Capítulo 4.

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Después de correr y correr lo más rápido que pudo, Leila llegó a la estación del metro.
Compró su boleto y subió. El lugar estaba repleto, personas llenaban cada asiento, por suerte encontró un lugar a mediados de aquel sitio, recordó bien que la última vez que usó aquel transporte fue con Jackie, habían escapado de casa y querían ir a la inauguración del nuevo bar en Santa Fe. Como habían pasado los meses, como había cambiado aquella amistad, aquella chica...
Por más amigos que tengas o por más personas nuevas que conozcas, nadie ocupará el lugar de la persona que, a pesar de no ser un hermano de sangre, lo considerabas como tal. Nadie ocuparía un lugar tan importante como aquel, y que aunque Jackie había decidido marcharse de la vida de Leila, ella dejaría reservado siempre ese lugar en su corazón por si un día decidía regresar, no importaba si Jackie ya no volvería a ser la misma de antes con ella, Leila la aceptaría de todos modos.

Eran ya las 3 de la mañana con 45 minutos, estaba agotada; tomó asiento y cerró sus ojos, el camino de vuelta a casa era casi de hora y media, un buen tiempo para dormir.
Habían pasado 25 minutos tras el recorrido y de repente algo cayó encima de aquella chica.
-¡Auch!-Gritó.
-Perdona, perdona; no fue mi intención.- Dijo un chico con voz aguda sobándole la cara, pues lo que le había caído a Leila era una guitarra.
-Iba tan bien mi sueño.- Dijo ella quitándose bruscamente la guitarra de encima.
Cuando se quitó la guitarra, Leila le vio la cara al chico y el chico a Leila. Se quedaron algo impresionados.
-¿Tú?- Dijo el chico tartamudeando.
-Yo... ¡Hasta parece que te gusta hacerme enojar, niño!-Gritó Leila frunciendo el ceño.
-¡Qué va! No es mi intención. Tal parece que eres un imán para los golpes, niña.-
Leila se limitó a hacerle una mueca de mal gusto sin decir ni una sola palabra.
No había más asientos, todos permanecían ocupados, así que aquel chico se quedó justo enfrente de ella, sin dejarla de observar. En ratos ella también lo volteaba a ver, pero su timidez le ganaba. Él era ese tipo de chico que no puedes dejar de observar. Era alto, de piel pálida, cabello que parecía despeinado, ojos marrones y tenía muchos lunares en su cuello. Y sus ojeras eran tan profundas y del tamaño perfecto para hacer resaltar su mirada. Un maldito.
Leila pensó en muchas cosas al verlo, pero también pensó en las dudas sobre él y su libro.
-Hey.- Dijo Leila jalando la chaqueta de el chico.
-Si?-
-Tú robaste mi libro.-
-¿Qué? Yo no robé nada, al contrario, fuiste tú.-
-Oh, ¿en serio?- Dijo ella con voz sarcástica.
-Si, fuiste la primera que se fue, la primera en tomar un libro, quizás tomaste el equivocado sin querer, pero jamás trataste de devolverlo.-
-¿Y tú sí?-
-Volví al siguiente día, volví al mismo lugar, a la misma banca, esperando verte.-
-Ni si quiera recordaba tu rostro como para volver y buscarte.-
-Yo sí te recordé, como si fueses... Bueno, el punto es que regresé.-
Ella se quedó sin palabras.
Él se guardó sus palabras.
Siguieron mirándose a escondidas uno del otro durante el resto del camino. Sus miradas coincidían una que otra vez, pero hacían como que fuese sin querer.
El Metro llego a la estación y al bajarse la gente se dispersó, moviendo a Leila y a aquel chico por diferentes rumbos; ella lo buscó entre la multitud, no lo encontró. Se dio por vencida. Pero...
-¿Buscas algo?- Dijo una voz tras de ella... Era él.
-Yo, yo... Yo te buscaba... Pa-para saber si querías tu libro de vuelta, claro; porque yo sí quiero el mío de nuevo.- Dijo ella tartamudeado y cabizbaja. La chica se había ruborizado. Él sonrió, no de ese tipo de sonrisa fingida, ni de forma de burla, no, sonrío con esa sonrisa de niño travieso, esa sonrisa hizo que a ella, sin que se diera cuenta, se mordiera los labios; era el tipo de sonrisa que te despierta las ganas de morir, porque ahí, entre sus dientes y labios, se refleja el mismo cielo.
-Ya, que claro que te lo regresaré. ¿Qué tal si te veo luego? No sé, uhm, hay una cafetería en Devlyn, está cerca de aquí... Claro, otro día que ya casi dan las 6 de la madrugada.-
-Vale. ¿Qué tal pasado mañana a las 5 de la tarde?-
-Claro, pasado mañana a las 5 en Devlyn.-
-Si, uhm... ¿Cuál es tu nombre?-
El chico volvió a sonreír.- Mi nombre es Gael.-
-Ya. Nos vemos después, Gael...- Dijo sonriendo y de repente comenzó a andar, alejándose y dejando a aquel chico en aquella estación.
-¡Espera!-Gritó el chico.- No escuché tu nombre.-
Leila volteó, sonrío de nuevo y se limitó a contestarle:
-Es porque no te lo dije.- Y se volvió a su camino directo a casa.

Tu vida por la mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora