta, amistosa y perfeccionista. Más impresionante que cualquiera de las rosas que vendía. En más de una ocasión quise acercarme y presentarme, pero el monstruo dentro de mí me recordaba que ella no era una mujer para un hombre de mi clase. Yo era un asesino. Vivía por la muerte, la sangre, la tortura y la caza. Y aun así nada de eso me impidió anhelarla. A mi nula moral le importaba un carajo.

Ella me pertenecía.

Su vida y su alma eran mías.

Su padre me la había cedido como el pago de una deuda.

―Terminó el plazo, señor―Me recordó Viktor―. Isaiah Foster no cuenta con el dinero suficiente.

Una sonrisa irónica levantó la comisura de mis labios. ¿Cómo demonios un borracho y adicto a los juegos de casino lograría pagarme cincuenta mil dólares? Le di tres semanas. Fui demasiado generoso y una parte de mí esperaba no tener que recurrir a esto. Pero si lo dejaba pasar otros idiotas como él creerían que podían burlarse de mí y robarme en la cara sin ninguna consecuencia. El perdón no formaba parte de mi vocabulario.

―Tomaré algo mucho más valioso a cambio.

Me mordí los nudillos y la continué observando a través de las ventanas de mi auto. Mi hombre de confianza no cuestionó mis métodos. Él sabía que cuando el monstruo despertaba no había nada que lo detuviera. La adrenalina invadió mis venas ante lo que vendría. Siempre supe que había algo raro en mí, algo diferente que las personas normales no tenían. ¿Incluso era correcto poner mi nombre y la palabra normal en una misma oración? Imposible. Traumas de la infancia, años de abuso y un padre de mierda fueron suficientes para acabar con mi poca humanidad.

Por supuesto que mi pasado horrible no justificaba mis acciones. Era consciente de ello, pero mierda, estaba más allá de cualquier redención y no me importaba nada excepto vivir al límite. Me gustaba romper y volver a reconstruir a los demás.

Y quería romperla a ella.

Quería convertirme en su salvación, pero también en su destrucción. Quería ser todo lo que necesitara. Quería que cuando despertara supiera que yo era su dueño y que no tenía escapatoria. Quería mi nombre en su piel. Quería marcarla el resto de su vida para no que no me olvidara nunca.

Quería su cuerpo.

Quería su corazón.

Quería su alma.

—Dos días—dije y miré mis manos manchados de sangre. Las mismas que habían robado cientos de vidas y jamás volverían a estar limpias. Aun así, quería acariciar a la hermosa mujer con ellas, ensuciar su pureza y profanarla—. Dos días y tomaré lo que me pertenece.

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