Capítulo 4: Rivalidad

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Vaya nochecita pasé, de las peores que puedo recordar. Todo comenzó el dia anterior con los desmayos, pero durante la noche empeoró drásticamente. Sentí un gran dolor por todo el cuerpo, pero especialmente en la cabeza, el estómago y las piernas. Hubo momentos en los que me habría arrancado de cuajo las dos piernas si hubiera podido, solo para que cesara aquel dolor espantoso. Al final conseguí dormir unas pocas horas y lo último que se me pasó por la cabeza fue pensar en lo mal que iba a estar estos días.

Sin embargo, cuando al fin se hizo de día no me desperté con dolores terribles, ni con desmayos repentinos. Estaba bien, mejor dicho, estaba muy bien. Me sentía igual que si hubiera descansado después de un enorme esfuerzo físico. Al ponerme de pie noté una sensación extraña, como si mi cuerpo no fuera el de antes. Al mirarme el brazo no podía creerlo, de repente tenía músculos, de la noche a la mañana pasé de unos brazos delgaduchos y sin mucha fuerza a unos músculos propios de un hombre que se machaca en el gimnasio. Pues si los brazos ya eran sorprendentes, lo de las piernas era aún mas. Ya no sólo sólo por lo musculadas y torneadas que las tenía, sino por la enorme fuerza que sentía dentro de ellas, como si estuviera dormida. En definitiva, era un nuevo yo.

-¿Jaime, estas despierto? ¿Cómo te encuentras?

La verdad es que me sentía estupendamente, ni rastro del malestar del dia anterior. Pero tenía que finjir que aún me encontraba mal. Con un poco de suerte mi padre se lo creería y me podría quedar en casa. De ser así tendría tiempo para probar si esta maravillosa sensación de fuerza que tenía en mi cuerpo era sólo eso, una sensación, o si el meteorito de verdad me había dado habilidades especiales.

- Hola papá- dije con un hilillo de voz – La verdad es que no me encuentro nada bien...

Mi padre levantó una ceja. Me di cuenta que no iba a resultar. Es difícil engañar a un capitán que ha estado en mil interrogatorios. Papá entró en el cuarto y me puso una mano en la frente.

- Yo te veo bastante bien, chaval, y no tienes fiebre- Al verme la cara de decepción sonrió- Vamos tio, que no cuela. ¡Tira para clase!

Me sentí el hombre con mas mala suerte de Alcentar. Yo tenía un plan, que era quedarme en casa y, en el momento mi padre se fuera, salir a la calle a probar los nuevos músculos que me habían salido por arte de magia. Estoy seguro que no eran de adorno, probablemente me haya vuelto mas fuerte de la noche a la mañana, cosa bastante extraña desde luego. Poco sabía yo que al acabar el día habría dado gracias a mi padre por no tragarse el cuento y mandarme a clase.

Para cuando llegué al instituto casi todos mis compañeros habían entrado, los únicos que todavía seguían en la puerta, fumando un cigarro, eran el Chusta y sus amigos. Marcos Porta, mas conocido como "el Chusta", era el tío mas capullo que podías encontrar en mi clase. En serio, siempre dije que mas que en una clase debería estar en una jaula, subido en un neumático viejo y dando palmas para que los niños le tiraran cacahuetes. Grande, alto y con el pelo rapado salvo por una coletilla, era el prototipo de abusón. Su ropa también le delataba, siempre iba con chandal y camisetas de tirantes, para marcar musculitos y llamar la atención de las chicas. Aún no me explico como este tío era tan popular, tenía otros chicos siempre detrás de él, y se había tirado ya a dos chicas del instituto. Que mal repartido esta el mundo. Pero no contento con esto, Marcos nunca perdía la oportunidad de humillar y putear a quien tuviera cerca. No es que yo fuera el único con quien el se metía, normalmente iba a por los mas estudiosos y que no podían defenderse. Pero cuando ellos no estaban cerca, yo era tan buena presa como los demás.

-¡Ey Chusta! - Exclamó uno de sus amigos mientras me señalaba - ¡Mira a quien tenemos aquí!

Al verme, una sonrisa lobuna le cruzó el rostro, se levantó y se me encaró. Apenas le llegaba al hombro, y sus brazos eran el doble de anchos que los míos.

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