Treinta: Flashback.

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Emma.

Emma pestañea lentamente, sin poder creerse las últimas páginas que había leído.
Estaba impactada por la cantidad de mujeres que Robert había aniquilado. No era estupida como para no darse cuenta que la lista de nombres de mujer eran personas que había aniquilado. Respiró profundo y, por primera vez en varias horas levantó la cabeza. El sol le pegó en la cara con fuerza y ella entrecerró los ojos. Había amanecido y ella no se había desprendido del diario.

No tenía mente para ir a la universidad, así que decidió irse a dormir. Se lanzó sobre la cama llena de papeles, abrazó el diario y cerró los ojos, pensando fuertemente que había hecho el pobre chico el día de Año Nuevo.

Robert.
Flashback. 31 de Diciembre, 2013.

Metí los auriculares en mis oídos y puse el último nivel de volumen y la canción más ruidosa que pude encontrar en mi reproductor, haciendo un intento de opacar las voces susurrantes que estaban impregnadas en mi cabeza.
Apreté las correas de la mochila en mis hombros y sonreí mientras miraba el edificio.
Había pasado poco tiempo desde la ultima vez que estuve en ese lugar, pero se sentía más del que había pasado.
Doblé mi brazo hasta poder tocar mi mochila.

Estaba ahí.

—Tenemos que ser muy silenciosos, amigo mío —murmuré y bajé el pasamontañas agujerado, haciéndolo pasar por una especie de máscara de ladrón de película.

Corrí agachado hasta la puerta y con la culata de la pistola que tenía en la mano, golpeé el pomo de la puerta, rompiéndolo. Empujé la puerta y maldije al ver a la mujer rechoncha mirándome con horror.
Le hice una seña para que hiciera silencio. Ella asintió. Dispare.
El eco que produjo la pistola con el silenciador me hizo sonreír.

Caminé fuera de la cocina, y subí la escalera que daba a las habitaciones.
Buscaba la habitación 108, en el quinto piso, y luego de cinco minutos subiendo las escaleras, la había encontrado.
Quité la mochila de mi espalda, la abrí. Saqué el rociador y un pañuelo. Empapé el pañuelo con el líquido.

Repetí él proceso de la puerta de la cocina y una alarma estalló. Una luz roja llenó el corredor y comencé a escuchar cerrojos de seguridad activarse.

—Mierda.

Entré a la habitación con rapidez, tomé a la chica recién despertada y mareada por el sueño. Me tiré sobre ella y puse el pañuelo sobre su nariz. Ella en ningún momento se movió, ni luchó. Sólo perdió fuerzas con rapidez.
La puse sobre mi hombro, rompí la ventana blindada de varios tiros, la saqué y la lancé hacia la escalera de incendios. Salí detrás de ella.

Cuando llegué al auto que había robado, a lo lejos se veían y se escuchaban las sirenas de la policia.

RobertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora